El trazado urbano de O Parrote a Pedralonga languidece por el descuido de las instituciones, ajenas a su significado histórico. Testimonio: «Vimos una ciudad de espaldas al peregrino y sin iglesias abiertas». Opinión: «Un anacronismo que perjudica a A Coruña»
23 oct 2021 . Actualizado a las 23:25 h.Fue el más importante de todos los Caminos, la única ruta a Santiago que liberaba al peregrino de un viaje agotador de varios meses, cuando no años, expuesto a toda clase de penurias. La exigencia aquí era navegar, llegar al golfo de los ártabros, ver el faro de la Torre y buscar el abrigo de O Parrote al cabo de cinco o seis días de travesía desde alguno de los puertos del sur de Inglaterra donde centenares de peregrinos del norte de Europa esperaban para poder embarcar. Muchos ya habían llegado por mar a la abadía de Finchale desde Dinamarca, Suecia o la remota Islandia, y desde allí continuado a pie hasta Plymouth, Bristol, Dartmouth o Southampton. Cuando por fin arribaban a A Coruña y entraban en la ciudad por la puerta hoy embutida en el complejo de La Solana apenas tenían que salvar 60 metros y unos pocos escalones para abrazar al Apóstol en la iglesia de Santiago y agradecerle su protección en el azaroso periplo marítimo. Alcanzar Compostela ya era pan comido.
«A Coruña vive allea ao rasgo internacional máis importante da súa historia e tamén o máis épico», lamenta el investigador Manuel F. Rodríguez, especialista en el Camino Inglés y autor de un informe encargado por el Cabildo catedralicio y el departamento municipal de Turismo en el 2016 para fundamentar la concesión excepcional de la Compostela a los peregrinos que parten de la ciudad -aunque no recorran los 100 kilómetros que la Iglesia requiere para entregar el diploma- siempre que visiten los espacios jacobeos de su municipio. «A grandísima relación histórica entre Galicia e Inglaterra estableceuse a través do tráfico de peregrinos que chegaron a Coruña nos séculos XIII, XIV e XV», explica Rodríguez a tenor de las investigaciones pioneras, aún sin superar, de Constance Mary Storrs, para la que pide una calle o un reconocimiento a la altura de su aportación.
Ese Camino europeo que solo se interrumpió -y no del todo- con la Reforma protestante a partir del siglo XVI, atrajo a la ciudad a figuras excepcionales como la mística Margery Kempe, a príncipes de la corte de los Médici, a reyes o a William Wey, fundador de Eton y autor de una narración extraordinaria que describe el puerto como un floreciente lugar de acogida de miles de peregrinos de culturas y lenguas diversas, abarrotado aquellos días por más de 80 barcos.
Ni acogida ni albergue
Nadie recibe en el 2021 a los contados navegantes o viajeros a pie que pisan A Coruña. «Esta es la cenicienta de los Caminos», cuenta Manuel Soto, que peregrinó desde Roncesvalles en 1993 y es uno de los voluntarios que cada jueves atienden durante un par de horas la oficina jacobea situada al lado de la iglesia de Santiago. Tampoco hay albergue para dar alojamiento a los recién llegados, como ofrecía el hospital medieval de San Andrés a los menesterosos, o el convento de San Francisco a los nobles y pudientes.
«É unha mágoa que unha cidade atlántica, fermosa e encantadora que foi o porto histórico de peregrinos do Norte [el 100 % llegaban aquí, según los investigadores] estea perdendo a tradición e non a aproveite para sacarlle rendemento turístico e cultural e gañar riqueza», señala Manuel Mirás, alcalde de Oroso y presidente de la asociación que reúne a los 18 municipios por los que discurren las dos variantes del Camino Inglés: ferrolana una, la menos documentada, con más de 8.500 peregrinos desde enero, y coruñesa otra, principal en el pasado pero transitada en la actualidad por una corriente testimonial que este año trajo a 182 personas a iniciar la peregrinación en la ciudad, 28 desde Irlanda y el Reino Unido, y 16 desde puntos del resto de Europa. Juntos no suman ni el 3 % de todo el Camino Inglés.
El estado de abandono en que se encuentra el tramo coruñés, desde O Parrote hasta Pedralonga, da la medida del interés de las instituciones. En el ábside de la iglesia de Santiago, el primer marco de los tres que jalonan la ruta hasta Culleredo señala los 72,804 kilómetros que distan de Compostela con una flecha amarilla que apunta hacia dentro de la Ciudad Vieja, en el sentido contrario al original. Se trataría de una licencia poética, según algunos, para regalar al caminante la visión gloriosa de los plátanos de Azcárraga sobre la fuente del Deseo.
Desde allí solo puede bajar la calle Damas y dar con otra señal de pared que lo reconduce hacia Riego de Agua y la calle Real para enfilar los Cantones, Sánchez Bregua y Linares Rivas hacia la salida de la ciudad. La intuición o una buena guía -nunca la señalización, que es inexistente o confusa y rara vez cumple su función- llevarán al peregrino a la Palloza, Cuatro Caminos, la glorieta de Monelos y, al final de la cuesta, al alto de Eirís, donde en un golpe de vista podrá ver los estragos de la desprotección de la vía histórica y el crecimiento descontrolado de la ciudad.
Una de las arterias perimetrales de Xuxán, aún desierta, atraviesa el núcleo rural de Eirís de Abaixo y el monte Mero. Una fuente vecinal abandonada por la Administración, un sendero flanqueado a ambos lados por una verja alta rematada con pinchos y el paso imposible a O Portádego desde Pedralonga despiden al caminante. En Inglaterra, mar por medio, un grupo gallego financiado por la Diputación recorre el territorio para recuperar la ruta y los vínculos. «El peregrino siempre va en vanguardia», dice un estudioso, «el Camino Inglés tuvo épocas de esplendor, veremos qué se dice de esta, si se dice, dentro de 1.000 años».