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El espíritu de Rosalía de Castro sigue vivo en la iglesia de San Xulián de Bastavales

cristóbal ramírez

VEN A GALICIA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

El templo aparece de repente ante los ojos, con su enorme torre y sus dos niveles de campanas, esas cuyo sonido emocionaba a Rosalía de Castro

21 ago 2021 . Actualizado a las 04:55 h.

Hay algunos lugares y edificios que todo gallego debe conocer, y máxime si son compostelanos o de sus cercanías. La catedral, por fuera y por dentro, es el ejemplo obvio. Pero aunque no le hagan sombra, en esa primera línea figuran enclaves tan simbólicos como Bastavales. Y son simbólicos gracias a los versos de Rosalía de Castro que todo el mundo ha leído, escuchado o cantado: «Campanas de Bastabales, cando vos oio tocar, mórrome de soidades. Cando vos oio tocar, campaniñas, campaniñas, sin querer torno a chorar».

Tal visita debería ser, como quien dice, obligada para todos, escolares y no escolares. Y aunque haga calor es este un buen momento para llegarse a esa iglesia del municipio de Brión. Es decir, a dejar la autovía a Noia al final de Bertamiráns, tirar hacia Os Ánxeles, seguir recto y continuar hasta encontrar un desvío señalizado Bastavaliños, a la derecha. Eso sí, hay que ir despacio porque lo más fácil es pasarse.

Lo de menos son los dos lavaderos, carentes de gracia, que se va a encontrar el excursionista en el kilómetro justo que tiene por delante. Pero son un indicio de que el agua y las fuentes van a abundar. Sin duda existe por ahí abajo una capa freática grande. Y de repente aparece el templo de San Xulián de Bastavales ante los ojos, con su enorme torre y sus dos niveles de campanas, esas cuyo sonido emocionaba a Rosalía de Castro. Del espacio, en su conjunto, emana monumentalidad. Es un lugar irrepetible. Todos los son, claro está, pero este posee una fortísima personalidad. Tanta que los ojos no saben adónde mirar y ni se dan cuenta de que abre sus puertas un acogedor bar a la izquierda y un gran espacio para aparcar el coche.

Lo primero que resalta es el calvario, elegante y de porte. Luego, el palco y dos monolitos de recuerdo a sendos benefactores de la parroquia. De telón de fondo, la iglesia en sí, muy voluminosa, con la rectoral al fondo. Y, sorpresa, otro templo más en un nivel superior puesto bajo la advocación de la Virgen del Carmen. Y más fuentes. Y más zonas ajardinadas. Y el cementerio que es una pequeña obra de arte, con la ventaja de que el nuevo se levantó en lugar discreto y algo alejado de manera que no rompe la estética.

La iglesia principal fue comenzada a construir en 1768, con fachada de un solo cuerpo y trabajada puerta neoclásica. Si está abierta, en el retablo principal y como no podía ser de otro modo destaca San Xulián, con San Pedro y San Pablo a su lado.

Solo se contabilizan dos puntos negros, y ambos pueden desaparecer mañana mismo. Uno lo conforman los dos contenedores puestos de cualquier manera, afeando la vista cuando podrían o cambiarse de lugar o bien camuflarlos. Y otro es la intolerable placa que todavía, a pesar de no ser legal, muestra la fachada de la iglesia reactivando rencores de la guerra civil de 1936.

Y cuando uno se ha cansado de recorrer y admirar ese entorno, creado justo al pie de una sierra muy arbolada y de tan escasa altura como alto encanto, los pasos se dirigen hacia el mirador sobre el valle de Amaía. Y al fondo, un poco a la izquierda, destaca un conjunto apiñado de edificios. Es Santiago de Compostela, donde nació Rosalía de Castro, esa mujer que decía, referida a estas campanas, que «cando de lonxe vos oio, pensó que por min chamades». Una llamada que siente todo el mundo que se acerca hasta allí.