Abre sus puertas la instalación de realidad virtual diseñada por Alejandro G. Iñárritu, que permite ponerse en la piel de un ilegal cruzando la frontera con Estados Unidos: «Ya no es el sueño americano, es la pesadilla americana»
02 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.La sala es luminosa, antiséptica. Uno de esos no lugares, espacios intercambiables, sin personalidad, que podrían estar en cualquier país. Hace frío. Sobre un banco metálico, sin zapatos, sin calcetines, la palabra hielera cobra sentido. Se vuelve corpórea mientras los minutos pasan esperando a que la alarma suene y se ilumine la luz indicadora de una de las tres puertas.
Esa sala estéril, impersonal (salvo por las docenas de zapatos que cubren el suelo) , esos minutos de tensa espera, son la entrada a una experiencia que esta vez es en el Río Grande, pero que podría ser en muchas otras fronteras. Al cruzar la puerta de Carne y arena, podría aparecer la valla de Melilla. O un cayuco en la costa de Canarias. Quizá una patera en el mar de Alborán. O una barcaza intentando llegar a Lesbos en la que demasiada gente lucha por no ser devorada por el mar.
«Sus océanos son nuestros desiertos». Allí, las personas se desintegran. Igual que la humanidad. Alejandro G. Iñárritu habla desde el otro extremo de un mar que Galicia ha cruzado tantas veces que casi se ha convertido en una autopista más. Si hay un pueblo que puede empatizar con el fenómeno migratorio es el gallego. Concuerda el cineasta con las palabras del conselleiro de Cultura, Román Rodríguez —de hecho su suegro era mitad gallego mitad sueco— pero con Carne y arena quería ir incluso más allá. «Más que empatía, hay algo más importante. [Esta experiencia] da la oportunidad de acercanos a algo más profundo, que es la compasión. La empatía es entender al otro, la compasión es serlo».
En eso consiste Carne y arena, una experiencia de realidad virtual que desde ayer se puede visitar en la Cidade da Cultura: en rehumanizar. Sentir la arena en los pies y caminar. Experimentar el miedo, la impotencia, la incertidumbre en medio de un desierto. Verse rodeado de policías, no entender, que los perros y el helicóptero no te permitan ni pensar. Niños solos, hombres aterrados. Mujeres desfalleciendo mientras intentan llegar.
«Aquí no hay actores. Estas son historias reales representadas por las personas que las vivieron». La experiencia de realidad virtual derrota clichés, grandes números, retóricas racistas y puntos de vista fenomenológicos. «Cuando conoces la historia de uno, sabes lo que es realmete un emigrante. Es lo que he querido hacer a través de una experiencia emocional, pero al mismo tiempo real. Algo que pudiese conectarnos a través de nuestros instintos», explicaba el director.
Lina, 53 años. Fue trayendo a sus hijos uno a uno a Estados Unidos. Cuando se fue de Guatemala, la pequeña tenía tres años. Cuando consiguió volver a verla, ya había cumplido 23. Durante dos décadas había cuidado a los hijos de otros mientras intentaba reunirse con los suyos. «Un día le recé a Dios pidiéndole poder sentarme a la mesa con mi familia».
La experiencia de realidad virtual recrea las historias de personas reales, que se echan encima, se apartan, caen, se arrodillan ante el arma de un agente, deslumbrados por los faros. Y son ellos mismo los que relatan sus propias vidas, dando un golpe de realidad sobre otro. Migrantes que llegaron siendo niños y ya no tienen lazos con su país de origen, hombres traumatizados con el sonido que hace una persona a punto de morir deshidratada. Un licenciado en Derecho por la Universidad de California, casado diez años con una estadounidense. Padre de otra estadounidense. Y aun así, todavía ilegal.
«Carne y arena es esa búsqueda que nos obliga a dejar la familia, poner en riesgo nuestra vida, sacrificar una cultura, un idioma, una familia… Lo que nos lleva es buscar esa condición que el ser humano sempre ha tenido, inherente a su forma de ser: ser mejores», subrayaba David Ramírez, cofundador de la Plataforma 90_20, uno de los soportes del proyecto. « Nadie deja su país, su cultura, sus familias sus amigos, por un puñado de dólares», insiste Iñárritu. «Ya no es el sueño americano, es la pesadilla americana, pero están dispuestos a vivir la pesadilla porque lo que dejan detrás es un infierno».
La alarma se activa y una señal luminosa indica la puerta. Ha llegado la hora de cruzar. De ser la cámara. De ser la película. De ser el inmigrante ilegal.
«Tu piel siente el aire, tocas la arena. El cuerpo no miente»
«Esta tecnología nos da la oportunidad de no ser espectadores». Cuando Alejandro G. Iñárritu sintió la necesidad de tocar un tema como el de las migraciones, se encontró con que la realidad virtual le permitía contar las cosas de otro modo. «El espacio en el cine es bidimensiaonal y el tiempo fragmentado». Lo que ocurre en la pantalla es una yuxtaposición, de imágenes, un ejercicio abstracto de representación que queda superado en esta instalación. Así que el director tuvo que deshacerse de lo que había aprendido en el cine . Que la historia dejase de ser una cuestión abstracta para conseguir un punto de vista subjetivo. «Es el poder que se le da a la audiencia para que no solo observe un objeto, sino que sensorialmente experiemente con el cuerpo». El cuerpo se convierte en la película.
«Tu piel siente el aire, tocas la arena. El cuerpo no miente» y eso apela a algo primitivo: «Es acceder a lo más elemental del ser humano. Es la virtud de esta tecnología, que nos permite entrar en lo que somos nosotros».
Ese nosotros se resume en los latidos que estallan de vez en cuando durante la experiencia. Un corazón de carne, que es el mismo en el policía y en el inmigrante. «Pensé que algo importante es quienes son esas personas adentro». Y la piel, por dentro, es del mismo color. «El inmigrante es una oportunidad, no un enemigo», sentencia el cineasta. La economía de Estados Unidos, recuerda, no se sostendría sin esta población.
«Estamos lanzando unha mensaxe especialmente importante» sobre cuestiones «tremendamente actuais, dolorosas ,complexas e que nos deben levar a unha reflexión sobre o modelo de sociedade que queremos ter», matizaba Román Rodríguez. Un mensaje al que podrán acceder, por las condiciones especiales de la instalación, un máximo de 75 personas al día, es decir, un total de 5.000 personas. «Es una experiencia compleja, difícil y que solo un lugar como este podría recibir. No es para un museo tradicional o un cine».