Satisfacción entre los especialistas por la adquisición para el patrimonio público del misterioso edificio de Sinagoga 4, «una casa de los fantasmas» que podría traer luz a la escurridiza historia de la judería medieval de A Coruña
16 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.«Lo ideal era que encontráramos el candelabro de los siete brazos, la menorá», dice con humor el catedrático de Historia da Arte de la USC Alfredo Vigo Trasancos. Cualquier hallazgo parece posible ya en el número 4 de la calle Sinagoga de A Coruña y más si es imaginado, como anima la leyenda que acompaña la casa desde el siglo XIX. Incluso la lámpara de aceite de los plateros judíos que hace 500 años habitaron los alrededores (si no los mismos muros) de este enigmático edificio, camuflado detrás de una fachada deslucida. «La casa está llena de misterio, solo por ser la casa de los fantasmas merece la pena», explica el historiador a propósito de la compra del inmueble anunciada por el gobierno local mediante una partida de 420.000 euros consignada en los presupuestos del 2022.
De esta casona hidalga con piedra armera se sabe muy poco, pero su incorporación al patrimonio público contenta a todos. «Es una noticia fabulosa. No va a ser fácil probar que estuvo allí la sinagoga, porque no existe ningún rasgo específico de ellas. No son como las iglesias cristianas, que tienen un altar. Las sinagogas solo tienen que estar orientadas al este y, de hecho, con que la entrada se encuentre en esa dirección sirve cualquier habitación», apunta María Gloria de Antonio Rubio, investigadora del Instituto Padre Sarmiento (CSIC-Xunta) y autora de Los judíos en Galicia, 1044-1492, volumen de referencia para el estudio de las comunidades hebreas en la Edad Media, publicado por la Fundación Barrié. «Quizá si apareciera un banco corrido o un hueco para los rollos de la Torá, a lo mejor se podría, pero es muy difícil», advierte la historiadora, que con todo confía en que A Coruña encuentre algún día los primeros restos en Galicia de una sinagoga medieval.
Han sido tantas las idas y venidas en este edificio que unos sitúan en el siglo XV y otros en el XVI —en todo caso, «uno de los más antiguos que se conservan en la Ciudad Vieja», afirma Vigo Trasancos—, que solo los arqueólogos pueden leer e interpretar su estructura expandida —compuesta por la suma de varios edificios e incluso por un callejón perdido— para tratar de descifrar, primero, el significado del aljibe que apareció unos centímetros por debajo del suelo y que motivó —aunque no solo— la protección del conjunto, y a continuación, determinar el valor integral de la casa. Si ese depósito o «manantial de agua clara» descrito por Pardo Bazán y cubierto por una bóveda de sillería ciertamente monumental resultara ser una mikvé o baño judío de purificación, como presumen los técnicos municipales, la casa sería efectivamente la casa de la sinagoga, como la leyenda y la literatura se han encargado de convertir en verdad.
En la revista ilustrada madrileña Museo de las familias se publicó en 1862 un artículo de Manuel Vázquez Taboada protagonizado por un grupo de judíos que accedieron al interior de la colegiata de Santa María a través de un pasadizo que partía de una casa de la calle Sinagoga para cometer un sacrilegio. Apresados por los herreros, fueron condenados y ajusticiados en la plaza de la horca, actual Campo a Leña. «Aunque sea un cuento y aunque no haya sido sinagoga, ese plus literario, tradicional y legendario también se perdería con el edificio. Se iba a tirar. Se iba a construir encima. Ese volumen armónico que conserva ese trozo de manzana se perdería. Salvar esa casa es lo más importante que hemos hecho», concluye Alfredo Vigo.