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San Mamede de Seavia, en Coristanco, una parroquia con raíces monacales

Luis Ángel Bermúdez Fernández

VEN A GALICIA

Ana Garcia

Es una de las más extensas y pobladas del municipio

26 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

San Mamede de Seavia, una feligresía de las más extensas y pobladas del municipio de Coristanco, tiene un pasado que repasa todos los períodos de la historia, y así lo certifican desde varias puntas de lanza halladas en la zona de Alcaián, encuadradas en el Bronce Final; un ara romana dedicada al dios Cosus, que sirvió como pila de agua bendita en la capilla de san Roque de Nogueira, o los capiteles románicos que quedaron de la iglesia medieval.

Este templo estaba en relación con un pequeño monasterio, hoy desaparecido, que hunde sus raíces en los albores de la Edad Media, aunque su poder económico y la comunidad que lo formaba (uno o dos monjes como máximo) no era en nada comparable a otros grandes centros monásticos de la época.

Toda la historia de la feligresía fue investigada y escrita por el sacerdote José Pumar Gándara, párroco de Seavia durante más de un decenio. Por eso, la información ofrecida a continuación fue recopilada de algunas de sus publicaciones, aunque también hay datos de cosecha personal que serán reunidos para una pequeña tesis futura titulada El monasterio de san Mamed de Seavia. Origen, evolución y ocaso.

La antigua iglesia románica de Seavia, según las descripciones de las visitas pastorales (por ejemplo las de 1791 o 1817), contaba con tres naves cubiertas de artesonado de madera y un ábside central abovedado. Este templo fue renovado a finales del siglo XVIII, concretamente en 1791, cuando se lleva a cabo la construcción de una nueva fachada trazada por fray Manuel Caeiro. Conservamos en el archivo de san Pelayo de Antealtares (Santiago) los recibos de la obra firmados por los constructores y las cartas dirigidas por el párroco, Manuel López Martínez, a la abadesa.

Tres retablos al natural

La iglesia que vemos actualmente es una arquitectura de principios del siglo XX, planteada por el párroco de Razo Benigno Cortés, siendo rector de Seavia Santiago Abuelo Lado. En el interior se colocaron tres retablos de madera al natural, sin policromar, donde fueron situadas las antiguas efigies del santoral como la de san Andrés, que presidía una de las capillas medievales, junto con otras imágenes salidas de los talleres compostelanos de la centuria pasada.

En el solar que ocupa hoy la casa rectoral estaba ubicado el edificio monacal, que comunicaba con la iglesia por varios accesos. La fundación de este monasterio, según afirma Pumar Gándara y Ernesto Zaragoza, pudo ser de tipo familiar. Su antigüedad puede demostrarse a través de la inscripción «Presbyter Unemirus», hoy desaparecida, relativa a un clérigo de aquella primitiva comunidad. Una de las primeras menciones del monasterio de Seavia tiene lugar en una donación de su abad Diego Ordóñez a Pedro Arias, con fecha del mes de julio de 1191, donde le cede sus posesiones en las parroquias de san Juan de Recesende, san Simón de Cacheiras y en san Miguel y san Pedro de Sarandón.

Si del origen y de los primeros siglos no tenemos muchas noticias, el ocaso del monasterio de Seavia, que tuvo lugar a finales del siglo XV, está más documentado. Conocemos, en primer lugar, los nombres de sus últimos abades: Fernán Míguez (en torno a 1423), el abad Gil (aparece en documentos de 1443), Fernán de Mira (sobre 1480) y fray Juan de Seavia (en el cargo, aproximadamente, desde 1487). No obstante, fue el último superior el más famoso de todos, ya que por su desordenada vida tuvo que pasar por un proceso de reforma.

El abad tenía hijos y mujeres

A finales del siglo XV, los Reyes Católicos decidieron enderezar la situación del monacato gallego, ya que la corrupción moral estaba muy arraigada en los monjes y la decadencia económica de los monasterios era general. Los reyes enviaron a varios benedictinos observantes de Valladolid para conocer de cerca la penosa situación, negociando con los dirigentes de cada casa para que aceptaran la reforma.

Uno de los monasterios sometidos a corrección fue el de Seavia, donde su abad, fray Juan, tenía la acusación de convivir con varias mujeres, contar con numerosos hijos y de malgastar las rentas en las tabernas y en la caza. Fray Juan, tras una primera aceptación, renegó de las aspiraciones de los monarcas, manteniéndose una temporada en paradero desconocido hasta que, según pensaba él, se calmase la situación.

Los reformadores vallisoletanos no cedieron ante su cobarde actitud: el abad de Seavia fue juzgado y sometido a castigo. El monasterio fue suprimido y pasó a pertenecer a san Pelayo de Antealtares, una fundación creada para acoger a todas las monjas benedictinas diseminadas por el rural gallego. Seavia y sus propiedades, junto con las de otras muchas abadías de nuestra geografía, sirvieron para poder sostenerlo.

El monasterio coristanqués pasó a estar ocupado por un clérigo que atendería las necesidades espirituales de la parroquia y la de su anejo, Erbecedo; su nombramiento dependería de la abadesa de san Pelayo. De este modo, se conserva en el archivo de la catedral de Santiago un contrato de 1570 entre Catalina de Fonseca y el clérigo tudense Juan de Caldelas, que cobraría por la labor de cura de almas unos 25 ducados anuales.

La documentación de esta abadía de Seavia se conserva en el ya citado monasterio de Antealtares. Entre foros y recibos se halló un valiosísimo y extenso memorial que, aunque está datado en el año 1760, describe a la perfección todas las estancias del antiguo edificio, reconvertido en casa rectoral: «Se halla dicha casa pegada al frontis de la iglesia […] y por la parte de afuera (tiene) una escalera de piedra de pizarra por donde se sube a ella también […] y otra a la parte del norte que dice al claustro viejo […] y una puerta que sirve a la iglesia de pasadizo […] y una tronera a la parte de solano que dice al claustro viejo […] y a la parte de travesía se halla una puerta fabricada de cantería en arco […] (que) sirve de entrada a las caballerizas, bodega y casa del horno […] en la que se halla una puerta de cantería que sale al claustro…».