Dos iglesias centenarias dan lustre al último tramo del río Eume

En teoría, época de lluvias. Pero no de quedarse en casa, y menos este soleado fin de semana. A veces no resulta muy agradable echarse a andar, si bien siempre es posible una visita a algún lugar cercano. Y en eso Pontedeume esconde muchas posibilidades, además de su torreón en el centro y el castillo de Nogueirosa.

El otoño es buena ocasión para aprender geografía humana, y además sobre el terreno. En tierras de un Eume final que está a punto de rendir sus aguas al golfo Ártabro, una de las posibilidades es remontar la orilla del río y en vez de seguir de frente subiendo a Monfero se elige la izquierda, como para ir al monasterio de Caaveiro.

La carretera no es muy ancha y va a subir y bajar sin grandes pendientes, serpenteando. Si no hay lluvia, el trayecto puede hacerse en bicicleta porque el tráfico ahora es escaso, aunque también lo es la visibilidad. Y así se llega a un desvío a la izquierda que en un centenar de metros conduce a la centenaria iglesia de Nogueirosa.

De vuelta a la carretera, muy poco más adelante un desvío por pista estrecha anima a ir a Castro. ¿Hay yacimiento arqueológico? No. ¿Lo hubo? Sí. Algo debe quedar en la parte más alta, pero se trata de un bosquecillo de dimensiones mini al cual el acceso es realmente difícil. Desde esa colina el paisaje merece como mínimo el calificativo de atrayente. El visitante debe dejar que vuele la imaginación y retroceder dos mil años y de alguna manera ver cómo era aquello, por qué los hombres prehistóricos se asentaron allí, cerca de un río rico en pesca, a resguardo de los vientos y en una tierra muy feraz. Por cierto, el coche llega hasta una fuente muy popular en la comarca, bien señalizada y que se conoce como Fonte do Castro.

De nuevo en la carretera procede seguir remontando el río y tras dar una curva que hay que tomar con tanto sentido común como precaución aparece a la diestra la iglesia de Ombre. La primera impresión que produce es la de altivez, de fortaleza, en un entorno muy bien cuidado. Se trata de otro ejemplar barroco tan típico de la Galicia rural. Se levantó en el siglo XVIII y el interior sorprende: si por fuera es austero y sobrio, especialmente su fachada, dentro tiene un magnífico altar. Tradicional puerta de entrada al cementerio, datada a finales del siglo XIX.

Y mientras se da vuelta al coche, el excursionista puede preguntarse cómo alguien publica en la Wikipedia que el topónimo en español es Hombre, y que en la traducción a gallego es Ombre. Una sonrisa nunca sobra, extensiva a los habitantes de al menos otros cuatro núcleos del mismo nombre, en los municipios coruñeses de Brión, Culleredo, Miño y O Pino.

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