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Excursión por la línea defensiva de las tierras de Compostela

Cristóbal Ramírez

VEN A GALICIA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

De Mesía hacia al norte se localizan castros y torres que definen la geografía del golfo Ártabro

25 abr 2022 . Actualizado a las 01:24 h.

La pregunta parece lógica: ¿por qué existía en la Prehistoria una línea de aldeas en la parte alta de la línea de montañas que rodean por el sur el golfo Ártabro, más numerosas que por el este? ¿Protegían a lo que hoy es Compostela de algún posible peligro procedente del mar?

Son tierras de Mesía, tierras de paso que han quedado algo encerradas entre vías de comunicación importantes y a las que muy poca gente va a pesar de su belleza, de sus tesoros artísticos y de su verde casi insultante. Están pegadas a lo que hoy es Oza Cesuras, y eran y son, también, tierras ignotas. Obviamente están en los mapas, obviamente tienen una excelente red viaria y obviamente son conocidas. Pero no visitadas.

Lo cierto es que para pasar una jornada al aire libre sin masificaciones de ningún estilo esos parajes resultan idóneos. Cierto igualmente que quedan a desmano, y ello obliga a pasar un buen rato en el coche: de San Martiño, en Mesía (cerca de su museo etnográfico de las Brañas de Valga y su sorprendente laguna artificial) se busca el norte, y una vez que el excursionista desemboca en otra de más ancho, a la diestra, hasta O Empalme. Y de nuevo al norte por la carretera DP-2602, parroquia de Probaos, paisajes amables con unas viejas montañas al fondo.

Y nada más entrar en ese asfalto, tras la primera curva se extiende una larga recta, cosa desde luego rara en la geografía gallega, y el primer desvío a la izquierda lleva a la iglesia de Santaia, que ya se adivina entre la arboleda.

El crucero moderno que se alza unos metros antes es difícil que entre en un catálogo de los más bellos de Galicia (sustituyó a otro con cruz de madera), por decirlo educadamente, pero el pequeño y sobrio templo compensa cualquier impresión anterior. No porque se vea en un estado aceptable aunque no le vendría mal una mano de pintura, ni siquiera por sus dos cruces antefijas en los tejados (una está rota), sino por su pequeño pero notable cementerio en tierra delante de su puerta.

Por lo demás, la iglesia es el típico ejemplar del siglo XVIII gallego, época del barroco, con una sola nave rectangular. Destaca en su sencilla fachada la espadaña de dos cuerpos, con doble campana —una del XVIII y la otra del XIX— y una cuidada ornamentación superior en granito a la vista.

Hay amplio espacio para aparcar y para sumergirse en la aventura de dar marcha atrás y en la curva seguir recto por pista de tierra que se va a estrechar, metiéndose en medio del bosque. El truco es seguir siempre lo más recto posible, porque así se llegará a una elevación primero (a la derecha) y a otra después, muy cerca todo ello.

La primera es ni más ni menos que lo que queda de la fortaleza de Probaos. Realmente fue una torre de unos 30 o 35 metros de lado rodeada por un foso. Por desgracia, todo apunta a que hace no muchos años uno o varios vecinos se llevaron sillares para sus propias construcciones.

Y el segundo montículo es un castro, ovalado en su parte superior y un doble foso antes que desanimaba a cualquier que se acercase con poco gratas intenciones. Ahora, en medio de la vegetación donde incluso sobreviven algunos carballos, es un lugar donde se respira paz.

Por si eso no fuera poco, y si el reloj no impone su dictadura, siguiendo siempre de frente se gana en unos minutos A Baiuca (no confundir con la de Oroso). El monte que está detrás lo ocupa un castro, y el de la derecha, un poco más alejado, también. Uno y otro de fácil acceso aunque tanto eucalipto impide una visión general. Nadie se ha roto la cabeza pensando en cómo llamarlos: el primero es O Castro y el segundo, Os Castros. Además, entre uno y otro corre el arroyo Mourelos, al cual se puede descender andando por un camino ancho y, simplemente, precioso.