Hay lugares que guardan con celo el arca de la belleza. Y hay espacios que semejan templos para adorar a la naturaleza, como las Pozas de Carboal (Dumbría), donde jugar con el agua parece una gracia divina.
26 jun 2021 . Actualizado a las 12:48 h.Es un río humilde, el Buxantes, que acaba muriendo a los pies de la fábrica de ferroaleaciones Xeal en Brens (Cee), pero deja una de las estampas más hermosas que puede ofrecer un cauce fluvial al que nadie presta atención. El mundanal ruido ha dejado de lado durante decenios uno de los espacios más bellos de la Costa da Morte, las Pozas de Carboal, escondidas con celo para la mayoría de los humanos por los recios carballos que las guardan como un tesoro.
En unos 800 metros, el agua se despeña por unos 40 metros de desnivel formando cascadas, piscinas y balsas. Baja clara, muy clara, y cantarina entre cantos rodados por siglos de caricias. Nada más entrar en el paraje, la paz que se respira llena las venas de vida. Es de estos rincones en los que la libertad cobra toda su dimensión.
Lo más bonito empieza donde un día estuvo la presa construida en piedra para la minicentral de Pou, de Electra de Cereijo, creada en agosto de 1904 por el que fue alcalde de Cee Juan Cereijo, según cuenta César Ferrío, el técnico de deportes del Concello dumbriés y descubridor de este milla olvidada. Fueron los primeros kilovatios que iluminaron los hogares de Cee y Corcubión ya a principios del siglo XX. Eligió este paraje porque, aguas abajo, el molino de Pou, que lleva el nombre de un promotor catalán, producía gran cantidad de harina.
El cuento es que todo este entorno quedó abandonado con el paso de los años y ahora puede convertirse en un auténtico parque acuático natural, con sus piscinas y bañeras de hidromasaje labradas por el tiempo y la corriente hidráulica en el granito robusto y multiforme. Casi parece que piden que se las disfrute invitando al remojo.
El agua, de salto en salto, va contando la aventura de la vida. Practica escapismo fugándose por los entresijos que le facilitan las rocas. Y todo completamente aislado. Solo los carballos, algunas acacias salteadas, unos cuantos helechos reales y los pájaros que sobrevuelan exaltados por veces son testigos de tamaño don. Hay, al menos, tres cascadas cumplidas. Es un escenario en el que se puede uno detener, quedar con la mirada perdida y el pensamiento asentado en la nada para constatar que el mundo queda muy lejos de un emplazamiento así.
De vez en cuando, unos cuantos que saben del escondite van a bañarse y a masajear el cuerpo en las bañeras naturales y a nadar en las piscinas de granito. El agua está tan clara que casi se pueden ver los microscopios del fondo, si los hubiese.
El ensordecedor ruido de la corriente al despeñarse produce efectos aislantes y da fuerza relajante. En las Pozas de Carboal bien puede pararse el tiempo. No hay límites, ni a la imaginación ni al disfrute corporal. Aunque, eso sí, recorrerlas exige ciertos cuidados y obliga a andar con tino. El acceso no es sencillo del todo y caminar a la orilla del río obliga a cuidarse de resbalones que pueden dar con uno piedras abajo con los riesgos que esto conlleva. Es el cobijo perfecto para huir de los días muy calurosos de verano. El ramaje de los robles apenas deja filtrar algunos rayos de sol, que tiene que hacer grandes esfuerzos para traspasar la barrera natural y ver como el agua disfruta.