Arturo Piñeiro, el boirense que pedaleó casi cuatro mil kilómetros desde Oslo a Santiago
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Completó el recorrido en 23 días con mucho ánimo, pero diversos contratiempos
28 oct 2021 . Actualizado a las 17:12 h.Dicen que el Camino engancha, que quien prueba la experiencia quiere repetirla y que hay incluso quien se convierte en adicto. Arturo Piñeiro (Boiro, 1970) lo confirma. Acaba de completar con su inseparable bicicleta los casi cuatro mil kilómetros que separan Oslo de Santiago, pero no es la primera vez que se embarca en una aventura de este tipo y ya advierte que tampoco será la última. De hecho, le falta tiempo para afrontar todos los retos que tiene en la cabeza.
El último que completó le supuso una inversión de 23 días, pero realmente los preparativos comenzaron mucho antes, a principios de año. Aunque pueda pensarse que es el recorrido en sí, que sale a una media de 170 kilómetros al día, la parte más complicada de esta aventura, Arturo Piñeiro lo desmiente: «Lo más duro es la logística. A nivel físico y psicológico estoy entrenado para un reto así, pero lo complicado es encontrar donde dormir o comprar comida y entenderte con la gente, sobre todo yo, que no hablo inglés».
Ni que decir tiene que las condiciones meteorológicas del norte de Europa tampoco son un buen aliado: «Que llueva y pasarte 11 o 12 horas en la bicicleta completamente empapado es muy duro». Asegura que, para recorrer el Camino como lo hizo él, hay que tener mucha fuerza y pocos escrúpulos. El boirense optó por hacerse su comida, comprando en supermercados, y dormir en habitaciones de casas particulares que alquiló previamente: «En algunas viviendas lo único que me dieron fue un colchón y sucio. En una ocasión llegué a una casa a la medianoche y la reserva que tenía era falsa, por lo que me vi durmiendo en la calle». Salvó la situación con una buena dosis de suerte, pues localizó un hotel en el que había un empleado que hablaba español y, tras contarle su contratiempo, logró que le prepararan una litera.
Pese a todo, Arturo Piñeiro sostiene que nunca llegó al extremo de plantearse abandonar. Ni siquiera en los dos momentos más bajos que tuvo en León y en el alto de O Cebreiro. En ambos casos estaba calado hasta los huesos, después de pedalear varias horas bajo la lluvia. Logró reponerse tras romper una de las normas que se había impuesto, entrando en un restaurantes para darle al cuerpo comidas calientes.
Y cuando alcanzó la meta, la plaza del Obradoiro, la tensión acumulada explotó en forma de lágrimas: «Ver nuestra catedral y ser consciente de que había completado el Camino hicieron que se me pusiera la piel de gallina y empezara a llorar. En ese momento fui consciente de que, además de fuerza y ganas, hay que tener una buena dosis de suerte para completar un reto como este, porque afrontas muchos riesgos, desde una caída hasta una gastroenteritis o una fiebre derivada de las mojaduras».
Desconexión total
Escuchando a Arturo Piñeiro podría parecer que completar un Camino como el que él eligió, partiendo de la catedral de Oslo, no es una aventura agradable. Sin embargo, asegura que, en una balanza, lo bueno pesaría mucho más que lo malo: «La soledad y la paz son para mí las mejores recompensas. Durante esos días vives desconectado del mundo». Tal es su pasión, que asegura que limpiando la bicicleta cada noche o preparando las alforjas para la etapa del día siguiente se sentía totalmente feliz.
Este aficionado al ciclismo no era la primera vez que afrontaba un reto como este. En el pasado había cubierto en varias ocasiones el Camino que discurre por el norte de España y también el que parte de Madrid. Tal es su afición que ya está pensando en su próxima aventura, que probablemente sea tomando Grecia como punto de partida para pedalear otros cuatro mil kilómetros. Su sueño es salir de Jerusalén, pero para cumplirlo necesita disponer de los dos meses que le llevaría completar ese trazado.
A Arturo Piñeiro no hay Camino que se le resista. Ni siquiera la discapacidad del 43 % que sufre debido a una enfermedad intestinal que influye directamente en su alimentación constituye un impedimento: «Esta es mi gran pasión».