A 20 metros de altura, en los acantilados de Cedeira, se encuentra A Senda do Santo, la primera vía ferrata de Galicia y una de las pocas con vistas al mar en España. Una ruta de escalada para aficionados. Aquí va mi experiencia.
30 jun 2022 . Actualizado a las 10:21 h.«Un fin de semana viendo películas no habría estado mal tampoco». Ese hubiera sido mi pensamiento, de poder hilarlo a 20 metros de altura y sin saber si la fuerza de los brazos sería la suficiente para tomar la siguiente grapa -escalón de hierro anclado a la montaña-. Pero en la vía ferrata de Cedeira (A Coruña), una novata como yo no piensa en otra cosa que no sea dar el siguiente paso, enganchar o desenganchar los mosquetones, incluso más que en las vistas desde las alturas de esta atracción única en Galicia.
Las vías ferratas son rutas de escalada en las montañas trazadas y equipadas con diferentes materiales instalados permanentemente para que los aficionados puedan atravesarlas sin previa formación, acompañados de un guía y contando con los elementos de seguridad necesarios: arnés, casco, guantes, disipadores y mosquetones. En un principio tenían como propósito facilitar el paso de un lugar a otro. Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial se habilitaron con fines bélicos y estratégicos, pero una vez terminadas las contiendas, se volvieron parques de diversiones para los más atrevidos. Actualmente en España hay más de 300.
Es importante aclarar que, aunque no hace falta ser un experto, hay que tener fuerza en los brazos y piernas y no sufrir de vértigo para lograr cruzarlas. Las de mayor complejidad, sin embargo, requieren de entrenamiento previo y son un reto, incluso, para los profesionales. A Senda do Santo, en Cedeira, se considera de complejidad baja (K2), en una escala de K1 a K5, aunque tiene un tramo que podría considerarse K3.
Esta es la primera vía ferrata de Galicia. Se ubica en el parque Cabo Ortegal. Además del interés geológico y natural de la zona cuenta, con los acantilados más altos de Europa continental, perfectos para aprovechar las vistas mientras se da un paseo por San Andrés de Teixido o se practican deportes de aventura.
Entre la montaña y el mar
Esa mañana, de tiempo muy gallego, el viento no logró disipar las nubes y la lluvia amenazó la mañana entera. El recorrido de 124 metros y tres horas de duración iba a ser cancelado, pero unas cuantas gotas no hicieron que regresáramos a casa sin algo que contar. Un café en San Andrés de Teixido, con vistas al mar, bastó para animarnos a subir, aun cuando la niebla impedía ver el océano desde la cima de la montaña.
Dos monitores de Orixen (la empresa que organiza estas rutas), un grupo de cinco personas y yo nos dispusimos a subir en medio de la llovizna. Junto al bosque de eucaliptos, nos pusimos cascos, guantes, arneses y nos introdujimos por un camino que, después de 15 minutos andando, nos dejó al inicio de la vía. Se trata de una serie de grapas incrustadas en la roca con un cable de vida al cual asegurar el disipador. Nos dieron las indicaciones para subir. Diecisiete metros de tramo inicial en ascenso y luego un tramo horizontal o travesía. A continuación, un puente de mono: un cable de acero para apoyar los pies y uno para apoyar las manos. «Pon los mosquetones en el medio y abre los brazos, pasa despacio deslizándote y, disfruta la vista», nos explicó Juan Tejeiro, el guía encargado de vigilar a quienes íbamos atrás. Había veinte metros bajo mis pies. Después vino otra travesía horizontal, un puente escalera y un banco colgando en medio de las montañas para descansar los pies y ver el paisaje: un respiro en medio del susto.
Los planes de un soñador
El banco al borde del acantilado fue una de las sugerencias de Daniel Pérez, técnico deportivo de barrancos y quien propuso al Ayuntamiento de Cedeira el proyecto de construcción de la vía ferrata, y que además, supervisó el proceso de adaptación que llevó a cabo Tierra y Ferro, una empresa malagueña. «A mí lo que más me gusta es que descubran la zona de Cedeira y que lo pasen bien», comenta Pérez, que desde hace cuatro años soñaba con la ruta que hoy recibe hasta 30 turistas diarios los fines de semana. Con el apoyo del Ayuntamiento y Tierra y Ferro intentaron construir algo que fuera accesible para todo el público, con el fin de aportar al turismo sostenible de la zona, que ya cuenta con otras actividades deportivas y atractivos naturales como la playa negra de Teixidelo.
La vía tiene una ventaja, que al mismo tiempo es su mayor inconveniente: dar la vuelta no es una opción y paralizarse de miedo tampoco. Pero Juan, el guía, se aseguró de que cruzara y esperó pacientemente a que superara mi novatada. Tomé fuerzas y me enganché a la línea de vida, apoyé los pies en la pared, solté los brazos de las grapas, respiré un poco, me reí de haber elegido esto en lugar de quedarme relajada en casa, y volví a empezar. Me atreví a cruzar el siguiente puente mirando el acantilado, aflojé un poco los músculos y disfruté de los árboles a mis pies, del viento y de la vista de Galicia, de su costa. Me sentí grande, lejos del suelo, envuelta en la neblina; vulnerable; nerviosa de pensar en la altura, pero parte de este paisaje. Solté los brazos. Lo más difícil ya había pasado.
Al final, llegamos arriba con tanto alivio que quería abrazar a quien fuera mi guía esa mañana. Incluso me pareció corto cuando acabé. Y ahora, mientras escribo y pienso en la costa, los riscos y la neblina, estoy segura de que lo repetiría, al fin y al cabo, es como un parque de diversiones, ¿no?