Estas casas de comida resurgen con fuerza gracias al turismo de interior y a los desplazamientos en coche. Nos colamos en cuatro locales emblemáticos de Galicia para comprobar qué siguen teniendo en sus cartas y cocinas para arrasar entre turistas y camioneros
«Un restaurante de carretera a veces no tiene nada que envidiarle a uno que recomienda la guía Michelin. Simplemente no suele ser cocina de autor, pero esto guarda poca relación con la calidad y la cantidad de los platos». De lo segundo que comenta José María Sallés, autor de la guía El camionero recomienda, casi nadie tiene dudas: las abundantes raciones de estos locales son un emblema de la gastronomía de nuestro país. Otro cantar es el tema de las virtudes intangibles de los menús. El mundo se divide entre los que disfrutan y reivindican esta cocina de siempre, de recetas sin dobleces y un producto noble; y aquellos que catalogan estos servicios de corrientes, molientes y carentes de emoción. En ambos grupos se encuentran, a buen seguro, miles de españoles que este agosto hacen las maletas para hacer un turismo que muchos despreciaban por recordarles a Los Brincos, el 600 y a Tres suecas para tres Rodríguez.
Las consecuencias del covid-19 obligan a reinterpretarlo todo, también el ocio, y según la Confederación Española de Agencias de Viajes (CEAV), el 40 % de las reservas que han gestionado estos negocios son para destinos locales. Quien más quien menos ya ha cruzado fronteras autonómicas por carretera para darse pequeños homenajes en forma de escapada. De este modo, han vuelto a coger fuerza locales que desde hace años estaban relegados, casi exclusivamente, a transportistas, viajantes de comercio y vecinos de la zona.
Algunos de los más emblemáticos de Galicia luchan contra la quinta ola para intentar arreglar el estropicio de los meses pasados. Y también el roto hecho por esas grandes franquicias que empezaron a peinar los heterogéneos paisajes de la península ibérica con el nacimiento de las autovías y autopistas. Valiéndose de un trato cercano, un servicio siempre dispuesto a dar más y unos menús del día con precios que dejan atónitos a propios y extraños, solo queda hacer una cata para comprobar por qué siempre hemos escuchado a nuestros padres decir eso de: «Si hay camiones aparcados paramos que se come bien».
José María Sallés, casi una referencia si se habla de restaurantes de carretera, precisamente porque creó una plataforma en el 2006 —«cuando los camioneros aún se comunicaban por emisoras, por muy lejano que pueda quedar esto»— para que estos transportistas pudiesen compartir dónde había que hacer parada obligatoria cuando están de ruta. Así, recogió las opiniones de estos profesionales y lanzó un libro que es la biblia de más de uno. Defensor, como no podía ser de otra manera, de una cocina «tradicional que no hay que querer cambiar», mantiene que estos locales son transmisores de la gastronomía más auténtica y por ello se alegra del flujo de clientes que van a volver a tener en los meses venideros.
Profeta o no, lo cierto es que los hosteleros entrevistados para este reportaje mantienen un pensamiento similar al de Sallés. Entre ellos se encuentra Javier Rafael Giuglarelli. Muy conocido en el concello de Oleiros, tiene olfato para los restaurantes de carretera. Al fin y al cabo, les ha dedicado buena parte de su vida, además de a su nuevo bebé: la heladería Rafa Gelato. «En el 2001 cogí la parrillada El Pampero, situada cerca del Club de Tenis, y le devolví el nombre que había tenido hacía años: La Raqueta. La verdad es que nos iba muy bien porque en cierto modo al estar sobre la carretera en una zona concurrida nos hacía muy visibles y, en parte por eso, en parte por la comida que ofrecíamos, ganamos clientes rápidamente. El problema fue que años después construyeron un puente horrible que nos dejó ocultos y eso nos afectó bastante, aunque tuviéramos comensales más o menos fieles». A lo largo de toda la conversación este argentino amante —cómo no— de una buena parrillada, incide en la importancia de tener una localización concreta para triunfar como restaurante de paso. Por eso en el 2015 se fijó en un local «situado en la carretera que va a Sada por la que pasan infinidad de vehículos; desde gente que va o viene de las playas a turistas que circulan por esa vía y a los que Google indica que pasarán por delante. Si tienen hambre, es fácil que hagan parada», comenta de manera estratégica Giuglarelli.
