El de Vigo y el de Zan han sido recuperados, y al lado del primero se creó una pequeña área recreativa
22 ene 2022 . Actualizado a las 04:50 h.Espacios abiertos, ausencia de virus, paisajes verdes y preciosos. Eso es lo que hay que buscar hoy en día. Panorámicas que cambian de color según la estación, y esta tiene sus encantos. También en la comarca, y es fácil de comprobarlo cogiendo la Nacional 550, dejando atrás Sigüeiro y enfilando hacia Ordes. En la recta que se extiende antes de llegar a Santa Cruz de Montaos, punto kilométrico 42, aparece un desvío a la izquierda. No hay indicación, pero sirva como tal que a ambos lados del asfalto se han colocado dos cabinas de parada de autobús.
Si se llevan bicicletas —el paseo invita a ello—, ahí procede aparcar el coche y subir a los velocípedos para acometer una larguísima recta de muy buen asfalto, estrecha, bien pintada y cómoda porque las subidas y las bajadas van a resultar fáciles.
Claro que no es necesario ir tan lejos como ve el ojo, puesto que unos cientos de metros más allá, en un cruce que indica Zan (sí, es una pequeña aldea que se llama así; según el profesor Fernando Cabeza, quizás esconda el nombre de un poseedor o terrateniente medieval) al frente, a la izquierda hay un cartel de madera que invita a dirigirse a lo que anuncia como área recreativa y en los mapas aparece como molino de Vigo. Es el momento de hacer un paréntesis para aclarar que ese Vigo es un antropónimo, es decir, un nombre propio de persona, y no se refiere a que allí haya habido un vicus, un lugar romano. O sí, el suelo gallego esconde mil y una sorpresas, pero haría falta una excavación arqueológica para demostrarlo.
En fin, esa es la única señal que va a encontrar el visitante. Y el territorio se define como un auténtico laberinto de pistas. Claro que hay que leer el paisaje, lo cual dista de ser complicado: si la pista baja y luego vuelve a subir, el Rego de Zan está abajo. Y en efecto, allí a la diestra arranca una pista sin asfaltar y no apta para coches pero sí para bicicletas. En poco más de un centenar de metros el visitante hace su primera parada, en el molino de Vigo, en cuyo entorno se ha creado una miniárea recreativa.
El edificio se halla en buen estado, y al lado ofrece una enorme mesa y una barbacoa. Las sillas las tiene que poner el usuario. El enclave encierra mucho encanto y mucha tranquilidad e invita a quedarse un rato. Es, además, seguro para los menores, que en tiempo de verano sin duda se meterán en la pequeña corriente.
De vuelta a la recta principal, en el siguiente desvío, a la diestra para divisar un molino a la izquierda, también a la orilla del Rego de Zan —las casas quedan ahí mismo, en la otra ribera—, reconstruido en el año 2007 en paz y armonía entre los concellos de Oroso y Ordes, ya que está justo en el límite municipal.
Por tercera vez, a la recta, y va a llamar la atención una casa que constituye en sí misma todo un ejemplo de cómo construir con diseños de vanguardia pero al mismo tiempo aferrándose a la tradición. Bien integrada en el entorno, quien la ideó se merece un sobresaliente.
A la derecha, al fondo, queda la central de Meirama. A la izquierda un monte repoblado con un par de antenas en su cima, a 329 metros sobre el nivel de las olas, y una aldea en su ladera. Se trata de un grupo de casas agradable con un notable ejemplar de hórreo a su entrada (lástima que su parte inferior haya sido rellenada con ladrillo). Además, unos metros después espera un pequeño lavadero con fuente. La aldea se llama Cruz do Monte.
¿Dónde está el fin de la etapa? En el punto al que es posible llegar subiendo, rumbo a las antenas. Gran panorámica. Ningún coronavirus.