En el siglo XI artesanos y clero borgoñeses se asentaron en la capital amurallada
27 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.El Imperio Romano. Esa es la gran huella histórica que se asocia constantemente a la ciudad de Lugo. Y es natural. Los vestigios arqueológicos, con la Muralla como punta de lanza, invitan a echar la mirada 1.700 años atrás. Pero lo cierto es que la ciudad ha atravesado muchas vicisitudes a lo largo de los siglos, incluidas cuatro repoblaciones. La última, la exitosa, fue en plena Edad Media y tuvo a los franceses como protagonistas. De alguna manera, Lugo es hoy heredera de aquella inmigración gala.
Fue el rey Alfonso VI el que ordenó repoblar el territorio. Zonas como Ávila, Salamanca o Sahagún, y también Lugo. En el caso de la ciudad amurallada, la refundación de la ciudad se la encomendó a su hija Urraca y a su marido, Raimundo de Borgoña. Se da la circunstancia de que el rey casó a sus dos hijas con los dos hermanos borgoñeses: Urraca con Raimundo y Tereixa con Enrique.
Para cumplir la encomienda del rey, Raimundo y Urraca hicieron que un buen número de habitantes de Borgoña, especialmente artesanos, que eran el sector productor, y clero, responsable de alimentar las almas, emigrasen al pequeño Lugo.
Así, a finales del siglo XI y principios del XII, aquel pueblo abrazado por la Muralla comenzó a latir de nuevo gracias a la sangre francesa. Los artesanos fueron estableciéndose e importando su modo y estilo de trabajo, que todavía hoy se puede percibir, por ejemplo, en los hierros de la puerta Norte de la Catedral, idénticos a otros encontrados en Ratisbona, en Alemania; o a lo largo del Camino Primitivo, ya sea en Asturias o en Vilar de Donas.
Aquel Lugo medieval al que llegaron los franceses se circunscribía sobre todo a los alrededores de la basílica de Odoario, y es a finales del siglo XI, coincidiendo con la llegada de los borgoñeses, cuando aparece el llamado Burgo Novo, en la zona de la calle de San Pedro y Campo do Castelo. Aunque tradicionalmente los burgos se construían fuera de murallas, a los pies de los castillos, en Lugo se rompió la tendencia, puesto que dentro del recinto había espacio de sobra y no fue necesario que se asentasen extra muros.
Huellas históricas
La repoblación de Raimundo de Borgoña y Urraca fue el cuarto intento que se llevó a cabo para repoblar la ciudad, y el único exitoso. «O primeiro foi impulsado polo bispo Odoario no ano 745, con xente do norte de África. E no século X houbo dúas tentativas máis, unha de Ordoño I, cara o ano 910, e outra con Ordoño III no 968», describe el historiador Adolfo de Abel. La orden de las del siglo X no era discutible, pues se exponían a que les quemasen sus viviendas o a acabar directamente condenados a la pena de muerte, explica Adolfo de Abel Vilela. Ninguna de las tres primeras tuvo éxito.
De la repoblación de los franceses quedan hoy pequeñas y grandes huellas esparcidas por distintos territorios. En Salamanca, por ejemplo, queda alguna calle llamada «rúa», que surge del francés «rue», y la compostelana Rúa do Franco debe su nombre a los francos o franceses.
En Lugo, en la actual plaza de Armanyá, se localizó en su día uno de los hospitales (entendido como residencia para las personas con menos recursos o mayores) construidos durante esa época por los borgoñeses, el de Santa María do Campo, un lugar al que los autóctonos llamaban por entonces el Milreo. Este nombre, explica Abel Vilela, se vincula con los mirlos, «posto que os franceses que emigraban a un sitio, desempeñaban o seu traballo, tentaban facer fortuna e volvían á casa, como os emigrantes de agora, e como fai o merlo».
¿Fue un francés el primer constructor de la Catedral?
Pero, probablemente la huella más visible del pasado francés de Lugo es la Catedral románica. Generalmente se dice que fue Raimundo de Monforte el hombre que empezó su construcción en el año 1129. «Pero creo que non era de Monforte, senón que tiña que ser de Borgoña e podía ser Montfort, ou, como os documentos estaban en latín, igual era un nome relacionado coa zona de Borgoña», apunta Adolfo de Abel Vilela, que señala, además, que el clero de la incipiente Catedral era francés.
La huella que los franceses dejaron en la iglesia ni fue menor ni breve. Y la muestra está en que el hijo de Urraca, Alfonso VII, también trajo a Galicia a frailes de la abadía de Cluny, en la Borgoña, para poner en valor el monasterio de Sobrado dos Monxes. Esta repoblación incluía la parte espiritual, pero también la material, puesto que ellos se encargaban de poner en producción las tierras gracias a los colonos por el sistema de granjas con un fraile al frente.