Todo esto puede parecer que sea coser y cantar. Pero aún falta lo más importante: la comida. Este empresario tiene claro que juega con una materia prima de calidad a la que, además, pocos le hacen ascos: la carne a la brasa. Como no podía ser de otra manera, el abanico de platos que sirven en este local es de todo menos pequeño: pescados, ensaladas, sopas, caldo gallego, tortilla o empanadillas. «Pero si nos preguntan, recomendamos siempre una picaña, una entrañita y que nunca falten unos buenos chorizos criollos», puntualiza el dueño de este asador argentino.
Otro tema que enorgullece enormemente a Giuglarelli es que su local se desliga de la estampa que muchas veces campa por el imaginario colectivo al pensar en un bar de carretera. Aunque la estética más purista, mantel de papel y gotelé mediante, tiene sus seguidores, en esta parrillada uno encontrará un toque de sofisticación que puede sorprender. Con una cuidada vajilla, unas mesas nobles y el toque de calidez que otorga la piedra vista, es casi inevitable no querer repetir en este local, si se está cerca y las tripas empiezan a cantar La traviata. Nada desdeñable es tampoco la oferta de vinos del local.
Llenos de optimismo, en este restaurante también piensan que este será su verano. El atractivo de su fabulosa terraza, sumado a, como comentaba en líneas anteriores, que esté situado en una zona estratégica en época estival, ayuda a que los empleados de Casona La Raqueta hayan puesto, más que nunca, la carne en el asador de cara a los próximos meses. «Esta época tan dura se nota que empieza a quedar atrás».
Aunque este restaurante se encuentra en la provincia de A Coruña y es un clásico de la zona, lo cierto es que en la última versión de El camionero recomienda —la más actualizada solo se encuentra online, en la web del mismo nombre— tan solo aparecen reseñas de locales de Ourense, Lugo y Pontevedra.
En el top 50 de españa
A caballo entre la N-VI y la A-6, en Noceda-As Nogais, se encuentra, precisamente, uno de los establecimientos mejor valorados por el gremio de los transportistas. Se trata del restaurante Villacol, que la plataforma Convey sitúa entre los cincuenta mejores de carretera de toda España. Inés Rodríguez, que regenta el local, explica que no basta con ofrecer una comida digna, deben hablar de ello. En su caso, de hecho, herramientas digitales que tanto han ayudado a otros locales de hostelería a estar en el foco, como pueden ser Instagram o Tripadvisor, apenas le han reportado beneficio. «A nosotros lo que siempre nos ha funcionado, y sigue siendo así, es el boca a boca; por eso vienen ahora los hijos de gente que era asidua al restaurante y transportistas que tenemos ya como clientes fijos».
Este local de la zona de Os Ancares lleva desde 1975 llenando buches a base de bien sin parar. No cierra ningún día y ofrece desayunos, comidas y (hasta hace poco) también cenas, cumpliendo así con el cometido de cubrir la necesidad más básica de todo ser humano: alimentarse. Porque entre tanta cocina fusión, espumas, aires y coulis varios, a veces se puede perder la perspectiva de la razón de ser principal de los restaurantes. Pero, ¿de qué manera logran en el Villacol contentar a sus comensales? Pues de una que no suele fallar: la que incluye recetas conocidas, pero infalibles. El plato estrella es el churrasco, que siempre entra cuando uno lleva unas cuantas horas en el coche. Pero también arrasan, según cuenta Rodríguez, «el caldo gallego, el cocido y las truchas con jamón». Y mantiene, orgullosa, que este tipo de menús seguirán triunfando pase el tiempo que pase porque, en el fondo, el paladar entiende de modas, pero lo justo. «A los jóvenes les sigue encantando el caldo y los potajes, que nadie piense lo contrario». También les gusta a los chavales, y a cualquiera que mire su bolsillo, que el importe a pagar acompañe. Y bingo. Tomar dos platos y postre en el restaurante Villacol cuesta tan solo 10 euros.
Así era España antes del «realfooding»
Las restricciones en forma de vaivén han sido un golpe al que pocos locales de hostelería han podido hacer frente. Más si se trata de casas de comidas en zonas poco transitadas que veían supeditada su subsistencia, en gran parte, a la existencia o no de cierres perimetrales. «Desde mayo del 2020 empezamos a funcionar con táperes y, en cuanto pudimos, comenzamos a trabajar con la terraza y una carpa. Ahora solo necesitamos que nos abran la barra».
