Un colectivo organiza espectáculos en los bares de la zona de Churruca
21 ago 2022 . Actualizado a las 12:11 h.El Teatro Gorrilla, a pesar de ser teatro, tiene un planteamiento antitético al de los circuitos convencionales. «En vez de que la gente vaya a las actuaciones, nosotros llevamos las actuaciones a la gente», señala Eva Comesaña, una de sus responsables. Sus espectáculos se organizan en bares o salas, lugares que suelen quedar al margen de los planteamientos habituales de estas artes escénicas. Y otra singularidad es que el público paga al final del espectáculo y lo hace a su elección, lo que se conoce como taquilla inversa. Las aportaciones no las recogen en una caja ni utilizan una TPV, el efectivo se recoge en gorra.
El distintivo de Teatro Gorrilla proviene de una asociación y hace referencia, en clave irónica, a la de la figura del aparcacoches y al extendido prejuicio de que «el artista que tiene que mendigar». Es una forma de reírse de sí mismos y, al mismo tiempo, de reivindicarse.
El proyecto se gestó después de que Sergio Llauger y Sara García perdieran un avión a Vigo desde el aeropuerto de Londres. De la obligación de pagar otro billete y la consecuente inestabilidad económica que les acarreó esta situación surgió este particular formato, que acabó siendo rentable.
Sergio Llauger es actor y en ese momento no tenía bolos; García es propietaria de PeluqArt y ya contaba con experiencia en la organización de eventos en su peluquería —organizaba recitales, pinchadas o jams con otros—; y Laura Merchán, la tercera parte del Gorrilla, es artista visual y podía encargarse del aspecto gráfico. Así echaron a andar dos veces al mes en A Casa de Arriba, uno de los bares más conocidos de la zona de Churruca.
Tras la salida de García del proyecto, Eva Comesaña se unió al equipo el pasado mes de febrero con el objetivo de reactivar los espectáculos. Ya había colaborado en la Asociación 85C, un colectivo cuya propuesta era ocupar espacios poco convencionales para el arte desde una óptica feminista. Eva conocía a Llauger y Merchán de antes. El nuevo arranque, tras una pandemia de por medio, lo hicieron con un formato extendido a lo largo de toda una jornada, a modo de festival, expandido a otros locales como la Sala Kominsky, el Tinta Negra o el Monk. Con él, querían, además de estar en los bares, generar conversación en la calle, en los tránsitos entre espectáculo y espectáculo. Repetirán experiencia en septiembre, mes en el que Teatro Gorrilla retomará su actividad.
Artes escénicas fuera de sus pautas
En las primeras pruebas, tras comprobar que «a la gente le costaba pagar de una forma un poco justa», decidieron fijar un mínimo: tres euros. A partir de ahí, cada asistente es libre, en función de lo que pueda y quiera, de elevar la cifra en un equilibrio entre el poder adquisitivo del asistente y la satisfacción que le haya producido el espectáculo. El bar pone una cuantía fija de 30 euros para asegurarse que el artista cobra este mínimo «si la gorra sale mal». Después, lo recaudado con la gorra se reparte a medias entre el colectivo y el artista. Es su particular forma de hacer las artes escénicas accesibles al tiempo que el trabajo se paga de forma digna.
Eligieron Churruca por creer que es «el lugar que aglutina a la gente alternativa, a la que le interesa ese tipo de propuestas», dice Comesaña. Están en conversaciones con los artistas para adaptar el espacio al espectáculo y se han salido de la zona. Con un recital en sesión vermú de Petra Porter decidieron llevarse su representación a la cooperativa A Morada porque era un monólogo «performativo» y necesitaban un espacio más amplio; su «edición varietés», con actuaciones de las artistas drag Marinita, Meiga-i y Ariezzz, la realizaron en la nueva Sala Molotov por tratarse de «un espectáculo más de noche».
La suya es una agenda abierta. Tiran de sus contactos, pero también reciben otras propuestas, por ejemplo, en la convocatoria que hicieron antes de la nueva temporada. Así exploran el amplio abanico de las artes escénicas, entre el teatro más clásico, las piezas más experimentales, los recitales de poesía e incluso la danza. Fue el caso de Amparo Martínez y Alejandro Balboa. Una de ellas aprovechó el Gorrilla como un ensayo abierto, como una forma de hacer a la gente partícipe de la creación.