El artista se subió al escenario de Riazor entre ovaciones para ofrecer un espectáculo de una hora en el que destacaron sus grandes éxitos
16 jul 2022 . Actualizado a las 21:44 h.En el escenario del Morriña Fest, hay una pantalla gigante. A ambos lados, otras dos. Suenan unos golpes de bombo y las tres se encienden a la vez:
«¡Aaaaa!»
«¡Maluma!»
Antes de aparecer en escena, se proyectan unas imágenes del cantante. Una suerte de documental al más puro estilo fancam que repasa su trayectoria durante tres minutos, desde sus inicios: él recogiendo premios y presidiendo conciertos multitudinarios en los que miles de personas se emocionan a sus pies. También ataviado con gafas de sol, ropa diferente en cada aparición y, sobre todo, él, reencarnando la imagen popular del éxito.
«¡Me muero!»
No fue la primera ovación de la noche, pero sí la más fuerte. Incluso antes de que el colombiano apareciera en escena, los gritos desbordaban el estadio de Riazor. Es comprensible: hacía tiempo que la ciudad no vivía un espectáculo de tales dimensiones. Una chica decía: «¡Sal ya!». Y otra, con más urgencia, añadía: «¡Sal ya, por favor!». Tal era el estruendo que, en favor de la emoción y de forma involuntaria, las imágenes se relegaron a un segundo plano. Incluso la voz que presentaba al cantante era indescifrable. Lo importante era que 25.000 personas, divididas entre pista y gradas, presenciarían, en escasos segundos, la llegada de su ídolo.
«¡Buenas noches, Coruña!»
«¡Dios!»
Entre dos cañones que proyectaban humo hacia el cielo, llegó Maluma. Pero antes se escuchó su voz: entró cantando Hawai, una de sus melodías más reconocibles. El público hacía: «Nananana», «lalalala», «papapapa». Pronto, los gritos onomatopéyicos de emoción se transformaron en la sombra del cantante. Maluma dejó de cantar y el ruido siguió siendo el mismo, 25.000 voces que funcionaban como una sola y que seguían la canción palabra por palabra. Sonrió, se tocó el pecho en señal de agradecimiento y se llevó las manos a la cara, incrédulo. ¿Acaso no está ya acostumbrado esta reacción?
Entre referencias constantes a todos los allí presentes como «mi gente», el colombiano ofrecó una hora de espectáculo con pausas entre canciones. Aprovechaba para agradecer y para crear expectativas sobre lo que venía a continuación: «¿Estáis preparados para lo que se viene?», pronunció en varias ocasiones. Para el repertorio eligió temas conocidos como Mala mía, Vente pa' acá, Felices los cuatro o Cuatro babys.
Sobre el escenario, sin apenas decorado, destacaban él, su grupo y sus bailarinas. Incluso para cantar Chantaje, la canción que tiene junto a Shakira, una de las coristas interpretó la voz femenina junto al colombiano. No obstante, el concierto terminó sin saber quienes eran ninguno de los allí presentes.
Justo antes, actuaba en el mismo escenario Lola Índigo. Con un espectáculo centrado en la danza, sus seis bailarinas fueron fundamentales. Cada una tenía su momento, salían en las pantallas y, al igual que la cantante, eran protagonistas del show. La granadina es la cara visible del proyecto, pero, en momentos como los dance breaks, pasaba a formar parte del conjunto siendo una pieza más. Las presentó una por una, al igual que a toda su banda, atribuyéndoles el lugar que les correspondía.
La puesta en escena de Maluma fue muy diferente. Los pasos de sus bailarinas giraban en torno a él, siempre en el centro y de pie. Mientras, ellas se agachaban. También aprovechaba el momento para autoreferenciarse con su clásico «Maluma baby» y para hacer alusiones a las «mujeres solteras», al mismo tiempo que movía la cadera y se mordía los labios. «Gracias por ser fanáticos de Maluma baby», dijo en una ocasión. Solo él era protagonista de su show.
Vista a través de la pantalla
El concierto dejaba en evidencia que las restricciones pandémicas que el año pasado protagonizaron la organización del Morriña -el campo de O Burgo con filas y filas de sillas- ya han quedado del todo atrás. Pasamos del distanciamiento al «perdona, tía, que te he tirado toda la bebida encima porque me han empujado». También al «avanzamos un poco más, que en este espacio no cabemos todos» y al «con tanta gente que ha venido ya empiezo a sudar».
Incluso la colocación de las pantallas evidenciaba esta situación. Tal era el número de asistentes que, más allá de la mitad del estadio, resultaba casi imposible ver lo que sucedía sobre el escenario. Incluso en las primeras filas se agradecía tener a Maluma agrandado en la proyección. Con los brazos de la gente subidos y moviéndose en el aire, con los móviles grabando atentamente cada paso del autor de Sobrio y Nos comemos vivos, había momentos en los que era imposible atender a lo que pasaba sobre las tablas.