La N-VI ya no es una carretera con estrés. En su tramo coruñés encierra innumerables ramales desconocidos como este que empieza en Ois y termina en Torrelavandeira. Seis kilómetros de regalo para la vista
11 ene 2022 . Actualizado a las 11:29 h.La N-VI se ha convertido en una vía de cortos recorridos, dejando los desplazamientos a la meseta para las autovías. Pero la vieja nacional que traza la diagonal Madrid-A Coruña esconde desvíos pintorescos, con ruidos de cascadas, sonidos de avifauna, topónimos muy curiosos y unos paisajes que ya quisieran para sí las asépticas áreas de servicio. Una de estas carreteras bonitas parte del kilómetro 563, en el municipio de Coirós en dirección a Torre (así reza la señal). Apenas son media docena de kilómetros donde el asfalto encoge su anchura, como si quisiera comunicar que aquí quien manda es la naturaleza y la mano del hombre se reduce a la mínima expresión. Tras unas leves subidas y bajadas, por la izquierda hace su primera presentación el río Fervenzas, poco antes del puente que lo salva. Pero desde esta estructura se descubren los restos de un puente mucho más antiguo, llamado Do Asno, y por el que pasaba el viejo Camino Real.
La carretera empieza a trazar su particular etapa de montaña. Dijimos topónimos curiosos y antes de los 2 kilómetros damos con Ta, un lugar cuyas casas quedan debajo de la cota de la carretera. El trazado deja Coirós y entra en el municipio de Aranga, donde hay un nuevo desvío que conviene tomar para llegar a San Vicente de Fervenzas, cuya iglesia está flanqueada por una fuente y un cruceiro que parece querer meterse en el camino. Desde aquí, a apenas 500 metros, se encuentra la razón por la que el río lleva este nombre. No obstante, la vegetación y el invierno recomiendan un calzado de goma hasta las rodillas. En el pequeño templo donde dan misa cada 15 días apareció un ara votiva al dios Júpiter, lo que coloca a esta aldea dentro del recorrido de la vía romana XX o la XIX. De vuelta a nuestra carretera principal (DP-0302), los árboles dejan ver los profundos valles, con siluetas de especies autóctonas desnudas de hojas, pero cuyas ramas se han propuesto no ser ni más altas ni más bajas que los troncos vecinos, dibujando una recta imaginaria. Por la carretera, las mimosas se intercalan entre eucaliptos y carballos y, tras varias curvas, pasamos por una larga cascada del río a mano izquierda, con un molino al fondo, para ver luego despeñarse el agua bajo el asfalto si giramos la cabeza al otro lado, donde al líquido le esperan los restos de otro molino. Es el epicentro de la ruta y, quizá, el punto más mágico.
Después de ascender y sortear curvas reviradas, la orografía se aplana al tiempo que el trazado se hace más recto. Se anuncia otro templo, esta vez la capilla del Divino Salvador de Fervenzas, una pequeña planta encalada y oculta por varias casas señoriales de piedra que también gratifican la vista. Volvamos a la toponimia. Hacia el lado contrario a la capilla, dos señales indican la dirección de sendos lugares. El de arriba, Vallo. El de abajo, Vallo. ¿Cuántos Vallos hay? El alcalde de Aranga nos resuelve la duda una vez que hemos salido de la ruta porque aquí no hay cobertura. «Hay un Vallo y un Valló —indica Alberto Platas—, el primero es un rueiro de 6 o 7 casas, y Valló es un lugar con una sola, donde muere la carretera». Debió entonces caérsele la tilde a una de las placas.
Queda poco. La carretera ya no gana altura, la margen izquierda ofrece un pequeño pantano y una bóveda de carballos nos anuncia la llegada a Torrelavandeira, fin del camino, o principio, si se prefiere la opción de descender, lo que permite una mejor contemplación de los valles.
Cómo llegar
Desde el kilómetro 563 de la N-VI en Ois, sentido a Torre y Teixeiro.
Patrimonio
En la aldea de San Vicente se descubrió un ara que la vincula con rutas romanas.