El transporte marítimo de emigrantes y la entrada de capital indiano forjaron la estructura urbana actual en la tercera década del siglo XX
22 nov 2021 . Actualizado a las 14:04 h.Un edificio puede encerrar una ciudad. Lo dio a entender la Casa Escariz hace dos semanas. Apoyada en la decadencia de sus torreones y la insólita historia de un indiano que dejó misas pagadas hasta el final de los tiempos para salvar su alma piadosa, la casa de la plaza de Pontevedra saltó a las noticias propulsada por la sociedad que la levantó. «La ciudad sonrisa», la llamaban más allá de A Pasaxe. «La Coruña es una ciudad moderna de la que se sabe que tiene 60.000 almas, pero eso se sabe por la geografía. Por el aspecto que ofrece al turista, se creería en el medio millón de habitantes, tales son el movimiento y el bullicio que reina en ella a todas horas», escribía desde La Habana José Ignacio Rivero en el Diario de la Marina. Eran los felices años 20. Hoteles, teatros, tiendas, toros, clubes, sociedades culturales, 29 consulados, las Irmandades da Fala, grandes constructores y mucho capital. «A cidade aberta e liberal que coñecemos ciméntase neses anos e nos anteriores», cuenta el historiador Emilio Grandío.
Para imaginar la bonanza, hay que imaginar, una vez más, una ciudad nacida de un puerto. Un cuarto de millón de pasajeros habían embarcado en los vapores durante la primera década del siglo. Solo en 1920 fueron 45.000. Las grandes navieras nombraban consignatarios entre las familias principales y las maletas indianas depositaban ingentes caudales alimentando la euforia de la burguesía industrial y financiera, ocupada en levantar el icono del poder que hoy constituyen los Cantones. 1921, Banco de España. 1922, Banco Pastor, polémico y transgresor en la carrera simbólica por las alturas. 1923, Banco de La Coruña. 1925, Anglo South American Bank. «Comeza a monumentalización da arquitectura urbana nas sés financeiras e na residencial promovida polos seus presidentes no Ensanche», apunta el catedrático de Arquitectura Xosé Lois Martínez Suárez. Se abre la calle Durán Loriga con un proyecto de cubierta acristalada a imagen de las galerías de Milán y Nápoles. Nunca se llevará a cabo, para disgusto de Manuel Casás, «el alcalde jardinero», artífice de la entrada en María Pita de la primera mujer concejala, la maestra Rosa Buján Castro, la revitalización del Carnaval, el homenaje a Curros y grandes edificios públicos —Correos, la cárcel, la Audiencia—, gracias a sus relaciones en el gobierno de Primo.
Los vientos soplaban de popa. «A posición neutral de España na Primeira Guerra Mundial favoreceuna porque recibiu importantes divisas dos países en guerra», señala Grandío. La alternancia política de la Restauración borbónica también trajo estabilidad y entrada la década de los 20 la dictadura militar de Primo de Rivera abrió un cauce de desarrollo a través de la promoción de obra pública para contener el paro obrero.
El bum de la construcción atrajo a miles de trabajadores necesitados de vivienda, instrucción y espacios de ocio. «De 1920 a 1930 a poboación pasa de 60.000 a 72.000 habitantes, 1.200 por ano. Precisaríanse entre 250 e 300 vivendas anuais», estima Xosé Lois Martínez. A pesar de que A Coruña fue la más republicana de las ciudades gallegas, alentada por el sindicalismo anarquista, la tensión no estalló con la virulencia de otras capitales. «A sindicación era numerosa pero o poder local foi quen de atemperar os conflitos e tender pontes», remarca Emilio Grandío. La hemeroteca de La Voz recoge la resistencia patronal a la jornada de ocho horas y denuncias por el hacinamiento en que vivían las familias obreras en ranchos alquilados por «36 reales al mes, un capital, una horrible carga para los que cuentan día tras día cómo transcurre el mes».
Así nació el cooperativismo obrero y la asociación de Casas Baratas que alumbrará el Campo de Marte, proyectado por el arquitecto municipal Pedro Mariño, en respuesta a las reivindicaciones higienistas y de defensa de las clases populares que acabarán por transformar la ciudad. Mientras esto sucedía en Monte Alto, al otro lado de la bahía del Orzán nacía el germen de Ciudad Jardín, y El Ensanche y la Pescadería asistían deslumbrados al despliegue del capital, consagrado en edificios de Rodríguez Losada, De Mesa, Bescansa, González Villar y los primeros Tenreiro y Estellés.
El decorativismo ecléctico —ahí está la Casa Escariz— seguía sirviendo a la exhibición de la identidad burguesa, con un pie aún en el XIX. La llamada al orden y a «un nuevo lenguaje a la altura del nuevo siglo que postulaba el racionalismo de moda en Europa tardaría en ser atendida», advierte Antonio Garrido, historiador del Arte y autor de una tesis sobre la arquitectura coruñesa entre 1910 y 1930. Será al regreso de Madrid de Santiago Rey Pedreira, en 1930, cuando A Coruña vislumbrará la modernidad a la vez que descubre el cine sonoro en la pantalla del Rosalía. Había que esperar unos años, pero los cimientos estaban puestos.