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Lorenzo Silva convierte el paisaje del Camino de Santiago en un personaje de la nueva novela de Bevilacqua

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa REDACCIÓN / LA VOZ

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Lorenzo Silva en O Cebreiro, uno de los escenarios de «La llama de Focea».
Lorenzo Silva en O Cebreiro, uno de los escenarios de «La llama de Focea». Carlos Ruiz B.K.

El autor visitó la localidad lucense de Samos coincidiendo con la salida de «La llama de Focea», la novela número trece de su guardia civil, que investiga la muerte de una peregrina

12 dic 2022 . Actualizado a las 00:51 h.

Gracias a su último libro, Lorenzo Silva (Madrid, 1966) aprueba una asignatura que tenía pendiente: traer a Galicia a su personaje talismán, Bevilacqua. Con La llama de Focea (Destino) son ya trece las novelas con las que el autor ha cumplido un objetivo que se marcó en los noventa y que él mismo resume: «Se trataba de convertir a un guardia civil en un héroe literario de la novela negra española». Pero lo cierto es que con la obra ha adquirido, de forma tácita, otro compromiso: hacer el Camino de Santiago. No lo ha recorrido a pie -«No consigo encontrar el tiempo»- aunque sí lo peinó en coche para buscar los escenarios de esta entrega. «Es la primera novela gallega de Bevilacqua. Llevaba muchos años pensando en ello. Y pensando que no podía hacer cualquier cosa. Tuve la oportunidad de trabajar en Galicia -se refiere a su etapa como abogado- y con muchos gallegos. Quería hacer algo que no se quedara en el cliché, aunque no sé si un mesetario como yo lo puede conseguir», dice entre risas.

«En el momento en el que se me ocurrió el Camino pensé que había dado con la tecla para acercarme a una parte del alma de Galicia. Eso me condujo a elegir Lugo y a este lugar». Se refiere a Samos, donde en la ficción una joven aparece asesinada tal día como hoy, pero hace tres años. Y precisamente a esta localidad lucense se desplazó el autor para presentar su nueva novela, que ya está en las librerías: «Cuando encontré este sitio me enamoré de él literariamente. Es un paisaje -también O Cebreiro- que tiene una atmósfera que te impregna y se convierte casi en un personaje. Es la parte que a mí me parece más bonita y la que tiene más contenido simbólico. Además, cuando escribo novela policíaca intento ponerme un chip de mala persona para pensar dónde haría una canallada, que normalmente es un sitio donde crees que no te van a pillar». Hace alusión a las orillas del río Oribio y al bosque que ampara (hasta que la investigación da sus frutos) a los responsables de un crimen que traslada la memoria a la muerte de la joven norteamericana Denise Thiem, que fue asesinada en Astorga en el 2015 mientras peregrinaba a Compostela.

En el libro se hace alusión al monumento en homenaje a las peregrinas instalado en O Cebreiro
En el libro se hace alusión al monumento en homenaje a las peregrinas instalado en O Cebreiro Carlos Ruiz B.k.

Silva abunda en la localización, pero también en el quid que tiene para él la novela negra: «Me interesa mucho lo que el paisaje transmite de la gente que lo habita o que lo ha habitado. No pienso que este lugar tenga la calma de los caminantes, pero sí que quien pasa por él pasa por algo. Los lugares son huellas indirectas de las personas. Y eso termina de cerrar la historia y le da una dosis de misterio. Porque una cosa es el enigma y otra el misterio. El enigma, el acertijo, cada vez me interesa menos. Y sin embargo me interesa cada vez más la parte misteriosa: por qué alguien hace algo tan abusivo como despojar a una persona de su futuro, qué pasa por su cabeza para dar ese paso y para darlo aquí, en España, donde lo más probable es que le pillen».

