EN PRIMERA PERSONA | Es hora de probar algo nuevo y hacer la ruta hasta Fisterra en un Rolls Royce
05 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.—Así que te vas de peregrino a Fisterra en un Rolls Royce.
—Desde hace catorce años he ido a pie más de una docena de veces, varias contigo, Donal. Como aquella en la que nos hicimos fotos para el blog de la gran campeona Judit Polgar, jugando al ajedrez en lugares especiales: en el Obradoiro; en la roca desde la que se otea por primera vez el cabo y en el mismo faro.
A partir de la docena perdí la cuenta. Era hora de probar algo nuevo.
—¿No me contaste, junto a su escultura en la playa de Langosteira, que Cela también viajaba en Rolls con una choferesa negra?
—El Rolls de Cela era alquilado, el mío, que tú mismo bautizaste, como George, ni alquilado, ni tampoco robado. Llevaré a Eleanor, el espíritu del éxtasis que adorna la calandra con su vestido al viento como un mascarón de proa, hasta el cabo del fin del mundo. Ya sabes que la Eleanor de carne y hueso, que posó para ese emblema y era la secretaria y amante de Lord Montagu, murió en el mar, cuando el SS Persia fue torpedeado en la primera guerra mundial por un submarino alemán en el Mediterráneo. El Lord se salvó y la buscó desesperado sin éxito por todos los puertos del Mare Nostrum. Y es posible que doblasen Finisterre en su derrota hacia el sur.
—Y recordarás otra vez los naufragios de la Costa de la Muerte que reviviste en tu libro.
—Lo que vemos no es solo lo que nuestros ojos perciben, sino lo que sabemos y sentimos sobre los sucesos y leyendas ocurridos en el paisaje percibido. Cuando cruzo el río Xallas veo a Antonio de Traba, el valiente de Fisterra, peleando con los invasores franceses, o años después salvando de ser linchado a George Borrow, don Jorgito el Inglés, por su parecido con don Carlos, o al desventurado capitán Macleod cortándose el cuello con una navaja barbera tras el naufragio en Gures de su orgulloso barco el Great Liverpool. Y eso que yo veo no lo ven quienes desconocen estos dramas.
—En el Camino hay peregrinos, bicigrinos, pijigrinos, hippygrinos, locogrinos y ahora tú añades una especie nueva ¡el Rolsegrino! Ni que fueses millonario.
—Millonario era aquel italiano que estaba de camarero temporal en Ponte Maceira y había renunciado a sus millones para dedicarse a una vida de peregrinación. Más bien imagina que mi George es un dos caballos que ha sido besado por la dama Eleanor y se ha transfigurado.
—Más de un peregrino no va a resistir la tentación de dejar de caminar y hacer autostop al verte pasar.
—Los llevaré encantado. La primera vez que llegué al Cabo tenía los pies destrozados de ampollas. Era novato y aún no sabía que hay que reventarlas con una aguja para que duelan menos. La idea de volver a pie del faro al pueblo me torturaba e hice autostop. Me cogieron enseguida, sorprendidos de ver por primera vez a un peregrino haciendo autostop.
—Pero George no va a caber por el puente sobre ese río de montaña en el que vimos a una ninfa peregrina nadando por aquellas soledades. Te la perderás.
—Cierto. Cada alternativa vital supone ganar algo y perder algo. Por donde espero que quepa es por el puente sobre el Tambre en Ponte Maceira.
—¡Uno de mis lugares favoritos del Camino, junto con la ermita de la Virgen de las Nieves, donde el año que lo hicimos con mi mujer, Eithne, te tiraste vestido en la charca del manantial que fluye al pie por el calor insoportable que hacía!
—¡Uno de los momentos cumbre, que diría el psicólogo Maslow, de mis Caminos!
—Eso sí, si llueve no te mojarás esta vez.
—La peor mojadura la sufrí en el otoño del 2009, cuando a mi amiga suecoirlandesa Francesca y a mí nos cogió el primer temporal de octubre desde las alturas que protegen Olveiroa hasta el hotel Larry de mi amigo Pepe, en Cee. Más que caminar, navegamos por un río catorce kilómetros y conocimos a la tan tímida como valiente inglesa Zoe, que estaba extasiada tras haber pasado la noche en una tienda en el monte oyendo a los jabalíes hozar a su alrededor.
—Pues yo nunca he sufrido otra cosa camino de Fisterra en julio que un calor insoportable que me llena las piernas de ronchas. ¡No conozco la famosa lluvia gallega!
—Tendrás que venir en febrero para disfrutarla, Donal.
Un peregrino persistente que se ha puesto a andar por muy variadas causas
Juan Campos, autor de este texto, es un peregrino persistente. Recorrió a pie unas quinces veces itinerarios xacobeos, «haciendo amistad con peregrinos, paisanos, hosteleros, cazadores, un anciano pastor de cabras surcado de arrugas bíblicas y algún que otro perro guardián», escribía hace ocho años en estas mismas páginas. Considera Ponte Maceira como «el cruce sobre un río más hermoso de todo el Camino, con el permiso del puente de Hospital de Órbigo».
Contaba también que las primeras veces llegó «a Fisterra crucificado de ampollas». Lo hizo solo o acompañado de familiares, amigos ajedrecistas o antiguas compañeras de carrera de sus años irlandeses a las que no veía desde hacía décadas. Caminó bajo un sol deslumbrante o empapado por alguno de los peores temporales. «Y siempre deseando volver», repite. Juan es de esas personas que se emocionan ante una puesta de sol o viendo como la luna brilla sobre la tumba de un náufrago en el aniversario de un hundimiento.
Investigador de naufragios. Juan Campos Calvo Sotelo (Cuntis, 1948) es psicólogo, pero debe su popularidad a la investigación sobre historias de accidentes marinos. Su libro Náufragos de antaño es un gran referente de los principales acontecimientos luctuosos frente a la costa gallega. Fue, asimismo, el iniciador y promotor del homenaje que todos los 10 de noviembre se lleva a cabo en el Cemiterio dos Ingleses a las víctimas del Serpent. Es un consumado ajedrecista y suele participar en recreaciones históricas de relieve.