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Molinos e iglesias se esconden en la Arzúa que no conocen los peregrinos

La Voz

VEN A GALICIA

Cristóbal Ramírez

En el norte del municipio hay paisajes bucólicos de muy fácil acceso

20 ago 2022 . Actualizado a las 05:05 h.

Arzúa es tierra de contrastes. Está partida —en el mejor de los sentidos— por el milenario Camino Francés a Santiago, y en estos días eso quiere decir cientos y cientos de personas. Pero por el norte no hay nadie. Colinas, granjas y paisajes bucólicos de muy fácil acceso puesto que la autovía permite ponerse allí en un santiamén. Una autovía que hay que dejar en la salida A Salceda, y en la doble rotonda elegir el norte, lo cual quiere decir hacia Oíns (señalizado). Si se prefiere la bicicleta, ahí hay lugar para aparcar el coche.

La pista es estrecha y va entre bosques de eucaliptos, descendente primero y ascendente después, lo cual permite deducir que por allá abajo corre una humilde corriente de agua tan pequeña que ni siquiera forma valle alguno. En los mapas figura con el nombre de Rego Mera, y deja a la derecha unas paredes apenas perceptibles que pertenecieron a uno de esos auténticos centros de relación que en el pasado eran los molinos.

Y, en fin, después de cinco minutos escasos de trayecto se desemboca en una carretera un poco más ancha y ello es prueba de que hay que girar a la derecha, a un grupo de casas dispersas que ocupan terrenos con distintos nombres: A Lanza, O Campo, Fruzo, Beis… Y en una de las casas, a la diestra, se vende miel, por cierto.

La larga, larguísima, recta conduce a una iglesia que reclama una parada. Si se ha ido en coche, aparece ante los ojos una explanada muy grande para aparcar. Enfrente, una isleta muy curiosa, un jardín bien cuidado con una fuente, un cruceiro sencillo pero no exento de elegancia, una mesa con bancos algo apretada y una placa con una inscripción que no se puede dudar de que es al menos sorprendente. Reza así: «El que dice que ama a María y luego blasfema del nombre de Dios, no merece nacer en Galicia, vivir en Oines, ni ser español. 1963». Eran otros tiempos. Toca reflexionar.

Frente al templo, puesto bajo la advocación de San Cosme, unos edificios interesantes, uno de ellos el centro social. En el lado contrario, otro cruceiro cuya basa y fuste son más interesantes que las del anterior y un pequeño parque biosaludable, con un excelente palomar de telón de fondo. La iglesia es de grandes proporciones, y lo más interesante es su amplio y muy bien cuidado cementerio en tierra y el sólido campanario que apunta al arte barroco del siglo XVIII.

Girando a la derecha, y por lo tanto dejando la isleta atrás, otra larga recta se abandona cuando una señal advierte de que el lugar de Os Muíños está cerca. Precioso paraje en descenso para girar a la izquierda a la primera oportunidad y llegar al Muíño do Calvo, preciosas ruinas al borde del Mera y antes de acometer un durísimo ascenso que se convierte en toda una prueba para quienes circulen sobre dos ruedas y a pedales. Granja a un lado, edificios de O Pazo al otro y de nuevo en la carretera de antes a la altura de la iglesia de Santa María de Dodro, una parroquia que homenajea para siempre y desde el 2008 a sus numerosos emigrantes con una pequeña y bien conseguida estatua. Bonito entorno, con edificio auxiliar con barbacoa, hórreo bien cerrado. También aquí hay un sencillo crucero, posterior al templo, que sin duda fue levantado hace dos siglos, lo cual quiere decir de nuevo arte barroco.

Continuando se cruza la autovía y se llega a A Calzada. O sea, un lugar mágico del Camino de Santiago, con un establecimiento donde paran todos los peregrinos a reponer fuerzas. Y si se ha ido en coche, un poco más adelante está la nacional, así que a la izquierda. Pero en el caso de que se haya preferido la bicicleta, la recomendación es dirigirse a A Salceda sin abandonar ni por un instante la ruta jacobea, y en O Castro girar por la pista a la derecha para encontrar el vehículo. Un paseo inolvidable.