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Tú al Ensanche y yo al casco histórico

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns SANTIAGO

VEN A GALICIA

Xoán A. SolerPaco Rodríguez

Rubén y Tamara gestionan el Curtiña y el Centralia, dos restaurantes con la misma carta y filosofía, pero él está en la zona vieja, y ella, en la nueva

27 mar 2022 . Actualizado a las 00:20 h.

Hubo un tiempo en Santiago en el que para salir solo tenías dos opciones casi irreconciliables: o eras de la zona nueva, o de la vieja. Dime por dónde andas y te diré cómo eres, qué te pones y a quién votas. Estudiante o peregrino. Médico o actriz. Pijo o progre. Dos mundos aislados que, afortunadamente, fueron dando paso en los 90 a una ciudad más permeable y con ambientes más diversificados y heterogéneos.

Rubén González y Tamara Carrasco, que son pareja, se desentendieron de todos los tópicos y etiquetas del pasado y han acabado montando dos restaurantes casi gemelos, primero el Centralita, en Fernando III O Santo; y desde hace un año largo el Curtiña, en Cardeal Payá, junto a la praza de Mazarelos, uno de los rincones de Compostela que ha acumulado una oferta más interesante en los últimos tiempos.

Él es el emprendedor, y ella «mi mano derecha», que ha acabado haciéndose con las riendas completas del negocio del Ensanche, que fue el primero que abrieron hace cuatro años. Rubén tenía la experiencia de una década al frente de O Muiñeiro, en San Lázaro, pero le pareció interesante acercarse al centro, de donde procedían la mayoría de sus clientes. La oportunidad del casco histórico surgió un poco más tarde, pero se vio muy condicionada por la pandemia. «Íbamos a abrir en el marzo del 2020 pensando en el tirón del Xacobeo, pero comenzó la pandemia y al final nos fuimos al verano sin poder hacer una inauguración. Volvimos a cerrar con las distintas olas y no pudimos darle el empujón que teníamos en mente, pero estamos contentos con los dos», asegura el hostelero, quien reconoce que, aún teniendo exactamente la misma carta y una decoración muy parecida, ambos negocios son «de momento, muy distintos». Rubén cree que todo se irá equilibrando con el tiempo, y aporta algunas circunstancias que distinguen a un local del otro.

Tópico derribado

«En Curtiña trabajamos todo el año, pero notamos una caída muy abrupta cuando termina la temporada turística, aunque nuestro modelo de restaurante no busca exactamente ese perfil de cliente. Curiosamente, esos meses son los más activos del Centralia», sostiene, derribando el mito de que el Ensanche no se come un colín en julio y agosto. Tiene su explicación, y está relacionada con tres fenómenos relativamente modernos: los pisos turísticos, que con unas ofertas más económicas son una buena alternativa en la zona nueva; las páginas de reputación, que dan alas a los negocios más cuidadosos con sus clientes; y las aplicaciones de localización de los móviles, que han terminado por derribar las fronteras urbanísticas: «Un cliente que está en la zona vieja no deja de ir al restaurante que le apetece por caminar ocho minutos, que es el tiempo real que nos separa», explica.

La configuración de los locales es muy parecida. Ambos comparten entre tres o cuatro mesas de terraza y una sala para 25 o 30 comensales que comparten mobiliario, pero el de Fernando III es algo más grande y tiene espacio en la entrada para el chateo y la parada rápida, dando servicio a un barrio en el que empieza a notarse el tránsito propiciado por la apertura de la estación intermodal.

Mucha carne, poco pescado

Centralia y Curtiña comparten proveedores y compras, y la carta de comida, vinos y postres es exactamente la misma. El pulpo a la brasa o el calamar es todo lo que viene del mar, porque su apuesta es clara por la huerta en los primeros, con varios tipos de ensaladas y revueltos para elegir. Pero el meollo de ambos restaurantes está en la carne a la parrilla: chuletón, entrecot, picaña, secreto y otros cortes singulares son el gran imán de estos dos polos que ahora se atraen.