Este río salmonero esconde historias de furtivos y ejemplares tan grandes como niños. Alrededor de esta corriente son múltiples los caminos para perderse en bosques donde el eucalipto es minoría
12 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Cualquier lugar donde los eucaliptos son minoría ya es motivo de visita. Aquí sobrevive un bosque continental, con caminos donde las ramas construyen bóvedas vegetales, incluso en el asfalto de acceso. Porque el coto de Chelo es un lugar de cuento mientras nos adentramos hasta la zona cero. El conductor ha de evitar caer en el síndrome de Stendhal mientras maniobra en la serpentina, estrecha y recién asfaltada carretera. El epicentro salta a la vista por tres elementos: el puente peatonal, que nos permite disfrutar del lugar en cada uno de los 360 grados de giro; el centro de interpretación, abierto solo los fines de semana; y una vieja barbacoa formada con grandes bloques de piedra.
A partir de aquí, hay mil direcciones para caminar sin perderse porque el río Mandeo es la guía que nos lleva de la mano. Es una corriente esquizofrénica, con lugares de pausa (como el agua remansada junto al puente mencionado) o con caídas virulentas unos metros más atrás. Hasta aquí siguen peregrinando pescadores para buscar los últimos salmones, ejemplares escasos y menguados con respecto a sus antepasados, fruto de la contaminación y las artes tramposas de pesca que colocan en la ría de Betanzos, donde quedan atrapados en trasmallos y otras redes.
En el hemerográfico sobreviven para el recuerdo salmones del tamaño de un niño sostenidos por Lindrín, un pescador hábil y furtivo, que se avino a la legalidad cuando Francisco Franco tomaba el coto de Chelo como el patio de recreo durante sus estancias en Meirás. El acceso desde el pazo estaba entonces salpicado por agentes para evitarle sobresaltos al jefe del Estado. Y la misión de Lindrín era «orientar» a los salmones hacia el anzuelo del dictador.
Pero crucemos el puente y giremos a la izquierda, en dirección al conocido puente de Teixeiro, a kilómetro y medio de distancia. Dejamos así el municipio de Coirós y pasamos a Paderne, pero acompañados por el mismo río. El día que nos toca (mediados de octubre) el cauce va tan escaso de agua que los carteles de «Atención: subida repentina» parecen un chiste. Pero conviene tomarlos en serio. El Mandeo arrancó la caña y la vida de más de un pescador. Nos adentramos en uno de esos pasillos cubiertos con ramas, con árboles que ofrecen un musgo como una barba de dos meses. Y castañas para quien se quiera agachar. Como si el río fuera un museo, la sociedad de pescadores que gestiona el coto ha revelado sus secretos sobre las zonas de pesca a través de carteles con los nombres de los pozos donde se han batido importantes luchas entre salmones y anzuelos: Volta do Perucho, Chelo, O Lestal, A Carga y O Felpete, uno de los más populares.
También podemos realizar algunas de las rutas expuestas junto al puente peatonal, como la de Paderne (2,5 kilómetros) y O Bocelo (con casi 8), donde se descubren los restos de un viejo y pequeño balneario, donde brotaban aguas sulfurosas. Un secreto para los que hayan llegado hasta las últimas líneas: los fines de semana o festivos, mejor aparcar en el puente Teixeiro (43º16'18 N- 8º 10' 19 W).