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La efímera resurrección de Bexán

Jorge Casanova
jorge casanova MONFORTE / LA VOZ

VEN A GALICIA

Vítor Mejuto

La iniciativa cultural «In memoriam» rescata la imagen de los antiguos moradores de una aldea de O Saviñao colgada sobre la Ribeira Sacra, que perdió todos sus habitantes en el último medio siglo

08 ene 2023 . Actualizado a las 18:46 h.

Bexán (O Saviñao, Lugo) es el lugar en el que a usted le gustaría despertar cada mañana. Colgada sobre la ribera este del Miño y rodeada de las viñas que en otoño muestran todo su poderío cromático, es una aldea con el caótico y maravilloso trazado urbanístico al que obliga su difícil orografía: sinuosas y estrechas calles atravesadas por escaleras centenarias, protegidas por arcos que dividen casas y, al fondo, siempre el icónico discurrir del río, atrapado entre los embalses de Belesar y Os Peares. Bexán es un capricho de la naturaleza donde ya no vive nadie.

Hoy, la aldea parece otra. El sol de invierno disipa la neblina e ilumina las calles por las que rebota la voz de la señora Encarna quien, con sus 88 años, camina con cierta dificultad apoyada en dos bastones. Se detiene debajo de un gran panel con dos fotografías de carné en blanco y negro que flanquean una tercera en la que una mujer joven transporta con garbo lo que parece un haz de hierba: «Eu son a do feixe. Sabe o que é un feixe?». «Tiña boa figura», le respondo. Y la abuela, que hoy vive con su hijo en Escairón, levanta por un segundo una sonrisa pequeña, algo pícara: «O malo é que nesa foto non se me ve moi ben».

Encarna, que nació en Bexán, se casó fuera, pero trajo allí a su marido y crio en esa aldea a sus hijos, está contenta. Junto la que fue su casa han brotado las fotos de su hijo, su nieta y la suya propia. Forman parte del fenómeno que ha traído hasta la aldea olvidada a periodistas y curiosos, la intervención artística del colectivo Sacra Art: enormes ampliaciones de fotos de los antiguos habitantes que cuelgan de las fachadas, algunas de ellas derruidas, pero muchas otras aún en pie. La retirada de las fotografías responsables de esta efímera resurrección, prevista para hoy, se ha suspendido sine die.

El burato invisible

«Aí, nese burato da pedra, gardabamos a chave da casa», señala Encarna con uno de los bastones. Pero el burato solo lo ve ella, mejor dicho, lo intuye, porque las hierbas han colonizado la roca, testigo silencioso de la agonía de la aldea. Aquellos que aún atesoran recuerdos de Bexán son capaces de dar vida por un momento al escenario de su infancia, de sus momentos felices, de la vida que un día llenó las calles de la aldea. Aunque no todo es abandono y olvido. A la entrada hay señales de obra. Alguien está dando una placa a lo que parece una bodega, y algunas casas, pese al deterioro, están cerradas con llave. Alguien va de vez en cuando.

La propia Encarna cuenta que hace años que vendió la vieja casa a unos ingleses, que viajaron hasta allí un par de veces: «Durmían en tendas de campaña», recuerda. Pero, si tuvieron en mente algún proyecto de rehabilitación, la pandemia lo fulminó, porque a los británicos no se les ha vuelto a ver por allí.

El último vecino de Bexán, el que bajó la persiana, tiene casa pero no tiene foto. Dicen que era un jubilado de Fenosa con una pensión más que suficiente para vivir mejor de lo que vivía. Pero se atrincheró en una de las casas más altas de la aldea y de allí lo sacaron cuando su salud le impidió seguir viviendo solo. Falleció hace poco más de un año. De su memoria queda su casa y un coche abandonado que bloquea la pista de entrada: «Debe levar así máis dun ano», aventura uno de los que tuvo familia en la aldea. Con él se fue el último aliento del pueblo porque, pese a las prometedoras obras y las puertas cerradas, la única verdad es que, cuando cae la noche, ningún fuego se enciende en Bexán.

Hubo un momento en el que se encendían 17, tantos como casas ocupadas. Unas 130 personas, dicen, vivían allí. Había vacas y gallinas, perros, niños y conejos, hombres y mujeres que sacaban lo que podían de la tierra y el río, la principal fuente económica de la aldea. Todo eso se perdió mucho antes de hicieran carrera expresiones como el abandono del rural o la España vaciada. Hace décadas que algunas casas cerraron mientras sus habitantes subían a otros pueblos mejor comunicados buscando la cercanía del médico, de la tienda, del colegio... Hoy, ese proceso inexorable, continúa. A Bexán ya no le afecta, porque no queda ya nada que cerrar. Solo los espectros de aquella vida en las fotos colgadas de sus fachadas centenarias.

VÍTOR MEJUTO

«Vela aquí é emocionante»

Milagros vive en A Portela, otra aldea cercana, a la que es algo más fácil acceder. En Bexán vivía su abuela, que la crio porque su madre murió cuando ella tenía 2 años. Y el padre, unos pocos años después. Así que Milagros se casó cuando tenía 15 y dejó la aldea de su niñez para no volver más que de visita. A la entrada del pueblo está la fotografía de su abuela: «Vela aquí é unha gran emoción. De verdade que é unha homenaxe moi bonita», dice mientras lamenta no haber encontrado una foto mejor para ofrecer a los promotores. Desde la casa de la abuela, se ve el Miño y el puente de Belesar, el escenario de su infancia. Dice que se emociona cada vez que viene y que le gustaría que el pueblo volviera a tener vida.

A veces ocurre. Cada 13 de junio, por ejemplo, cuando se abre la capilla y se celebra al patrón, San Antonio. La capilla es uno de los edificios que mejor aguantan el abandono. En la mayoría, la naturaleza va dejando su huella destructiva. Hace unos días, las lluvias le dieron la puntilla a una de las paredes que ha dejado casi impracticable una calle. La foto de la pareja que habitó aquella casa reposa ahora sobre poco más que un dintel. Nadie retirará las piedras. Ya no es preciso.

VÍTOR MEJUTO

Rosario, que ha venido a enseñarnos la aldea, y su hermano, que atiende algunas de las viñas que alfombran la ladera hasta el Miño, andan también por la hoy bulliciosa aldea. Ella posa junto a los retratos de su abuela, Emilia y su madre, Carmen. En la pared de al lado están el bisabuelo Manuel y el abuelo Antonio en una foto tomada en La Habana, cuando el abuelo aún estaba soltero. Las historias de cada casa afloran a través de los escasos testimonios gráficos de la época. Está bien que al menos los cuenten las paredes, ahora que ya no queda allí nadie para hacerlo.