En la parroquia begontina de Damil, Daniel Ferreiro también se sumó al envío de comida a domicilio casi desde que Pedro Sánchez echó el candado al país ese histórico 14 de marzo del 2020. Años lleva rodando Casa Varela y nunca se imaginaron en este restaurante, que en el pasado ejerció las veces de ultramarinos y estanco, lo que ocurriría bien entrado el siglo XXI. Esa apuesta por el cátering les supuso una vía de escape a Ferreiro y demás trabajadores de este restaurante en un momento que parecía imposible, ellos que viven, en buena medida, «de trabajadores que viajan, turistas, y visitantes del santuario de la Virxe dos Milagres de Saavedra». Cabía esperar, como comentó Ferreiro a continuación, que quienes caen en este restaurante se sorprenden gratamente por la relación calidad-precio. Como si el tiempo se hubiese detenido en este tipo de establecimientos, en esta casa el menú del día de Casa Varela tampoco supera los 10 euros, aunque por los manjares que ofrecen, los extranjeros se lleven la alegría de su vida.
El mejor cocido
Entre la oferta gastronómica de este local destaca «el cocido —preparado con cerdos que crían en Casa Varela y verduras de su propia huerta—, el pulpo a la plancha con grelos, un crujiente de rape, los callos y las almejas». Un ramillete de opciones y sabor que, desde hace unos meses, cada vez sirven más en terraza, una parte del negocio que, reconoce Ferreiro, tenían un tanto desatendida. Y eso que en este local, en su momento, se dio de comer hasta en la propia cocina.
Este restaurante begantino ha evolucionado de la mano de las necesidades de cada momento. Por eso nada queda de ese apartado de ultramarinos, que tumbaron las cadenas de alimentación que llevan años asentadas en Galicia. Esto hizo, no obstante, que la familia de Ferreiro —el que inició esta andadura fue el padrino de su padre— pusiese todo el foco en la parte de restauración, que ahora les da tantas alegrías. Y que así siga siendo: «Empezamos a notar de verdad que se reactivaba la cosa yo creo que en el puente das Letras Galegas. Está tirando mucho el turismo de cercanía y yo creo que se va a mantener así un tiempo. Innegablemente eso a nosotros nos beneficia».
Para morros finos
De los nueve locales gallegos en los que los camioneros invitan a hacer parada, el que tiene una mayor puntuación es una marisquería cuyo menú ronda los 80 euros. Apto solo para morros finos con carteras llenas. Se trata del restaurante Mochi, situado en la localidad pontevedresa de Vilaboa. Este local se ha especializado en eventos y banquetes, pero también trabajan dando comida bajo encargo.
Y de un menú por persona que puede dejar temblando la cuenta bancaria al siguiente gallego en el ránking, uno mucho más económico que, por cierto, no se encuentra demasiado lejos de esta marisquería. El Bar Nando, en la parroquia redondelana de Chapela, fue uno de los mencionados en la guía de papel y un claro ejemplo de cómo una casa de comidas sin ínfulas, cuya única pretensión es dar de comer lo más sabroso posible, puede mantenerse en lo más alto pese a llevar funcionando desde 1967. «Somos un negocio pequeno, temos vinte mesas máis a terraza, pero atendemos todos os días a xente que vén probar, sobre todo os nosos chocos e as sardiñas». Aunque si uno hace caso a lo que dicen las reseñas de Internet, la empanada de navajas es el plato más laureado. Lo preparan todo, según cuenta Nando —«o fillo de Nando», apostilla—, su mujer y su madre, que sacian con gusto el apetito de «galegos e moitos madrileños que pasan por aquí». Las raciones bien abundantes son marca de la casa en un local que puede pasar desapercibido desde el exterior, pero al que merece la pena darle una oportunidad.
Y si viramos a otros puntos de la geografía gallega es inevitable hacer parada en el Hotel Restaurante Pontiñas si estamos cerca de Lalín. Ahí encontraremos el cocido más valorado por los camioneros y un comedor con capacidad para 200 personas. Así que malo será que uno se quede sin sitio. ¿Otro local sobre el que hay consenso que debemos parar sí o sí alguna vez? El restaurante Novaíño, situado en el concello de Sandiás, en la comarca da Limia. Especialmente valorado por sus carnes a la brasa y el marisco fresco, postres como el flan, la tarta de queso o las filloas se ponen a la altura del mejor plato principal.
Comenta Sallés que, cuando viaja, sabe que se encuentra en el centro de la ciudad si ve un Zara. La empresa matriz de Inditex es punto de referencia de este fundador de Wtransnet, y de tanta otra gente. «Esto pasaba con los aparcamientos de los restaurantes de carretera, nadie paraba hasta encontrar uno que tuviera muchos coches. Ahora, con la gratuidad de muchas autovías y autopistas es cada vez más raro dar con esta imagen. Por eso el hecho de que este verano vayamos a desplazarnos más por carretera es una gran oportunidad para reconectar y conocer esos platos de siempre que no han perdido valor y, lo que no es tema menor, en la mayoría de casos de manera muy económica».