La trama

Queralt, una joven catalana de familia independentista, busca su camino haciendo el Camino pero acaba encontrando la muerte tras dejar atrás O Cebreiro y Triacastela, ya en Samos, aún a muchos kilómetros de su meta en Santiago, que no solo era geográfica sino también existencial. A partir de ahí comienzan las pesquisas, en las que tendrán un papel fundamental tres mujeres, una jueza y dos guardias civiles. Una de ellas la inseparable compañera del subteniente, Virginia Chamorro. No es algo casual. «Bevilacqua se queda en un segundo plano por algo que es cada vez más habitual: la mayoría de jueces jóvenes en lugares como este son mujeres y hay bastantes en las unidades periféricas de la Policía Judicial. Que el asesinato de una mujer lo investigaran otras mujeres, desde esa mirada distinta, era importante», explica Silva, que no quiso hurtar a la puesta de largo de la novela de la impronta benemérita. Por eso lo acompañaron Carlos Barceló, comandante de personal y apoyo de la Comandancia de Lugo, y Javier González, teniente de la compañía de Monforte. En ellos personificó el agradecimiento reiterado a la Guardia Civil por la «ayuda y generosidad» durante casi tres décadas de trabajo.

El autor en Samos, con el teniente Javier González y el comandante Carlos Barceló
El autor en Samos, con el teniente Javier González y el comandante Carlos Barceló Ruth Nóvoa

Y es que dentro de poco se cumplirán 25 años de Bevilacqua (la idea nació en el verano de 1994, pero el primer libro no se publicó hasta 1998) y la proximidad de una fecha tan redonda llevó al escritor a hacer balance. «He escrito lo que me ha dado la gana, como me ha dado la gana, cuando me ha dado la gana, sin preocuparme de si convenía o no convenía, de si vendería o no vendería», aseguró respecto a la relación con sus editores. «Llevo casi treinta años mirando mi país, mi lugar, mi tiempo a través de los ojos de estos guardias civiles que tienen una vida muy diferente de la mía. La literatura es una herramienta de conocimiento tanto cuando la leemos como cuando la escribimos. Yo he aprendido muchísimas cosas de estos investigadores porque me han llevado a conocer a muchos de carne y hueso y para mí ha sido (aunque he hecho otras cosas) el aprendizaje más exhaustivo», incide, señalando también el peso que supone escribir una nueva novela tras un recorrido tan largo y prolífico como el de sus personajes.

Tres libros más

En La llama de Focea el protagonista tiende, más si cabe, a la reflexión, de manera que muchas páginas se convierten en un balance de vida y en una proyección de futuro, relevo en el cuerpo incluido. Pero Silva no tiene intención de jubilar a Bevilacqua: «Siempre me preguntan si esta es la última y digo que es la última, por ahora. Tengo otras tres en la cabeza. Ya desde la novela anterior tengo la sensación de que los personajes están haciendo balance de su vida. El Camino es una experiencia en la que la gente se pregunta durante muchos días quién soy yo, qué hago aquí, dónde voy, para qué estoy aquí… Mis personajes también están en este punto y se preguntan por qué de todas las cosas que puede hacer un ser humano en la vida, más lucrativas, menos frustrantes y más reconfortantes, han decidido dedicarse a resolver crímenes».

Insiste en que nunca ha tenido un plan cerrado porque una parte importante de sus historias es la sociedad española contemporánea, con una evolución impredecible en las últimas décadas según su opinión. «Como yo quiero que esto dure lo que hago es repartirme cartas, porque me lo paso bien y porque me ha permitido ganarme la vida con mi vocación», le reconoce al subteniente de la Guardia Civil que ha acabado contradiciendo a su creador. Cuando Silva tenía 17 años y aunque quería ser escritor, decidió estudiar Derecho después de advertir a sus amigos de que de las letras no iban a vivir. No acertó.

