Vistas panorámicas, viejos astilleros y arquitectura en una ruta cerca de Ferrol
21 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Las playas de Fene, en el fondo del golfo Ártabro, son las típicas playas gallegas pero de ría cerrada como es la de Ferrol: poca arena, mucho guijarro. Aquí no batieron nunca las olas con la suficiente fuerza como para desmenuzar con firmeza las rocas. En la que se extiende entre la ribera industrializada y la cofradía de Barallobre su principal valor _amén de que un cartel asegura una buena calidad de las aguas_ es la vista, la panorámica. Otra panorámica distinta de la parte intermedia de la ría de Ferrol, oculta tanto la entrada con sus castillos como el fondo con la desembocadura del Xubia, aunque esta última se adivina porque ahí está el imponente monte Ancos dominándolo todo hoy como cuando hace dos milenios se construyó en su cumbre un gran castro.
Estar en esta playa es entender mejor la industrialización de Ferrol y su entorno. A la derecha quedan los astilleros del viejo Astano, y a la izquierda la base naval de A Graña, con manchas grises que no son otra cosa que barcos de guerra. Y ante los ojos, los astilleros de Navantia, el Arsenal (más manchas grises) y las torres del barrio de Caranza rodeadas por un cinturón verde, quizás ignorando sus habitantes que todavía en los años 50 se alababa la calidad de las parrochas que se pescaban en aquellas aguas.
Y en el medio de ese cinturón verde, casi tocando el mar, un sencillo templo blanco. Es la iglesia de Caranza, donde los habitantes de ese montículo tan largo (todos labradores hace siete u ocho décadas) bautizaban a sus hijos y se casaban.
Bordeando el mar todo lo posible por una pista muy estrecha, prácticamente sin tráfico se va descubriendo la panorámica de Ferrol. Además, y aunque por supuesto está presente el eucalipto, sobrevive algún ejemplar arbóreo autóctono, otros decorativos y frutales por doquier. Todo ello conforma un paraje acogedor.
El excursionista tendrá que hacer un stop, y en ese cruce, a la diestra. Un poco más adelante, en un cruce, a la diestra de nuevo, porque a los 50 metros espera un castro. La vegetación, baja, suele impedir verlo, pero ha sido rasurado y ahora mismo sí es posible trepar a su muralla y recorrerla en gran parte, hasta dar con una vivienda que curiosamente alguien ha permitido construir y que por supuesto mutila el espacio arqueológico.
De nuevo en la pista, 700 metros al oeste con viviendas unifamiliares aquí y allá, alguna con un diseño atrevido y original que no desentona.
El muelle de O Seixo
Así, en fin, se desemboca en la calle que tras medio kilómetro muere en el muelle de O Seixo. Palabras mayores. O mejor dicho, podrían ser palabras mayores si se copiara lo que de bueno tienen los europeos norteños: si se arreglaran un par de edificios, si se pusieran flores y, en fin, si se adecentara el entorno un poco. Porque hay casas que hacen abrir la boca de admiración y que ya quisieran tener esos europeos.
Además, hay una capilla y una historia: una placa recuerda a un pintor y otra más a un aviador.
Subiendo de nuevo por esa calle de pasado y de futuro, al dejar la panadería Iglesias a la izquierda se coge el callejón y arranca unos metros más adelante a mano contraria un callejón que lleva a un lugar muy agradable para estar con los más pequeños. Y si se sigue esa pista que bordea la ribera se gana Beiramar, un espacio muy amplio con mesas para seguir contemplando, como telón de fondo, Ferrol y sus astilleros.
EL COMIENZO. 43°27’49’’N 8°11’36’’ W.
EL CASTRO. 43°27’30’’N 8°12’32’’ W.
LA FOTO MÁS PERSONAL. En el muelle de O Seixo.
PARA NO OLVIDAR. José Piñeiro, «el hombre pájaro», fue un aviador nacido en O Seixo.