La inolvidable Pilar Valiña regentó un negocio querido por los peregrinos
31 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.O Cebreiro ya no es lo que era. Por supuesto que sigue estando en el mismo sitio, con su magnífica iglesia, con el cáliz y la patena que le regalaron los Reyes Católicos (no, no es el Santo Grial por mucho que algún visionario se empeñe) y con días de cientos y hasta miles de peregrinos pululando por el pequeño pueblo de montaña que salió del olvido gracias a un cura, Elías Valiña, el gran recuperador del Camino de Santiago.
Pero O Cebreiro, a pesar de todo eso, ya no es lo que era aunque siga a 1.300 metros de altitud, llenándose también en invierno con urbanitas a los que les gusta disfrutar de la nieve. Sigue la cruz arriba del monte, colocada para filmar una película pero que ahora es casi un centro de peregrinación en sí misma.
Falta algo. Falta la gran alma mater, la persona conocida por todos los que se echaban al Camino de Santiago, la seguidora del trabajo de Elías: su sobrina, Pilar Valiña, fallecida en julio del año pasado y cuya tumba -en el cementerio pegado a la fantástica iglesia- se está convirtiendo en lugar donde todos los peregrinos paran y rezan una oración o simplemente tienen un recuerdo cariñoso para ella.
Su obra sigue, claro. Ahí está para demostrarlo el hotel que abrió con su marido, Luis, el Cebreiro (cuando inauguraron, su nombre era más largo, Santuario do Cebreiro, pero lo acortaron a petición del entorno de la Iglesia, lo cual demuestra el buen corazón de toda esa familia), un hotelito rural con cinco habitaciones dobles, todas ellas con cuarto de baño, calefacción y televisor. Hay otras caras tras la barra y sirviendo comida tras comida en un espacio que siempre se queda pequeño y donde pocos se resisten al queso de O Cebreiro con miel. Tampoco está Amelia Valiña en la cocina con sus cocidos esplendorosos, inapelable ley de vida. Pero gracias a todos ellos O Cebreiro sigue siendo un lugar único y simbólico.
Pilar, Luis y Amelia habían llevado adelante la hospedería, propiedad del obispado, y que excepto que alguien demuestre lo contrario (japoneses incluidos, que presumen pero no enseñan documentación), es el hospedaje más antiguo del mundo, año 836, cuando lo abrió un grupo de monjes.
Cierto es que el edificio que se alza ante los ojos no data de aquella centuria, sino que es muy posterior, pero sus cimientos y quizás el arranque de alguna de las paredes datan de aquellas épocas lejanas. Ahora alberga a los frailes que se encargan del mantenimiento de la iglesia y la orientación a los peregrinos. Ya con el siglo XX agonizando, Pilar y Luis empezaron a construir el hotel, sobre una base que ya existía: el edificio había sido cárcel y ayuntamiento. Colocar las enormes vigas constituyó toda una hazaña, una auténtica obra de ingeniería: Luis se empeñó en que tenían que ser de las antiguas, y hubo que buscarlas con ahínco, trasladarlas y, después, ponerlas justo en su sitio teniendo en cuenta la carga que iban a soportar.
Hace dieciocho años este periódico decía que «parece como una casona de piedra de las que llevan ahí toda la vida, justo frente a la iglesia que en su día fue visitada por los Reyes Católicos. Por fuera, impecable». En realidad, la frase pudo haber sido escrita ayer, porque nada ha cambiado excepto que el edificio está rodeado por varias tiendas de recuerdos. Hoy el hotel rural Cebreiro se ha transformado en un auténtico punto de reunión y casi se podría decir que en un centro social. La planta baja la ocupan la cocina, el concurridísimo bar, el comedor y una tienda dedicada al Camino de Santiago que tiene mil y un objetos para todos los gustos. Como para perderse allí.
En la planta alta, las mencionadas cinco habitaciones, con entrada por otro lado, un lateral, lo cual impide la molestia de andar entre tanta gente. Las escaleras son cómodas. Y una vez arriba, mucha piedra, como piedra vista hay también en todo el exterior para no desentonar con las pallozas vecinas y con la mampostería con que fue levantada la iglesia cuando la Edad Media estaba en su apogeo. Los cuartos son de dimensiones medias, ajustándose al espacio disponible y con ventanas no muy grandes porque los inviernos obligan a abrigarse y a no exponer mucha superficie a los vientos. En la decoración se ha huido de recargar nada, ni la entrada con su lareira, ni el comedor inmediatamente al fondo, ni las habitaciones en sí. En las camas mandan los colores blancos o crudos, con la mesa de color oscuro. Luces en las paredes más que en el techo, lo cual ayuda a recrear esa atmósfera íntima. Nada es vulgar y estándar en O Cebreiro. Y sí, en efecto, el párrafo anterior tampoco es de ayer. Fue escrito en al año 2004 y conserva su validez. Lo único que se echa en falta en esa aldea jacobea es la perenne sonrisa de Pilar Valiña.