El novelista se propone como objetivo la reflexión y lleva a sus personajes a que se hagan preguntas para, de ese modo, invitar al lector a interrogarse también. La última entrega recoge flecos de obras anteriores de la serie -que serán más fáciles de localizar para los fieles de Bevilacqua y Chamorro- y supone una recapitulación de los fracasos del protagonista que, empujado por las circunstancias de la víctima, se ve obligado a regresar a Barcelona. Ese hilo argumental es el que permite que el guardia civil evoque el tiempo que pasó en la ciudad «exitosa y rutilante» que fue en 1992 y que el autor se asome al 2019 y al procés catalán. Y aunque Lorenzo Silva afirma que no quería una novela sobre eso lo cierto es que, durante algunos capítulos, lo que él pensó como trasfondo se convierte para el lector en el fondo de la cuestión. «El procés no es el objeto central de la novela porque por un lado quizás sea demasiado tarde para hacerlo y por otro quizás sea demasiado pronto. Pero sí me interesaba que la conmoción que ha causado en la sociedad formara parte del paisaje humano, social y político. Quería una mirada sobre eso y que fuera comprometida, no mirarlo sin mancharme. Y que aportara algo. No pretendo sentenciar a nadie, pero era una historia interesante». Y aunque el procés le quede un poco atrás, lo que está de plena actualidad es el papel de Rusia, que tiene un peso clave en el relato y en la investigación del crimen. A Lorenzo Silva le sirvió para abrir hipótesis sobre la autoría del asesinato pero también para reflexionar: «No quería dejar de señalar la infiltración de dinero procedente del crimen organizado ruso, el blanqueo de dinero que corrompe porque estás permitiendo que el crimen alimente tu economía. Aquí hay viviendo un montón de rusos que han podido insertarse entre nosotros porque se lo hemos permitido. Europa lo ha permitido y ahora se rasga las vestiduras. Hemos vendido residencias a blanqueadores rusos». Y en la trama se señala cómo gente que estaba en la sala de máquina del procés contactó con ellos.

Silva en O Cebreiro, junto la estatua del peregrino
Silva en O Cebreiro, junto la estatua del peregrino Ruth Nóvoa

Hay más historia que la reciente en la obra. Ya en el título, que es un homenaje a Heródoto: «Es una de las pocas fuentes que nos habla de una polis griega de la que partieron las naves que atravesaron el Mediterráneo para fundar una colonia en Ampurias, Gerona, Cataluña. Esos griegos de Focea están, entre otros aportes, en el origen de lo que es el ser de los catalanes. Eso es lo que me da pie a invocar el relato. A construir una metáfora que arma el título: la llama. La llama representa muchas cosas: las hogueras que vimos arder en Barcelona, pero también tiene que ver con ese fuego que los griegos llevaban a las colonias, con la antorcha de los Juegos Olímpicos y con el conocimiento, la visión del mundo, que los padres intentamos pasar a los hijos. Nosotros le encendemos la antorcha que queremos y luego ellos llevan la que les parece, que es como saludablemente tiene que ser».

Precisamente hablando de los clásicos hacía Silva en Samos una reflexión sobre el oficio de escribir. «He leído con mucha intensidad a Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Plutarco, Procopio de Cesarea… y al hacerlo te das cuenta de que todo está contado. Y de que todo está contado mejor», concluye el novelista.

La mirada a Galicia

«A mí de Galicia me gusta todo. Me gusta mi meseta, pero aquí a veces he sentido envidia: la ría de Vigo, Finisterre (que no es solo el fin del mundo), la costa norte de Lugo... Me la he recorrido mucho. Y tiene una naturaleza deslumbrante. La primera vez que vine tenía todos los tópicos: un personaje melancólico, que no sabes si viene o si va… lo que me llamó entonces la atención fue lo divertidos que eran los gallegos, el sentido del humor. Con poca gente me he reído tanto. No es un humor de carcajada sino una ironía que te va calando. Eso es algo que tenía Domingo Villar». Y es que el autor vigués también tiene un papel en La llama de Focea. Se convierte en una de las lecturas del guardia civil protagonista, que nunca antes había elegido a un autor policíaco español.

«A Domingo lo quería mucho, fue muy generoso conmigo. Su muerte fue una pésima noticia. La novela negra española perdió a alguien muy importante. Perdió a uno de los autores que quería y lograba hacer literatura cuando escribía novela negra. Me pareció terrible que solo le hubiera dado tiempo a escribir tres novelas y que se muriera cuando había encontrado su voz y cuando lo mejor estaba por venir. Cuando la gente se va, los que nos quedamos tenemos la obligación de luchar con contra su olvido. Y hay gente que no merece ser olvidada», explica sobre esa suerte de homenaje.