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Recorriendo el Melide que ignoran los miles de peregrinos

La Voz

VEN A GALICIA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

El norte del municipio es rico en templos, cruceiros, hórreos, castros y hasta los restos de un castillo

28 may 2022 . Actualizado a las 04:55 h.

La parte noroeste de Melide es la menos conocida. El Camino de Santiago ejerce de imán en el sur. Claro está que no van a parar un día los peregrinos para darse una vuelta por esas colinas de un verde que hasta emociona, con granjas aquí y allá, casas viejas deshabitadas, algunas rehabilitadas, tranquilidad absoluta. Pero si los compostelanos quieren eso, relax, paisaje y arte, entonces que vayan de Arzúa hacia Boimorto, que se desvíen por la AC-1001 y que en Ribadiso de Mella cojan a la derecha por una pista estrecha. Desde luego, que no esperen asfalto en condiciones.

Esa pista asciende, da una gran vuelta y un cartel avisa de que se ha llegado a un gran pazo, el de Salgado, con su imponente torre defensiva. Propiedad privada, de manera que la visita no entra en el capítulo de lo posible.

Dejándolo a la izquierda y en el cruce con otra carretera eligiendo el frente se llega a la iglesia de Santiago de Baltar, en el lugar de O Picho. Ahí la parada resulta obligada.

El templo es sencillo, de una sola nave muy alargada, con campanario de dos cuerpos, el cementerio demasiado pegado. Al otro lado del asfalto, una carballeira preciosa, con un muy interesante cruceiro y, al fondo, uno de los numerosos hórreos que se va a encontrar el excursionista en estos kilómetros. Son hórreos muy sencillos, sin ampulosidad alguna, pero por suerte la mitad de ellos se encuentran en buen estado y se nota que reciben cuidados de sus dueños.

La siguiente parada es la ermita de Santa Cruz. O sea, procede seguir por esa pista —tan estrecha como todas las de la jornada— dando vuelta a la aldea, sin hacer caso de los dos desvíos que arrancan a la diestra. La primera imagen resulta espectacular, sobre todo si el día ha salido luminoso: se va por un pequeño bosquete y al fondo, en un nivel más alto, emerge el edificio blanco, por suerte sin asfalto hasta su puerta.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

La ermita es grande por fuera y minúscula por dentro, un interior que mal que bien se ve a través de los cristales. Un lugar idóneo para descansar y estirar las piernas. Y para prepararse para conocer el siguiente punto, que está casi ahí mismo pero cuyo acceso no resulta ni fácil ni difícil, pero sí hay que poseer unas ciertas dosis de aventura en las venas. Porque, en efecto, dejando el templo a la izquierda, rodeándolo por atrás, un centenar de metros más allá queda a la misma mano un outeiro bajo y muy emboscado. Eso es lo que queda del castillo medieval de Gobras.

Marcha atrás sin hacer caso de desvío alguno y el excursionista va a dar a la iglesia de Santa Cristina de Orois, entre Orois de Abaixo y Orois de Arriba. La primera impresión es la que producen todos los rincones de este Melide del interior: muy relajante, sin agresiones estéticas, un entorno donde elementos como el cruceiro parecen estar ahí desde siempre, aunque este ejemplar data de tiempos recientes.

Todavía queda una sorpresa más: continuando esa carretera —que retorciéndose mucho va a dar a la Melide-Arzúa, itinerario idóneo para volver a casa— casi dos kilómetros más adelante y dejando a la izquierda un outeiro pelado del todo con eucaliptos pequeños recién plantados, aparece una pista muy estrecha a la izquierda.

Ese montículo que rodea no es otra cosa que un castro, una aldea prehistórica que espera su momento para ser excavada. No resulta lo más fácil del mundo adentrarse en esa selva para contemplar sus murallas, pero es una aventura que no olvidarán los más pequeños del grupo. Que además podrán andar a sus anchas: no hay apenas población en todo el itinerario, y eso quiere decir que no hay covid.