Álvaro Lazaga: «Mientras sienta mariposas en el estómago, seguiré caminando»
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TURISMO A TODA COSTA | Acaba de concluir en la villa de A Barca, en la Costa da Morte, su Camino número 48: «Te cambia la forma de ver la vida». Contó su experiencia y su parecer acerca de la ruta en un encuentro en el albergue Bela Muxía
27 abr 2022 . Actualizado a las 00:42 h.Trece pares de zapatillas después, y aferrándose a las que lleva porque ya están «descatalogadas», Álvaro Lazaga (56 años) no duda en afirmar que el Camino cambia la forma de ver la vida: «El Camino te enseña a que cada vez te hagan falta menos cosas para vivir». A él, ni carné de conducir. Su mochila podría ser una metáfora. La que portaba la primera vez que se echó a andar, en el 2010, pesaba 12 kilos. La de hoy no llega a los siete. En estos doce años ha hecho 48 veces el Camino, seis desde el inicio de la pandemia, y el último recién concluido en Muxía. Le resta importancia a la cifra: «No es una competición y conozco peregrinos que llevan muchísimos más. Este que acabo de terminar es un punto y seguido. Todos son diferentes y, mientras siga sintiendo mariposas en el estómago al ponerme la mochila, caminaré».
Lazaga es madrileño, pero afincado en Benidorm. Al Camino llegó por una amiga. Se lo recomendó hacer en invierno, solo, durmiendo en albergues, llevando un saco. «Aquella primera vez, cuando llegué a Santiago después de haber conocido italianos, americanos, japoneses, con los pies hechos polvo, ese mismo día dije que tenía que volver. Y al poco hice otro, y otro...». Ninguna ruta es igual y ni siquiera un día es parecido al otro, uno nunca tiene idea de lo que puede deparar.
Álvaro lo apunta todo. Las libretas iniciales se fueron convirtiendo en fotografías, crónicas en redes sociales (Instagram, Facebook...) y cuidados vídeos para Youtube, con un canal que se aproxima a los 2.900 suscriptores. Sus piezas audiovisuales son comentadas por internautas a miles de kilómetros, y nada tiene que ver esto que hace con ese apellido, Lazaga, que denota ascendencia de cineasta. «No pienso ni en un documental ni en una película, para nada. Esto es amateur. Todo lo que hago es por gusto», indica.
De entre todos los Caminos hechos y los que le quedan por hacer —«muchos», y repetir algunos—, denomina «el Camino de mi vida» al que hizo con inicio en Benidorm, final en Muxía y regreso de nuevo a pie a Benidorm. Aquella llegada, esperándole su novia y sus amigos, es uno de los momentos más especiales que ha vivido. «Desde mi casa [así considera también Muxía] volví a mi casa. Fueron 101 días ida y vuelta», detalla. En su peregrinar, Lazaga salta charcos, patina nieve... Se divierte como un niño, se emociona, y he ahí, quizás, la clave para nunca perder la ilusión: «Yo solo puedo decir gracias».
Todo esto lo contó el domingo por la tarde en el albergue Bela Muxía, en un encuentro con su responsable, Pepe Formoso, retransmitido en línea y denominado El pulso del Camino. ¿Si este ha cambiado o no? «Como la vida. Cuando yo salí la primera vez no tenía ni móvil. Hay quien dice que antes era mejor, pero yo soy optimista, lo veo con otros ojos, y me arrimo allí donde hay buenas vibraciones», apunta. Puede hacerse así, sin impregnarse ni de mercantilización ni de masificación: «Yo no lo noto».
«A mi modo de ver, el Camino va bien, pero conozco a gente que dice que no. Hablan de turigrinos, palabra que no me gusta, de coches de apoyo, transporte de mochilas... Sin embargo yo creo que todo el mundo tiene derecho a disfrutar del Camino, y como cada uno lo haga es asunto suyo. Cada peregrino es un mundo, cada peregrino es un Camino, siempre respetando unas normas, claro», reflexiona. Picaresca la hay, eso sí. Con su experiencia, Lazaga habla de que el Camino tiene una «energía» que se inocula: «La ruta de senderismo no tiene un fin, un motivo, le falta esta chispa».
Más allá de la religiosidad, que no es su caso, dice que en la ruta pueden hallarse muchos atractivos, y que sigue habiendo hospitalidad. Él, que no es religioso, ha dormido en iglesias: «Nadie me ha preguntado por mi religión para ayudarme, solo veían a un peregrino». No rechaza a aquellos que consideran el Camino una vía económica, sin coste elevado, de hacer turismo («tienen el mismo derecho a hacerlo») ni rechaza tampoco la proliferación de rutas que buscan ser reconocidas: «Los puristas pensarán lo contrario, aludirán al sustento histórico... pero yo estoy encantado. Al final, el Camino empieza en la puerta de casa de cada uno». En su peregrinar, un chusco de pan duro, o un trago de agua de una fuente, le han sabido a gloria. Prefiere caminar solo: «Las decisiones que tomas tú, las 24 horas, son tuyas».
En todo este tiempo solo ha tenido que lamentar dos lesiones, pero todo el resto, que es mucho, pesa más. Seguir desde Compostela hasta Fisterra y Muxía es para Lazaga un plus. Vale la pena: «Son las vistas más bonitas. Llegas al mar, es como una comunión, un bautismo». Prefiere acercarse primero a Fisterra y rematar en Muxía, a pie de la Barca, en el santuario pétreo, con el Atlántico tan cerca. Es una vuelta de tuerca. Y un nuevo comienzo. Rumiar.