Patrocinado por

Roscones de Reyes con huevos de gaviota

José Ramón Alonso de la Torre
J.R. Alonso de la Torre REDACCIÓN / LA VOZ

VEN A GALICIA

MONICA IRAGO

Acaba en la isla de Sálvora un año de conmemoraciones mientras la belleza del lugar sigue intacta

13 dic 2021 . Actualizado a las 21:48 h.

Cuando se acerca la temporada de los roscones de Reyes, me acuerdo de la isla de Sálvora. Este año, los roscones, que se adelantan cada vez más, y la isla coinciden en diciembre porque este mes hace un siglo de la puesta en marcha en 1921 del faro más bello y, quizás, también más gafe, de la costa gallega. Bello por su arquitectura y por la mística que le añadió uno de sus últimos fareros, y gafe porque el año de su inauguración coincidió con dos naufragios, uno de ellos terrible, el del vapor-correo Santa Isabel, con 213 víctimas, y el otro, menos sangriento, pero igual de catastrófico, el del buque Cataluña.

La historia del Santa Isabel se ha contado mucho en 2021, año del centenario del naufragio, la del Cataluña es menos popular. Recuerdo que, en 1993, Lucía Vázquez, esposa de Recaredo Fernández, un marino vilagarciano de toda la vida, me dejó en la librería de Pampín un libro editado por la Compañía Transmediterránea en el que se contaba la historia del buque Cataluña, que había sido construido en los astilleros ingleses de Blyth Northumberland en 1880.

La historia del buque Cataluña

El barco pasó por manos de navieros catalanes y marselleses antes de pertenecer a la Transmediterránea. Realizó la novelesca ruta de Malta, Trípoli y Alejandreta, ciudad famosa por haber aparecido en una película de Indiana Jones, y transportó carbón desde Inglaterra para aprovisionar a la Armada francesa durante la Gran Guerra del 14. El 17 de noviembre de 1922, un día de niebla densa y mar espeso, cuando se dirigía al puerto de Vilagarcía cargado de maderas nobles y telas preciosas, embarrancó en la isla de Sálvora. Se hundió enseguida llevándose consigo al único marinero que quedaba a bordo, un mallorquín que trabajaba de pañolero.

Desde que se inauguró el faro, del puerto de Vilagarcía partía cada semana un barco de la Autoridad Portuaria que llevaba suministros al farero. Hasta 1992, ese barco transportaba periódicamente, no todas las semanas, unos cien bidones de cincuenta litros de petróleo. En el 92, además de la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, se cambió la lámpara de petróleo alemana del faro de Sálvora por otra eléctrica alimentada por un grupo electrógeno. Fue un suceso menor comparado con los fastos de ese año en Andalucía y Cataluña, pero para los operarios del puerto de Vilagarcía, que tenían que hacer un gran esfuerzo para llevar los cien bidones a Sálvora, fue una mejora que festejaron mucho. 

El sistema de rotación

Lo que no se cambió en 1992 fue el antiguo sistema de rotación del faro, que, según contaba el pasado domingo en las páginas de La Voz el periodista e historiador Xosé María Fernández Pazos (Ribeira, 1956), funcionaba gracias a un sistema de engranajes. Ese artilugio se cambió en el 2000 por un motor eléctrico moderno. Justo un año antes de esa modernización definitiva del faro, hice un viaje a Sálvora que guardo en la memoria como la única visita que he hecho al paraíso.

Era abril de 1999, y recuerdo haber descrito aquel viaje en La Voz transido por la emoción y deslumbrado por la belleza. «Si engarzo las palabras unas con otras para precisar las imágenes, diré que una sirena de piedra recibió al barco que llegaba a un muelle vacío, que el fondo de las playas hería con una claridad de arenas blancas, que había un hueco verde bajo los árboles para disfrutar de la sombra mirando a Ons, que las gaviotas habían puesto ya sus primeros huevos de la primavera…», escribí en El Callejón del Viento.

De aquel viaje, me quedo con tres asombros. El primero, las gaviotas más blancas y tranquilas que jamás he visto. Como no estaban acostumbradas a las visitas, no se espantaban, aunque anduvieras entre ellas. Sus huevos de color caqui parecían de camuflaje. Eran unos huevos paradójicos de yema alba y clara amarilla. Con ellos preparaban en la pastelería Ankarr unos extraordinarios roscones de Reyes.

El segundo asombro fue la aldea de la isla. En ella habían vivido las heroínas de Sálvora: María Fernández, Cipriana Crujeiras, Josefa Parada y Cipriana Oujo, cuatro muchachas de entre 14 y 24 años que salvaron a una veintena de náufragos del Santa Isabel y han inspirado la película La isla de las mentiras, dirigida por la coruñesa Paula Cons. En aquel viaje mágico, entré en las casas abandonadas de los colonos que se fueron de Sálvora a finales de los 70, cuando vieron que su prosperidad era imposible en la isla del marqués. Aún estaban allí sus camas, sus lareiras, sus cepos para cazar, sus establos para las vacas, que permanecían con los pesebres intactos, y hasta el altar de piedra para la misa.

Una hija llamada Isla

Tras el asombro de la aldea, llegó el asombro del farero, su hogar y su familia. Tenía una hija llamada Isla y recuerdo una habitación de su casa-faro que forma parte de mi antología personal de espacios para ser feliz: una alcoba blanca, lámparas de las que colgaban hilos con conchas nacaradas, una ventana de madera azul abierta al sol y al océano y un hombre solo, absolutamente solo, leyendo un libro. El piloto del barco de suministros que me había llevado a Sálvora resumió tanto asombro: «Este hombre ya ha organizado su vida».