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Mari Méndez: «Anima ver que un mesón de barrio sirve hasta 10.000 kilos de pulpo al año»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO DE COMPOSTELA

VEN A GALICIA

María Pilar Méndez, Mari, a la izquierda, se puso en 1986 al frente de la pulpería de Vista Alegre. Su hija, Ana María Pazos, se incorporó hace una década
María Pilar Méndez, Mari, a la izquierda, se puso en 1986 al frente de la pulpería de Vista Alegre. Su hija, Ana María Pazos, se incorporó hace una década XOAN A. SOLER

El Mesón do Pulpo de Vista Alegre, que, más de 40 años después, aún suma en Santiago calor popular, acaba de ser reconocido con un Solete de la Guía Repsol. «Aquí viene gente hasta de Uzbekistán. Me llaman Mamá Pulpis por mi hijo, el entrenador de fútbol sala», destaca su longeva cocinera

16 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Defienden divertidas que no saben cuándo fueron a su restaurante los expertos de la Guía Repsol que les concedieron este mes un Solete de Barrio al ser uno de esos sitios apetecibles y queridos, aunque no del todo céntricos, que merecen una visita. «Al enterarse, los vecinos vinieron a felicitarnos», apunta agradecida María Pilar Méndez, Mari, la hostelera de 74 años que regenta desde 1986 en el barrio compostelano de Vista Alegre el Mesón do Pulpo. «Creo que la gente aprecia los locales de trato familiar y comida casera; y los busca», precisa su hija, Ana María Pazos, de 47 años, con quien comparte fogones desde hace diez.

La emblemática pulpería, que perdió las mesas corridas, pero conserva la querencia por el vino en taza, la abrió la familia política de Mari en los años 70. «Nosotros estábamos en el bar A Casiña, en la rúa Nova de Abaixo. Cuando mi cuñado dejó este mesón, no dudé. Convencí a mi marido y nos vinimos. Me encantaba el ambiente de la calle. Todos se conocían. Nos trasladamos a vivir con mis tres hijos a encima del local», afirma con orgullo mientras evoca unos inicios ya exitosos. «Muchos obreros, también los que construían el cercano Auditorio de Galicia, venían a por el menú del día. Había dos turnos de comidas. En esos años teníamos gente del antiguo Hospital Xeral, que estaba a continuación de la calle. A las 09.00 horas ya preparábamos, además de pulpo, cordero o jamón asado. Antes tenía fama el bocadillo de pulpo. Para los estudiantes del colegio mayor de Maristas, que está enfrente, servíamos 30 al día», subraya Mari sobre una etapa que a Ana le cogió aún de niña.

«Yo, tras estudiar hostelería, empecé en el Hostal Pazos Méndez, en A Ramallosa, que gestionamos durante 16 años. Cuando murió mi padre, Manuel, lo alquilamos y me vine. Allí y aquí muchos le recuerdan. Era aficionado al fútbol, al Vista Alegre. En el bar alegraba las celebraciones con canciones. Hasta compró dos micrófonos», evoca Ana con cariño. «Nuestros clientes de Teo vienen ahora aquí. También llega, por el boca a boca, gente de barrios que perdieron pulperías. De muchas familias ya conocemos tres generaciones. Exalumnos de ese colegio mayor nos visitaron 25 años después, en la pandemia, para ver si resistíamos», encadena con ilusión, demostrando con datos su pujanza.

«Este verano fue una locura. Hubo días de servir hasta 70 raciones de pulpo. Hace décadas superábamos las 100, pero era cuando aún costaban 300 pesetas y cada cliente pedía la suya. Ahora están a 15 euros, y se comparten. Todo mudó. Tuvimos que subir su precio el año pasado», reconoce Ana, negando que ese alza les haga flaquear, sobre todo entre los turistas. «Lo que hacen es pedir media ración, pero no se quedan sin probarlo», apostilla Mari, poniendo en valor lo logrado. «Superamos la pandemia. También esos años en los que el pulpo llegó a 20 euros el kilo. Un año lo contabilizamos: habíamos servido 10.000 kilos de pulpo y 5.000 de chipirones. Eso anima. Somos un mesón de barrio», enfatiza, enlazando con alegría múltiples vivencias.

«Gente de Corea o Tailandia llega aquí por mi hijo José María, conocido como Pulpis, que fue seleccionador de fútbol sala y ahora entrena en Lisboa. Trajo a equipos enteros, como el de Uzbekistán. Clientes de otros países ya me llaman Mamá Pulpis», desliza Mari con satisfacción, pidiendo Ana la palabra. «Cuando entrenaba al Santiago Futsal íbamos a los partidos, aunque ella se pone nerviosa», señala sonriendo.

De nuevo sobre la cocina, no esconde su admiración. «Mi madre fue una de las primeras en introducir en Santiago el rabo de ternera y ahora no damos hecho. Ella, además, corta el pulpo casi sin mirar. Al oír las tijeras, muchos se acercan a grabarla. Durante el covid, la felicitó el ministro Grande-Marlaska, que entró por sorpresa. Desde esos años no reservamos cita», explica Ana, admitiendo que el flan de queso sí es cosa suya. «Aquí también comió el marqués de Griñón. Fue hace mucho. Llevo casi 40 años», aclara Mari, que se resiste a colgar el delantal.

«Siempre tuve ayuda. Mis trabajadores, ya de hace años, son aquelados», remarca. «Necesito encontrarme con los vecinos. Soy muy activa. Descansamos en noviembre y ya pienso en volver», avanza. «Hasta el final con las tijeras puestas», bromea su hija.