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«Dimos en Palas de Rei con nuestro lugar en el mundo y tuvimos a nuestras tres hijas en casa»

Uxía Carrera Fernández
UXÍA CARRERA PALAS DE REI / LA VOZ

VEN A GALICIA

La casa de los dos peregrinos cuenta con una tienda de artesanía y una sala de masajes «shiatsu».
La casa de los dos peregrinos cuenta con una tienda de artesanía y una sala de masajes «shiatsu». U.C.

El zaragozano José González y la suiza Franciska Kohler se enamoraron en el Camino, vendieron sus empresas y dejaron todo para construir el Castillo del Lobo

07 ene 2022 . Actualizado a las 12:41 h.

No todos los peregrinos que llegan hasta Santiago de Compostela deciden continuar su Camino hasta Fisterra. El zaragozano José González y la suiza Franciska Kohler sí lo hicieron. Era enero. Cuando llegaron a la punta del acantilado coruñés la luna se reflejaba en el océano Atlántico. Era la primera llena del mes. Y allí se conocieron estos dos caminantes, que acabaron formando una vida juntos. Los detalles los da José, porque no se olvida del momento en el que se encontraron y de cómo la ruta jacobea les cambió la vida. Ambos dejaron su familia y sus trabajos atrás para restaurar e instalarse en una casa en Palas de Rei, en San Xiao do Camiño. Se llama el Castillo del Lobo y ahí, en su «trinchera», tuvieron a sus tres hijas y hacen su «aportación al mundo».

En Zaragoza, José González tenía una empresa de construcción. En el 2005 decidió hacer el Camino para conectar consigo mismo. Fue hasta Santiago con su perro, Lobo, cuya pata está ahora grabada en el suelo de la entrada de su casa. «Peregriné sin nada porque necesitaba vivir toda la energía de la experiencia, así que iba buscando hospitalidad, llegué a ir descalzo e iba vendieron artesanía por el camino», cuenta. La ruta de Franciska, que era jardinera en su país natal, fue un peregrinaje más común, aunque ambos sintieron lo mismo. «Lo que queríamos hacer con nuestra vida ya lo teníamos dentro, pero el Camino nos permitió descubrirlo».

«Vendí mi empresa para venir»

Los dos peregrinos pasaron un mes juntos en Muxía tras llegar al fin del mundo y después cada uno volvió a su ciudad natal. Pero José rápidamente regresó a Galicia porque desde que cruzó la frontera peregrinando no tuvo «ni una duda» de que era su lugar. «Decidí vender toda mi empresa y con el dinero que me quedaba compré esta casa, que en aquel momento era una ruina», cuenta.

Su experiencia en la construcción le permitió darse cuenta a primera vista del potencial que tenía, así que él mismo se puso manos a la obra para levantar el Castillo del Lobo. «Me encantó hacerlo porque nunca había trabajado con piedra», detalla José. Era un proyecto conjunto con Franciska, aunque a la suiza le costó más instalarse en Galicia: «Al principio no me llamó, pero desde que me mudé descubrí la magia de su naturaleza y ahora no me iría de aquí». Estuvieron reformando la casa durante cuatro años hasta hacerla milímetro a milímetro como habían soñado.

Después de la vivienda, vino construir en el castillo su familia. «Tuve a mis tres hijas en casa, con la ayuda de matronas, porque sentía que era mi hogar como ningún otro», relata Franciska. Sus pequeñas, de 13, ocho y dos años, también disfrutan del estilo de vida de sus padres: «Me ayudan con la huerta, hablan con los peregrinos y nos acompañan cuando hacemos artesanía». Además, son las tres más jóvenes de un pequeño pueblo que aunque al principio «estaba expectante» porque no sabía a qué se dedicaban estos nuevos habitantes, ahora agradece que gente joven se mude al rural.

Firman la compostela, venden artesanía y dan masajes

José en el taller, donde muchas veces lo acompaña su hija más pequeña.
José en el taller, donde muchas veces lo acompaña su hija más pequeña. U.C.

La vivienda construida por los peregrinos está conformada por su casa y sus negocios, dedicados a los peregrinos porque está al pie de la ruta jacobea. «El Camino siempre sigue después de hacerlo», aseguran. Cuentan con una tienda de artesanía y una sala de masajes «shiatsu».

Ambos hacían joyería y objetos antes de comenzar a peregrinar. Franciska realiza pendientes con plata y alambre y José usa estos materiales, además de cobre, para crear anillos, pulseras, colgantes o chapas. Trabajan en dos talleres para calentar estos materiales, uno de ellos está en un cuarto fuera de la casa, donde José se pasa horas con su hija más pequeña, de dos años. «Estamos seguros de que va a salir artesana», bromean. Y, además, en la propia tienda también tiene una chimenea. Otro de los productos que comercializan son los minerales. «Conocernos fue una casualidad enorme porque antes de coincidir ya estábamos interesados por lo mismo», apunta Franciska. A la suiza, de pequeña ya le encantaban las piedras y ahora, junto con José, vende —y sobre todo regala— minerales a los peregrinos. Por otra parte, la peregrina realiza masajes «shiatsu», que se trata de una terapia de presión con las palmas de las manos para equilibrar la energía. «Al principio venían solo peregrinos, pero ahora la mayoría de clientas son las vecinas del concello», relata.

Aportación de las suegras

Aunque hayan dejado a sus familias atrás, las madres de los dos también quisieron hacer su aportación. En el Castillo del Lobo se venden bufandas y gorros tejidos a mano por «las abuelas», que los visitan con frecuencia. «A mi madre, sobre todo, le encanta Palas y le apasiona el Camino. Está muy contenta por nosotros», asegura Franciska.