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La ruta del Sar, un magnífico complemento para disfrutar del entorno de la ciudad

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

VEN A GALICIA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Su promoción tiene que estar ligada a los valores naturales, pero la percha tiene que ser sin duda alguna Rosalía de Castro

24 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Con el verano que ya ha dicho adiós, y con él las muchedumbres, resuenan las voces que en Compostela advirtieron de que el modelo turístico se estaba agotando y que empezaba a nacer un rechazo ciudadano. Se pide ofrecer algo más que la Catedral. Sin entrar en que el Ensanche está infravalorado turísticamente, Santiago debería disponer de un itinerario urbano atrayente para quienes quieren dar un paseo, porque no todos los que visitan la ciudad vienen con las piernas cansadas de hacer el Camino, ni mucho menos. Es decir, poder ofrecer una ruta sencilla y relajante como tienen, por ejemplo Reading en Gran Bretaña y Odense en Dinamarca.

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Pero lo curioso es que eso ya existe. Lo más curioso todavía es que no se promociona y, sin temor a exageración, ni un turista o visitante sabe que existe. Esa promoción tiene que estar ligada, por supuesto, a los valores naturales, pero la percha, el enganche, tiene que ser sin duda alguna Rosalía de Castro. Y así se avalorará la ruta del Sar, río que tan unido está para siempre a la figura de esa poetisa.

Ir a su nacimiento es hoy por hoy empresa para aventureros. Si se quiere conocer los primeros metros habrá que conformarse con ir (quizás en coche) al puente de Viso. Pero desde donde realmente hay que echar a andar es desde la parte trasera del polideportivo del Sar, preferiblemente cruzando el río. Ahí nace un sendero ancho, muy cómodo de recorrer y que va a ir pegado a la corriente. Un auténtico muro vegetal va a tapar la imagen de Santiago, que, para ser sinceros, no muestra por ahí su mejor cara arquitectónica. Pero eso le va a dar igual al caminante, que va a encontrar algunas señales orientativas marcando las distancias.

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Es este un paseo marcado por la cordialidad —aunque es raro cruzarse con personas que saluden cortésmente—, los paseantes, los ciclistas respetuosos y algunos dueños de perros —minoría— que han dejado sueltos a los animales. Es también ruta con algún que otro panel, como uno —el primero que se encuentra— que advierte de la presencia de la pega marza, que comparte los aires con los más numerosos cabaliños do demo y, aunque a horas distintas, con los murciélagos, mientras por la tierra es posible, si bien no frecuente, cruzarse con una inofensiva culebra de collar, que huirá espantada al ver acercarse a alguien miles de veces mayor que ella.

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Un segundo panel se centra en los invasores, que también los hay, como por ejemplo no solo la avispa asiática sino también dos plantas que se han instalado como si este fuera su hábitat natural: la cortadeira (desde los años 80 del siglo pasado) y la sudamericana tradescantia.

Y así se llega a un enclave emblemático en la ciudad, que no es otro que la colegiata. El itinerario, desde luego, sigue, pero esa es ya otra historia.