El río Valga baja a saltos entre las rocas, formando una cadena de cascadas blancas; el sonido del agua suena como una risa de la naturaleza en medio del profundo silencio de un monte escarpado
26 mar 2022 . Actualizado a las 23:18 h.Hay paseos que activan los sentidos. El que es preciso dar para llegar a las Fervenzas de Raxoi (Valga) es uno de ellos. Al poco de dejar el coche e iniciar la marcha por cualquiera de las rutas que bajan hasta el río Valga, empezamos a percibir el olor del monte. Es una mezcla extraña: huele a laurel, a pino y también a eucalipto. El aroma es intenso, como intenso es el frío el día que salimos a caminar. A medida que descendemos buscando el agua, la temperatura baja con nosotros. Notamos el cambio en la piel, la misma piel que busca, sin poder remediarlo, la caricia del musgo que crece por todos lados: ya estamos cerca del río y todas las piedras aparecen alfombradas por un tapiz natural. Lo mismo ocurre con los troncos de los árboles, cuya dureza se esconde bajo una capa de terciopelo verde. El camino se convierte, así, en un recorrido por toda la gama de este color que ofrece la naturaleza gallega. Puede que los esquimales no tengan cuarenta palabras para nombrar la nieve, pero los gallegos deberíamos tener unas cuantas para describir los matices de verde que ofrecen bosques autóctonos como el que cruzamos, en los que cada rayo de sol que logra franquear la cúpula arbórea genera imágenes propias de un bosque animado.
El oído también se afina. La ruta comienza acompañada, únicamente, del crujir de las hojas y las ramas que alfombran el suelo. Lo demás es silencio, un silencio tan denso como la vegetación que nos rodea. Pero pronto empezamos a escuchar, a lo lejos, la voz del río. Es como una carcajada en medio del monte, una risa de felicidad, de niño que juega a dar saltos entre las rocas. En realidad, eso es lo que nos espera un poco más abajo: un río brioso que se deja caer desde distintas alturas, jugando con las piedras y reservando fuerzas para, si fuese necesario, poner a funcionar los molinos de Parafita, dos estructuras reconstruidas con las que se van a encontrar los caminantes.
La mano del hombre ha sido respetuosa con este rincón mágico del Concello de Valga: además de las viejas construcciones, la intervención humana en la zona se reduce a una pasarela que nos permite caminar junto al río, hablarle de tú a tú e incluso hacer una parada en la piscina natural que, colgada a cierta altura, se antoja un atractivo difícil de resistir cuando, en lugar del frío, es el calor el compañero de viaje.
Las pasarelas, que hace poco han sido objeto de una más que necesaria rehabilitación, marcan ahora un camino cómodo en el que solo hay que estar pendiente de algún posible resbalón provocado por la humedad que lo impregna todo. Cierto es que, en algún punto, la ruta se estrecha y obliga a doblar ligeramente el espinazo para poder seguir adelante.
En lo más alto del recorrido, no demasiado largo, unas escarpadas escaleras nos sacan del bosque de terciopelo verde y nos devuelven a un monte más humanizado: nos espera una pista forestal a través de la que emprendemos el regreso al ruido de lo cotidiano. La voces risueñas del río Valga se escuchan, cada vez más lejos, a nuestras espaldas.
¿Cómo ir?
En la N-550, en Valga hay un desvío hacia Raxoi.
Duración
La zona de las pasarelas de madera se recorre, con calma, en menos de una hora de agradable paseo.