Cientos de personas acompañaron al cortejo fúnebre para despedir el carnaval pontevedrés. En Portonovo celebraron la Festa do Jato
07 mar 2022 . Actualizado a las 13:05 h.«Chorade, rapaces, que morreu Ravachol», coreaban desde el escenario de la plaza de España en un velatorio tan frío como multitudinario. Había que despedir a Ravachol, que se vistió de covid en el año de su regreso después de una pandemia que ensombreció el pasado entroido. Con su quema queda atrás un carnaval que ayer se sintió en la calle desde la mañana.
Ya por la tarde, los pontevedreses se pasaron por la botica de Perfecto Feijoo para firmar el libro de condolencias al ritmo de una marcha fúnebre que no apagaba las ganas de divertirse y que algunos confundían con los ritmos de una batucada. Hasta los más pequeños se subían a cajas de cerveza para dejar su impronta en un libro que quedará cerrado hasta el próximo año.
Había luto. Y mucho. Tanto como lágrimas ficticias en las caras de los niños y de los mayores que acompañaron al cortejo fúnebre hasta el escenario donde se le despediría. Miles de personas se agolparon en el entorno de la plaza de España y en las calles Michelena y Riestra, que poco después de las ocho de la tarde ya estaban intransitables.
En medio de ese lamento ficticio había uno más real, el de los niños. Se quejaban a sus padres de que no podían ver nada. La respuesta más repetida: «Si no hay nada que ver, no está pasando nada, ya verás luego la columna de humo». Algunos se resignaban y otros unían sus quejas a un entierro que acabó con el loro en llamas y despidiéndolo hasta el 2023. «Ravachol escachou entre tanta zarabanda», gritaban desde el escenario, donde las plañideras le decían adiós.
Una semana en A Peregrina
La muerte del loro despide el carnaval pontevedrés, que este año recuperó el color de ediciones anteriores al covid. Volvieron las murgas, la recreación de la botica de Perfecto Feijoo, donde el loro real vivió durante 22 años, y la música llenó las calles. El entierro es uno de los actos favoritos de los pontevedreses.
Algunos turistas que se acercaban ayer por la mañana hasta A Peregrina, donde estaba Ravachol desde el pasado 28 de febrero, se sorprendían del atuendo de un loro con mascarilla, jeringuilla con su dosis de vacuna y la forma del virus. Lo más pequeños lamentaban que se quemase. «Pero si es muy bonito, me da pena que arda», decía una niña a su madre. Pero la tradición hay que cumplirla y Ravachol ardió en la noche pontevedresa y con él todos los símbolos del covid, como queriendo dejar atrás la pandemia. Pontevedra, así como otros municipios de la comarca celebraron uno de los días grandes de sus fiestas. Portonovo salió a disfrutar de la Festa do Jato, con las calles llenas de vecinos caracterizados como gatos. La música animó la celebración durante todo el día, como también ocurrió en las céntricas plazas del Teucro o la Verdura, donde las murgas y las pandillas pusieron el mejor fin de fiesta al carnaval.
La «celebración» del funeral se prolongó durante toda la noche en Pontevedra para despedir un entroido como los de antes, un entroido que todos esperan que sea como los del futuro.