El valle del arroyo Canzobre supera en belleza al castro del mismo nombre

En ocasiones no se dispone de un día entero para explorar algún rincón del enorme y atractivo golfo Ártabro y su retaguardia. O simplemente solo hay ganas de dar un paseo sin gente alrededor y por un paraje tranquilo. Si este es el caso, cerca de A Coruña aparecen varias posibilidades.

Una de ellas la definen los alrededores de Canzobre. Es decir, de Mesoiro a Uxes, de aquí a cruzar por arriba la autovía A-6 y todo recto (es un decir, no escasean las curvas) a Canzobre. O bien por Ledoño a Bregua y, por una pista estrecha, a ese lugar.

En el primer caso se alcanza, serpenteando, el estrecho valle que conforma un arroyo llamado también Canzobre, ignorado salvo por los vecinos, y que ofrece un buen grupo de pequeños rincones de gran belleza natural. Curiosa y felizmente, el desarrollo urbano no ha llegado en absoluto hasta ahí.

Para ser sinceros, la aldea de Canzobre no va a deslumbrar, aunque sí lo harán un par de hórreos, y también llamará la atención una vivienda excelentemente rehabilitada. Se merece unas líneas el propio topónimo, con esa terminación en «-bre» que indica su origen prerromano.

Adonde va a ir la mirada es a un lado y otro, a esas líneas de montañas no muy altas (poco más de un centenar de metros que donde se encuentra el visitante), pero que dan la impresión de ser murallones salvajes. Hay dos vías para explorarlas.

Una parte de Canzobre según se va hacia Uxes, pero dentro de la aldea, rodeando un montículo. Una pista arranca a la derecha y acaba convirtiéndose en camino, que a su vez se bifurca. El alto que se halla ante los ojos es Os Fechocos.

La otra se toma justo cuando se dejan a la espalda las últimas casas de la aldea en dirección a Bregua, y pasa en su inicio entre dos edificios auxiliares. Sube con más pendiente que la anterior y bordea la altura de Pena Rubia, de 271 metros sobre el nivel del mar.

Pero si Canzobre es topónimo prerromano, ¿queda algún resto de aquella época? La respuesta es afirmativa. El montículo al pie del cual se construyeron las viviendas actuales fue identificado como un castro. No ha sido bien tratado, en absoluto, pero eso no le mengua valor histórico.

La aldea prehistórica, situada a poco más de 163 metros sobre el nivel del mar, es propiedad privada y se ve modificada por la acción humana. Quien la ha medido asegura que se trata de un recinto ovalado con 130 metros por 95, sin ningún resto de edificación a simple vista pero, sin duda, más de uno bajo tierra. Y eso, unos humildes muros que seguro que están ahí abajo, constituye el auténtico tesoro. Porque las minas de oro y similares entran en el terreno de la leyenda. Y también en eso es rico el golfo Ártabro.

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