Destacan los templos de Santa María de Portor y Troitomil
27 ago 2022 . Actualizado a las 05:05 h.No es esta una escapada para amigos de los semáforos y el cemento, sino para los amantes de la naturaleza. Por emplear una gastada expresión, van a ver una explosión de naturaleza. Y el destino no está lejos del Obradoiro, sino en el comienzo de ese ayuntamiento tan rico en recursos naturales como pobre en promoción de un turismo sostenible como es A Baña previo paso por el de Negreira. Acceso, por lo tanto, muy fácil hoy en día, con la autovía que se deja en Bertamiráns, se sube hacia Negreira, se bordea esta villa por la circunvalación y se abandona en la primera de las rotondas.
Saleiróns se deja a la izquierda, también a mano contraria un al menos curioso cruceiro, y sin nada más que llame la atención se detiene el coche (o bicicleta) ante otro cruceiro que invita a desviarse a la diestra, pero mucho mejor sin vehículo a motor. Y si hasta ahora no había apenas casas tradicionales, todo el núcleo alrededor de la iglesia de Santa María de Portor es pura piedra. Un núcleo tradicional con viviendas bien arregladas por lo general que casi es una lección de etnografía al aire libre.
El templo se muestra sólido, sillar encima de sillar, una placa grande en su fachada, ilegal a todas luces porque parece que alguien no se ha enterado que hay una ley sobre la Memoria Histórica. Se trata de una iglesia cuyos fundamentos son románicos, aunque sea difícil de distinguirlos a simple vista. Lo que se contempla así, de primera impresión, es una fachada y una torre lateral alta y esbelta del siglo XVII según la descripción oficial, de principios del XVIII según otras fuentes. Su remate debe calificarse de original. Fue priorato.
En la alternativa de tirar por la derecha o al frente, la respuesta es que a fin de cuentas da lo mismo. Mejor de frente, para llegar a Troitomil (esto ya es A Baña), y justo antes de meterse entre casas girar a la diestra. Así se irá a dar ante otro templo cuya torre tiene una gran similitud morfológica con la anterior, lo cual hace presumir un origen más o menos simultáneo si bien con seguridad esta se levantó después. Todo apunta a que aquí el barroco ya mostraba su poderío.
La torre es lo que más va a llamar la atención, con la imagen de San Pedro de vecina en la misma fachada. Arriba de todo, a gran altura, una esbelta cúpula que remata un pináculo.
Pero además de elementos arquitectónicos, en los templos rurales gallegos siempre hay elementos humanos que al menos obligan a pararse y a pensar, a veces con el corazón encogido. Una placa en una de las paredes del edificio recuerda a un hombre fallecido a los 25 años en 1953. Es un «recuerdo de sus amigos». Así reza, con el nombre de esos catorce amigos, sin duda labradores con escasos recursos, que tiraron de cartera para pagar esa placa y que aquella persona prácticamente empezando la vida no quedase para siempre en el olvido. Emocionante.
Pero hay más elementos de interés, aparte de eso y del crucero de 1994 donado por una familia y que se alza en la parte de atrás, en el cementerio. Dos más, para ser más exactos. En la fachada, a la izquierda, un magnífico escudo nobiliario, y frente a él, una estupenda y muy pesada pila bautismal que quizás haya estado decorada. Unas joyas que, por suerte, resulta totalmente imposible mover del sitio.
Pero por encima de todo eso están los bosques. El enorme que se extiende entre Troitomil es simplemente de matrícula de honor, con prácticamente cero eucaliptos, algún pino aquí y allá y cientos de especies autóctonas. Y un apunte final: todo ese paisaje puede quedar destruido por un parque eólico.