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Investigando el misterio del monasterio inexistente en la parroquia teense de Rarís

cristóbal ramírez

VEN A GALICIA

Cristóbal Ramírez

La ruta permite conocer unas magníficas iglesias del siglo XVIII, puro barroco

08 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dar un paseo dominical en coche es algo que se hacía en los años 60, cuando ir en coche era puro ocio del que disfrutaba, ilusionada, toda la familia. Hoy la mayoría de la gente no relaciona el descanso con conducir, pero alguna pequeña ruta anima a poner el cinturón de seguridad. Por ejemplo, una por Teo que permite conocer unas magníficas iglesias del siglo XVIII, puro barroco.

Así que poco antes de llegar a Pontevea se pasa O Ferreiriño y se toma un desvío a la derecha bordeando un conocido restaurante, para seguir por una carretera ancha que conduce a Rarís y que, eso sí, parece que nunca va a acabar de ascender. Aunque, para decirlo todo, la suave pendiente con algunos descansos no va a desanimar a nadie.

Y a los pocos metros, a la izquierda buscando el cementerio y con un magnífico y alto muro como compañero, dentro del cual se yergue una casa noble con palomar y en la que destaca su gran chimenea. Al medio kilómetro escaso, ante los ojos aparece una iglesia de grandes volúmenes con campanario de dos cuerpos y una notable rectoral que necesita unos cuantos cuidados para recuperar el esplendor que sin duda tuvo. Es la de San Cristóbal de Reyes, como reza allí mismo.

Al echar pie a tierra y rodear el templo el excursionista contempla en el cabecero un agnus dei con una cruz antefija, dos contrafuertes y una gran cruz levantándose desde el suelo. El asombro aparece al seguir dando la vuelta, porque a los dos contrafuertes del cabecero se suman tres del lateral con cuatro canecillos que no pueden ocultar su carácter románico, así que siglo XIII o igual XII.

De vuelta a la carretera a Rarís, destacan un cruceiro vinculado a la entrada de la casa noble y un curioso palco de música como quizás no haya otro en toda Galicia, sin ya hablar de sus colores pastel.

En el ascenso, que semeja interminable, se ve rápidamente una parra, luego otra y otra y otra más. Zona de vino, aunque la producción es poca y en general para autoconsumo. Y así se va dejando a la espalda O Outeiro, viviendas unifamiliares aquí y allá, un lavadero insulso, O Casal de Reis, el campo de fútbol a la derecha y hasta señales con la flecha amarilla de un supuesto camino de Santiago que carece de reconocimiento oficial.

La entrada en Rarís la marca un buen hórreo prácticamente escondido, una zona de descanso algo descuidada pero con un aceptable parque infantil, un altísimo crucero que recuerda a los portugueses y, desde luego, la iglesia puesta bajo la advocación de San Miguel. Ante ella, un monumento a un popular párroco.

El templo es muy esbelto, con una sola campana y cupulino rematando los dos cuerpos de la torre, con su veleta y su pararrayos encima, un contrafuerte y un olivo en tierra firme. Pero ese edificio encierra más secretos de lo que parece. Porque al levantar la vista en el cabecero y constatar que el caleado se diluye con el agua de la lluvia se comprueba que arriba van apareciendo unas pinturas que, increíblemente, no están olvidadas de la mano de Dios pero sí de la de los hombres. Un tesoro abandonado que desaparecerá con los próximos chaparrones o con los siguientes.

Los estudiosos piensan que son sillares reaprovechados de otro lado, muy probablemente de un interior, porque lo que se ha descifrado de las pinturas indica que no hay continuidad cromática entre sillar y sillar. El gran historiador Antonio López Ferreiro asegura que en el lugar hubo un monasterio.

En otras palabras, todos los ingredientes para pasar un rato agradable al aire libre ahora que aún hace buen tiempo. Y desde luego para aprender algo de arte.