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Una vía del tren para andarla

Rodri García

VEN A GALICIA

MARCOS MÍGUEZ

Cerceda y Compostela van a estar unidas por una nueva vía verde. En el tramo anterior se puede caminar sobre traviesas, raíles y túneles como el de Vista Alegre (Culleredo), casi dos kilómetros de penumbra.

30 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«... Prohibido cruzar las vías». Es la cantinela de la megafonía cada vez que el tren llega a una estación. Para los que tienen mono de patear traviesas y raíles quedan opciones como la vía férrea que desde 1943 unió A Coruña y Santiago. El nuevo Eje Atlántico la dejó fuera de servicio. El tramo de Cerceda a Compostela va camino de convertirse en 36 kilómetros de vía verde. Se une a los 9 de Vilagarcía a Portas y los 12 de A Pontenova (Lugo) a San Tirso de Abres (Asturias).

Antes de Cerceda se puede andar por esa vía muerta. Y por túneles como el de Vista Alegre, casi dos kilómetros, o el de Bregua, 800 metros, ya sin raíles. Una ruta sale de la estación de Bregua, sube al monte do Castro (430 metros, con panorámica hasta el mar), baja a la vía férrea y regresa por la misma cruzando los túneles.

Desde Boedo (Culleredo) se puede caminar hacia Compostela por la vía muerta en la que la vegetación va ganando terreno. Tras el primer túnel, el de Boedo (40 metros) está el de Vista Alegre, 1.800 metros de penumbra. Imprescindible la linterna. En la mitad alguien olvidó una maleta. Está vacía. Las pintadas también llegan aquí: «Vete o muere». La ligera curva del final impide ver la luz. Si se recorre en sentido contrario hay un momento de sorpresa a los pocos metros de la entrada y tras pasar dicha curva: ¿Qué es esa luz? Instante de duda: ¿Un tren? No, la boca del túnel.

Siguiendo hacia Cerceda, una zona de carballos ocupa la ladera que baja al río Valiñas. En una señal ferroviaria han hecho prácticas de tiro. La maleza se adueña de las traviesas junto con los derrumbes de una trinchera. Para seguir hay que ir por caminos o carreteras laterales.

MARCOS MÍGUEZ

Cerceda, una estación por amor

La vieja estación de Meirama está llena de madera. El edificio acoge el Museo da minería. «Hai que pedir cita», indica un vecino tras apuntar que aquí no empezó la vía verde a Santiago porque una empresa portuguesa tiene una concesión vigente para mover madera.

Ricardo, natural de Cerceda, evoca una historia que le contaba su abuelo, Jesús Mosquera: el ingeniero encargado de construir esta vía se enamoró de una joven de la parroquia de Queixas. Como prueba de su amor le puso una estación cerca de su casa. «Algo diso díxose, pero parece que máis ben foi cousa do cura». Esto cuenta un hombre entrado en años que se indentifica como «Santos, de Pao do Lobo» [lugar de Queixas]. Relata que el ingeniero en cuestión se hospedó en casa de una familia que le cobraba mucho. Pero enfermó y acabó en la casa del cura, don Joaquín. Al querer mostrar su agradecimiento por los cuidados, recibió como petición que hubiera dos estaciones cerca. Así, Cerceda acabó teniendo tres paradas todas alejadas del centro urbano: Meirama, Queixas [llamada Cerceda y ahora albergue de peregrinos] y Queixas-Londoño, abandonada. A mediados de los años 50 se resolvió el problema con un pequeño apeadero, Vila da Igrexa, cerca del núcleo urbano. Ricardo fue uno de sus usuarios. Lamenta que ahora la hiedra lo cubra y el aldraxe: «El almacén de cualquiera de las estaciones es mejor que ese apeadero».

A la estación-albergue de Cerceda llega una pareja que acaba de recorrer un tramo de la nueva vía verde. A lo ancho, explican, «ten 2/3 de asfalto e un de terra». ¿Y algún resto de la vía férrea?. «Os sinais, coma ese». E indican una: «Prohibido cruzar».