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A Miserela, remanso fluvial y de paz monacal

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MARCOS CREO

En la bifurcación de los ríos Barbanza y San Xoán, municipio de A Pobra do Caramiñal, conviven muros y piedras de un convento, un puente medieval, un petroglifo y unas piscinas naturales

02 oct 2021 . Actualizado a las 22:26 h.

Fantaseaba Carlos García Bayón en una de sus estupendas crónicas sobre las piedras ilustres de Barbanza una visita al monasterio de San Juan de A Miserela en A Pobra do Caramiñal, de la mano de un fraile imaginario con el que recorría estancias no menos imaginarias porque de la construcción solamente quedaban muros y piedras rodeadas de tojos y silveiras. Contaba el cronista cómo escuchaban de fondo el chapoteo del agua del río deslizándose entre cantos rodados y lajas hasta caer en las hoy populares piscinas naturales del Pedras. El propio Bayón especulaba que el mismísimo Valle-Inclán aprovechó aquel remanso de calma para alumbrar pasajes de sus mejores obras.

En las faldas del monte A Curota, cerca de donde se fusionan los cauces de los ríos Barbanza y San Xoán, se encuentra un espacio natural que concentra historia, patrimonio, naturaleza y ocio. Un puente medieval es el vestigio más evidente de un emplazamiento que en tiempos acogió una construcción monacal que, hace unos años, fue excavada por especialistas que llegaron a la conclusión de que en la zona ya se registraba actividad humana en el siglo X.

El benedictino Martín Sarmiento documentó en 1754 una pequeña iglesia abandonada. Eran los restos de un convento cuya construcción García Bayón dató a principios del siglo XIII; primero, como morada de benedictinos; después, de franciscanos, hasta que estos la abandonaron «huyendo de lobos y soledades», deduce Bayón.

Dice la leyenda que el eremitorio fue fundado por San Mauro, que, al igual que el Apóstol Santiago, llegó allí en una barca de piedra perseguido por los moros, a los que dificultaba el paso llenando el cauce de cantos rodados, de ahí que acabase llamándose río Pedras.

Restos de los muros

Permanece en pie el viaducto medieval construido por los monjes para acceder al río, y también restos de los muros de las edificaciones. Muchos de los sillares que se echan en falta fueron aprovechados para construir una central eléctrica que se levantó en las proximidades. Asimismo, muy cerca, se encuentra un petroglifo y la supuesta arca de piedra que transportó al santo.

El camino para llegar a este interesante rincón parte de Aldea Vella, que, como su nombre indica, es un pequeño núcleo semiabandonado que vale la pena recorrer por sus angostos caminos hasta descender a la orilla del río Pedras. La frondosa vegetación alivia los calores estivales y, en el otoño, surte de castañas a los viandantes.

A partir de Aldea Vella, es recomendable remontar el río por un sendero fluvial y ver las construcciones que jalonan el cauce, la mayor parte de corte antiguo, pero restauradas, aunque también permanece alguna de cemento empleada en su día como presa de captación de agua.

El camino se empina cerca de las piscinas, lo que obliga a desviarse a una pista forestal hasta llegar al puente medieval, donde una bifurcación permite elegir entre las piscinas naturales o los restos del monasterio.