Los jesuitas perfeccionaron a finales del siglo XVII el sistema de muros, compuertas y un molino de mareas en Paredes. Se aprovechaba la ría para producir sal. Hoy es un entorno que invita a caminar
18 dic 2021 . Actualizado a las 04:47 h.Las Salinas do Ulló, al fondo de la ría de Vigo y en la costa de Paredes, en el concello de Vilaboa, es uno de esos lugares con encanto, que sorprenden al visitante tanto por su sencillez, como por su belleza natural. Este enclave, al que se accede por una carretera que se desvía de la N-554 a la altura del núcleo de O Toural, es una de las joyas turísticas de la comarca de Pontevedra.
La explotación comercial de la sal en las Rías Baixas es una actividad que data de varios milenios. Su memoria pervive en la toponimia de la provincia de Pontevedra, dando nombre a una de sus comarcas más famosas, O Salnés, por las salinas de Noalla, hoy en Sanxenxo, sepultadas entre A Lanzada y A Revolta. En la ría de Vigo, hubo varias, pero la que logró una mayor proyección hasta tiempos no tan lejanos estaba en este tramo litoral de Vilaboa, donde su mención más temprana data de 1637.
Aquí la ría conforma un recodo de zonas pantanosas, que los jesuitas, o mejor dicho los obreros a su cargo, cerraron con diques de cantería formando dos piscinas de enormes dimensiones, con un molino de mareas en el extremo que mira al mar. Cuando la marea subía, las compuertas dejaban entrar el agua hasta el fondo. Cuando la marea se retiraba, las compuertas dejaban salir el agua y se cerraban. El agua que quedaba dentro se evaporaba y sobre el terreno arenoso los trabajadores recogían la sal, más valiosa que el oro. Y es que esta sustancia fue la garantía más segura para la preservación de los alimentos antes de que las neveras y los congeladores nos hiciesen la vida más cómoda.
Los jesuitas asumieron las Salinas do Ulló a finales del siglo XVII. Fue su momento de máximo esplendor. Después el complejo sufrió las consecuencias de la disolución de la orden y sucesivas vicisitudes en los siglos posteriores hasta su abandono. La naturaleza reconquistó el terreno perdido. El fango se apoderó de las grandes balsas; el molino de mareas se desmoronó y la vegetación cubrió las sendas. Del edificio de la granja, de piedra, solo aguantaron las paredes, mientras los árboles crecieron dentro de sus estancias.
¿Qué queda hoy de las viejas salinas? Es un lugar que vale la pena recorrer y hacerlo al menos en dos ocasiones. El dique exterior de piedra está restaurado y el agua entra y sale siguiendo el flujo de las mareas, aunque ya no está regulado por compuertas. Así que el paisaje que se configura cada pocas horas es distinto. Es recomendable venir en un día con pleamar y con bajamar, o lo que es lo mismo, con la balsa principal llena de agua y con ella vacía.
Justo a la entrada a las salinas hay un párking gratuito. Los senderos están abiertos y son practicables. Se pueden recorrer siguiendo un itinerario circular, preferentemente a pie. A los niños les encantará el entorno, pero si son pequeños hay que estar alerta al caminar por el dique exterior, porque no hay barandilla. Al final del primer tramo del camino está el desvío que a pocos metros conduce al impresionante esqueleto ruinoso de la granja. Es un edificio que invita a la imaginación, como si fuese un decorado de una película.