Un enjambre de pistas permite ir siguiendo el curso de una corriente cuyo sonoro nombre tiene que ver con una piedra
02 abr 2022 . Actualizado a las 04:50 h.En indoeuropeo (ese paraguas general del que proceden casi todas las lenguas de Europa y parte de las de Asia), kar equivale a piedra. Y de ahí deriva el topónimo Cabrón. Nada que ver con la palabra malsonante. Y el río Cabrón nace en O Mesón do Vento y desciende siempre por territorio de Ordes hasta entrar, ya en sus últimos metros, en el de Oroso.
El punto de arranque del paseo es la aldea de As Pombas, que está entre la Nacional 550 a la salida de Ordes (pasada la rotonda y la consiguiente subida) y la iglesia de Buscás. El Cabrón queda a la derecha, abajo, y la pista de tierra resulta cómoda de andar —no apta para coches— o para recorrerla en bicicleta. Cuando se acaba, se desciende, se cruza la corriente y se sigue andando, ahora por la otra margen.
El tramo que viene a continuación abandona de manera decidida el discurrir entre colinas y el Cabrón acomete una llanura muy ancha. La presencia de eucaliptos se mantiene pero a distancia, no están casi encima del río, como sucede metros atrás. En los días de bruma, con los jirones de luz, el espectáculo es fantasmagórico. Una vez cruzado el río, a los cien metros hay que desviarse por una pista sin asfaltar que, en este caso sí, tiene repoblación de altos eucaliptos a una mano y a otra. A la izquierda se deja una granja y pasada esta se intuye por dónde va el Cabrón, si bien no se ve.
Medio kilómetro más adelante remata esa pista y empieza otra. A la derecha, por una zona de monte salvaje, con carballos que siempre animan, vegetación baja. El río está ahí mismo, pero el bosquete de ribera impide la visión. Cuatrocientos metros después arranca un camino alfombrado, casi una corredoira, que permite acercarse a la orilla y tener una visión diferente. Y al poco se acaba la tierra. A la diestra para cruzar una corriente. No, no es el Cabrón, es el Rego de Ponte Ribeira, que de estrecho no tiene nada. Se trata de un afluente que remata su aventura casi ahí mismo.
Otros cuatrocientos metros y el excursionista va a dar a la N-550. O sea, mucho tráfico. A la derecha y la primera a la izquierda. Se circula ahora por una carretera de cuyo firme jamás podría decirse que se encuentra en buen estado. Alguna vivienda salpica en principio el paisaje. El río queda a la izquierda, ya tiene una envergadura respetable, y el caudal va a aumentar porque a los doscientos metros se cruza otro pequeño afluente que en los mapas figura con dos nombres: Rego do Valado y Das Castañas, el cual cincuenta metros más allá rinde sus aguas al Cabrón. En la siguiente duda, a la izquierda (hay un trozo de cemento) y vuelta a cruzar el río trescientos metros más allá, que aquí va muy alegre y cantarín, con aguas claras y escasa profundidad.
El río parece empeñado en despistar al intruso, porque se retuerce dando curva tras curva. Es posible marchar siempre más o menos pegado a él, aunque se pierde de vista porque se interna en un denso bosque del que sale casi al mismo tiempo que el excursionista pisa asfalto y ve las casas de Fosado (topónimo que empieza a ser popular porque ahí se construyó la nueva estación de ferrocarril de Ordes). Hacia la estación hay que ir bordeando el lugar llamado Baldomar. Y un inciso. Podría pensarse que Baldomar viene de Val do Mar, curioso topónimo tierra adentro (¿Dónde está el mar?). El profesor Cabeza Quiles, estudioso de la toponimia gallega, ilustra que se deriva de un antiguo poseedor de ese territorio, Baldemari, de Baldomarus.
En fin, en vez de subir a la estación se pasa por debajo de la vía férrea y se toma el camino de la izquierda, en paralelo a la Vía Verde que está a punto de inaugurarse. Gran plantación de eucaliptos y se llega al punto mágico: el lugar exacto, de gran belleza, donde el Cabrón acaba su recorrido y mezcla sus aguas con las del Lengüelle. De sobresaliente.