A poco que la dejemos, la naturaleza borra las heridas que el ser humano le inflige. Una vieja cantera se ha convertido en una laguna situada a muy poca distancia del nacimiento de la ría de Arousa
11 jul 2022 . Actualizado a las 23:47 h.Al fondo de la ría de Arousa vive, desde hace años, un gigante de hierro: un puente construido para permitir que el tren corra veloz —como si volara— por el Eixo Atlántico. El viaducto del Ulla, motivo de orgullo para quienes lo construyeron, preside ahora ese espacio mágico en el que el que uno de los ríos más largos de Galicia se funde con el mar. El espectáculo que ofrece semejante enlace es de tal calibre que cuesta apartar los ojos de él: de los recovecos de la costa, de las montañas que la acompañan. Pero si rompemos el hechizo y miramos a nuestras espaldas con la suficiente atención, podremos descubrir uno de esos lugares que suelen pasar desapercibidos para quienes no lo conocen: la laguna de Pedras Miúdas.
El nombre parece una ironía: la laguna se formó de forma natural en el hueco dejado en su día por una vieja cantera. Así que en Pedras Miúdas nos recibe un fenomenal muro de roca, vertical y rotundo. Allá en lo alto vemos los dedos verdes del viaducto del Ulla, que se ancla al suelo con firmeza. Y también los molinos de viento de Catoira, hermanos de aquellos que, en un lugar de La Mancha, un hombre confundió con gigantes.
Dejamos resbalar la mirada por la roca. La empujamos para que caiga en picado. Y nos encontramos, de repente, en un lago cuyo agua refleja el color del cielo, pintándose de verde y azul cuando brilla el sol, más gris cuando las nubes lo cubren todo. En verano, al fresco de esta enorme balsa de agua, mucha rapazada deja pasar las tardes calurosas.
El lago está rodeado por una franja de árboles de ribeira que componen una sinfonía de verdes y una agradable sombra bajo la que resguardarse. De hecho, sus ramas forman un tupido pasadizo que envuelve parte de la senda de madera que acompaña al perfil de la laguna, dotando al recorrido de una atmósfera especial en la que el canto de los pájaros se escucha mejor, más nítido.
La pasarela que acompaña a la laguna fue construida hace años, como contraprestación a Catoira por el gigante de hierro que iba a echar sus raíces en esta tierra de vikingos y obispos guerreros. También se realizó entonces una plantación de árboles autóctonos en una de las laderas que desembocan en la laguna. Esos ejemplares siguen ahí, creciendo con la energía de una tierra fértil. Pero las rutas creadas en su momento para recorrer la ladera a la que dan vida están destrozadas por las escorrentías de inviernos sin recibir atención. Lo mismo ocurre en los accesos a esta laguna, que el Concello de Catoira parece querer mantener en secreto: apenas hay en la carretera general carteles que indiquen que a tan solo unos metros se encuentra este espacio, una muestra de la capacidad de la naturaleza para curarse de las agresiones humanas. La falta de atención a este rincón se nota, también, en un enorme edificio construido y que no ha tenido más objeto, hasta ahora, que convertirse en una ruina, en un soporte para todo tipo de grotescas pintadas. El inmueble mira hacia el lago con el que la naturaleza, sabia, ha tapado una de tantas heridas.
Cómo llegar
En la PO-548, a su paso por Catoira, hay que coger el desvío situado justo a los pies del enorme viaducto del Ulla. Un poco más arriba, está la entrada a la zona recreativa, de nuevo sin señalización clara.