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Ames presume de otoño japonés gracias al pequeño bosque de arces de Ana y Tucho

Emma Araújo SANTIAGO / LA VOZ

VEN A GALICIA

La pareja de Framil permite el acceso a parte de su finca cargada de tonalidades

01 nov 2021 . Actualizado a las 21:27 h.

Ana Bustelo y Tucho Romero están recién jubilados y gozan de una vitalidad envidiable. Parte de su calidad de vida, tras casi medio siglo trabajando en Santiago, se la da su vivienda, ubicada en un finca de una hectárea en la aldea de Framil (Ames), con vistas a Bastavales y equidistante unos cuatro kilómetros de Santiago, Bertamiráns y O Milladoiro.

En la mitad del terreno, en una zona accesible junto a la carretera, tienen un pequeño paraíso en el que disfrutar de lo que la cultura nipona denomina momiji (otoño), gracias a la plantación de más de un centenar de múltiples variedades de arce japónica, el tipo de árbol que se tiñe de gamas de rojo, pero también de amarillos y matices de verde.

Esta inusual plantación llegó a Framil en una mezcla de vocación, mala suerte y también buena. La vocación por los árboles la puso Enrique, el hijo de Ana y Tucho. En su haber académico convive una licenciatura de Filología Inglesa y formación en materia forestal. Gracias a la segunda, y con la colaboración de un invernadero cercano, decidió plantar estos árboles en la finca de sus padres para comercializarlos. La llegada de los primeros ejemplares fue paralela a una oferta laboral en Irlanda. Allá se fue dejando a sus padres al cuidado del embrionario rincón japonés. «Ese verán déronnos moito traballo porque fixo moita calor e había que regalos e coidalos cada día», recuerda Ana, que enseguida añade que a partir de ahí la tarea fue mínima.

Llegó la crisis, el invernadero cerró, Enrique se fue a vivir a Cuenca y ellos se quedaron al cuidado de los árboles, que su hijo mima cuando los visita. «Nun invernadoiro véndense por 300 euros e a min dábanme 40 ou 50 por cada un, así que decidín quedar con eles e regalar algún aos amigos», relata Tucho, que permite el acceso a su paraíso a quien quiera y lo respete. Incluso pueden sentarse en los bancos de troncos repartidos entre los arces, plantados hace unos veinte años. Algunos ejemplares tienen cintas de colores porque con ellas identifican los árboles que posiblemente se marchen de Framil. Varios podrían viajar a Bélgica, porque una persona de ese país, informado por un invernadero, se interesó por comprar varios ejemplares y ahora están revisando la normativa para este tipo de ventas. Mientras lo cuenta viaja con cierta morriña a la época en que su bosque era mucho mayor. «Tiñades que vir daquela, isto era unha marabilla», afirma Tucho, ya que llegaron a plantar 1.800 ejemplares de veintitrés variedades de arce japonica distintas. «Lembro cando os mais bonitos marcharon para Portugal», añade Ana acompañada de Luci, su pequeña perra que enseguida entabla amistad con las visitas, acostumbrada también a compartir este rincón del lejano oriente.