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Sorpresa a las puertas de la Catedral de Santiago: «No teníamos ni idea de que hacían falta las mascarillas»

LUCÍA ROIBÁS / S. L. SANTIAGO / LA VOZ

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MALENA FERNÁNDEZ

La obligatoriedad de portar tapabocas en la basílica causa desconcierto entre los visitantes

06 sep 2022 . Actualizado a las 22:33 h.

Hacer un free tour por el casco histórico, comprar un recuerdo en alguno de los establecimientos de suvenires de Praterías, entrar a un restaurante en el Franco… Hace meses que los turistas que llegan a Santiago pueden desprenderse de la mascarilla para realizar cualquiera de esas actividades. A estas alturas de verano es ya poco común ver a los visitantes dotados con alguna durante sus recorridos por la ciudad, excepto en las inmediaciones de la Catedral. Desde que la basílica abrió de nuevo las puertas al público tras el confinamiento, en julio del 2020, se sigue exigiendo el tapabocas para poder entrar al interior. Algo que, por el momento, no está previsto que cambie, como apuntan desde la Fundación Catedral, porque consideran que se trata de una «medida necesaria» para evitar que aumenten los contagios y tener que tomar así otras decisiones más drásticas, como volver a limitar el aforo un año más, en pleno bienio Xacobeo.

El aviso está visible en las puertas de acceso al templo y también colgado en la página web de la Catedral. En él se especifica que no es posible garantizar la distancia social y que en el templo se acumulan muchas personas en situación de riesgo, y se apela a la comprensión de los visitantes. Sin embargo, la medida no convence a todos los turistas, y la polémica está servida. En las largas colas de visitantes que abarrotan estos días la praza da Quintana para acceder a la basílica se escuchan opiniones para todos los gustos.

La mayor parte de fieles desconoce que es obligatorio llevar el tapabocas hasta que ya están haciendo fila y se encuentran de frente los carteles. «No teníamos ni idea antes de llegar, hasta que vimos los letreros, pero la verdad es que está bien señalizado», cuenta una familia andaluza. Otros se enteran a través del boca a boca: «A mí me lo dijeron ayer, así que ya venía mentalizada», afirma una turista italiana. Los más previsores lo comprueban antes de programar su visita a la basílica y ya acuden con la mascarilla en la mano para colocársela en cuando el personal de seguridad lo requiere.

Pese a todo, algunos de los visitantes, mayoritariamente extranjeros, no llevan ninguna, acostumbrados a tener que usarla únicamente en el transporte público. Hasta que dio comienzo la época estival muchos acudían a los comercios ubicados en los alrededores de la Catedral, que, haciéndose eco de las peticiones, empezaron a venderlas. Sin embargo, una vez el flujo de turistas comenzó a aumentar, consecuencia del inicio de las vacaciones de verano, un grupo de vendedores ambulantes empezó a rondar A Quintana y Praterías ofreciéndoselas a todo aquel que se colocase en la cola, explicando que es obligatoria de querer acceder al templo. De esta manera, quien se entere de la exigencia tras haberse colocado en la fila puede adquirir el tapabocas sin perder su turno.

Generalmente, incluso los visitantes que compran la mascarilla en el último momento se la ponen de buen grado: «Nos acabamos de enterar de que hace falta, pero nos parece incluso bien, ¿por qué no? Hay que protegerse», comenta a punto de pasar por la Puerta Santa un padre de familia. Aún así, de entre los cientos de personas que entran a la Catedral diariamente, siempre hay quien se la coloca con resignación. «Es la norma y no me importa ponérmela, pero no veo por qué es necesaria a estas alturas y estando vacunados», se queja una turista valenciana.

MALENA FERNÁNDEZ

El personal de seguridad del templo redobla sus esfuerzos

El protocolo de acceso a la Catedral es claro: todos aquellos que no porten la mascarilla no podrán entrar, porque el templo se reserva el derecho de admisión a pesar de que el tapabocas dejase de ser obligatorio en espacios interiores en abril. Esa es la explicación que da el personal que se encarga de regular los accesos del Pórtico de la Gloria y la Puerta Santa, los únicos abiertos al público. A pesar de aclararlo de la manera más cortés posible, no siempre se encuentran con interlocutores tolerantes. «Haiche de todo», explica una de las guardias de seguridad en A Quintana. «Moitos, para empezar, non saben que a teñen que poñer». Algunos, cuenta, se limitan a cumplir con la orden sin poner ninguna objeción una vez se fijan en los carteles. Son la mayoría, aunque existe una minoría muy ruidosa a la que los propios guardias tienen que repetir el motivo por el que deben llevar la mascarilla.

Si bien una vez aclarado, por lo general, los visitantes acaban por acatar lo que se les pide, la situación propicia que se retrase constantemente el ritmo de entrada a la catedral, provocando que el número de visitantes a la cola, que estos días se ha multiplicado, sea aún mayor.

En el otro extremo están aquellos que hacen oídos sordos y se quitan el tapabocas en el interior de la basílica o, directamente, pretenden entrar sin él. En el primero de los casos, el personal de vigilancia les da un toque de atención. En el segundo, se les invita directamente a abandonar las inmediaciones de la Catedral. Es entonces cuando muchos entran en razón y asumen que, de querer acceder, deben seguir las instrucciones, y otros, los menos, desisten de pasar al interior.

El personal de seguridad reconoce que, pese a tener que lidiar habitualmente con negacionistas del virus, no ha llegado a haber nunca grandes conflictos, y pocas veces han tenido que alertar a los agentes de policía que patrullan la zona a diario. «Nos limitamos a hacer nuestro trabajo los mejor posible y la gente lo suele entender. No depende de nosotros, depende de las normas que haya en cada momento en la Catedral», explican.