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La lucha contra reloj por salvar el patrimonio histórico gallego

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

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Vista aérea del espléndido pero deteriorado conjunto arquitectónico del monasterio de Monfero.
Vista aérea del espléndido pero deteriorado conjunto arquitectónico del monasterio de Monfero. CESAR TOIMIL

Grupos como Apatrigal intentan proteger edificios históricos relevantes

23 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En España, las ruinas se cuentan por miles. La falta de interés en el mantenimiento del patrimonio, unido a la despoblación y el abandono del medio rural, ha provocado un engrose en la nómina de lugares de alto interés histórico en riesgo de derrumbe. Con el objetivo de hacer inventario de todo lo que podría perderse, la asociación Hispania Nostra elaboró una lista de puntos calientes que claman por una intervención para no convertirse en un montón de piedras caídas. Se incluyen 63 lugares gallegos desperdigados por las cuatro provincias. Tanto de ciudad como de campo. Teatros, casas parroquiales, pazos, iglesias, torres, castillos...

Casi se podría decir que la crítica situación obligó al surgimiento de Apatrigal (Asociación para a Defensa do Patrimonio Cultural Galego). «Al principio éramos un grupo heterogéneo de once personas de distintas disciplinas que se unió a través de internet», cuenta su director, Carlos Henrique Fernández. Hablando con algunos asociados, hay una frase que se repite: «No se puede cuidar lo que no se conoce». Así, una de las principales metas del colectivo es la de sensibilizar a las generaciones futuras. Educar a los más jóvenes en valores que promuevan la protección de la identidad colectiva y del legado cultural.

En este campo, Fernández deja entrever un atisbo de esperanza: «En los últimos años, se ha mejorado la concienciación de la ciudadanía». Pero toda cara tiene su cruz. Porque, según matiza: «También han aumentado los actos vandálicos contra lugares de interés cultural».

A pesar de trabajar con ánimo en su empeño, los militantes de esta conjura conservacionista sienten, muy a menudo, tristeza cuando pasean por las calles de los pueblos y las ciudades de Galicia. Ahora ya no pueden dejar de fijarse. Allá donde vayan, siempre hay una antigua construcción con el rostro desfigurado, el tejado hundido y las enredaderas hurtando a la vista el gris de sus muros. «Detrás de esas piedras hay una labor intelectual y física de personas del pasado. Las generaciones anteriores se esforzaron con sabiduría, oficio y filosofía por traer cosas importantes y bellas a Galicia», argumenta.

Actualmente, y tras años de trabajo, Apatrigal cuenta con más de mil socios. A algunos, el amor por la construcción tradicional gallega les viene de familia. Es el caso de Remedios, que se crio con sus cuatro abuelos. Su abuelo paterno, cantero, le contaba historias sobre majestuosos edificios antiguos que un día resplandecieron pero acabaron convertidos en escombro. Le da especial pena el estado paupérrimo del monasterio de Trandeiras, en Xinzo de Limia y próximo al lugar donde creció.

Otra socia particularmente activa es Minia, del pontevedrés municipio de Valga. Relata que lleva más de veinte años dedicándose al turismo, y que por eso mismo hace una reivindicación tan activa de la herencia cultural. «Algunas personas piensan que no tienen nada que ver, pero yo creo que el turismo y el patrimonio son dos cosas íntimamente ligadas. Una tierra tiene que estar unida a sus costumbres, sus monumentos y su lengua», razona.

Vocación de «románticos»

Ana, una asociada de Santiago, cree que las Administraciones públicas «no se dan cuenta de la cantidad de edificios que se están cayendo». En ocasiones, se siente como si nadara contra la corriente. Pero es parte del oficio y la vocación. Pues, como ella misma dice, en el fondo, son «unos románticos». En cuanto al trabajo que deberían hacer las instituciones, remarca que cuidar el patrimonio no es una cuestión de cariz político, y que «todos tendrían que remar en la misma dirección».

Pero no todas las ruinas son una tragedia. Tal y como explica el arquitecto coruñés Fernando Agrasar, «algunas tienen un gran poder de evocación y hacen aportes paisajísticos». El problema viene, puntualiza, cuando se abandona un edificio a propósito con el objeto de demolerlo y construir, por ejemplo, un hotel de lujo. Es decir, descuidar el patrimonio con fines especulativos. «La muerte del patrimonio histórico no es inevitable. Pero hay edificios significativos que se dejan caer por motivos económicos. Y eso es muy doloroso», se lamenta Agrasar. Algunos casos especialmente flagrantes que le vienen a la mente son la capilla románica de Santa Mariña en Cambados, el Monasterio de Santa María de Monfero o el Sanatorio de Cesuras, cita entre incontables otros ejemplos.

La protección del legado arquitectónico, el de los que vinieron antes, es una carrera contra el correr imparable del tiempo. Porque, como recuerdan los que están en primera línea, si no se actúa con prontitud podría llegarse ya demasiado tarde.