De padre británico y madre viguesa, lleva ya ocho años viviendo en As Grañas do Sor, donde descubrió su amor por la rubia gallega
05 dic 2022 . Actualizado a las 10:03 h.Ya han pasado ocho años desde que aterrizó en una pequeña aldea de As Grañas do Sor, pero para sus vecinos sigue siendo Marisa, la inglesa. Marisa Walsh Iglesias tiene 63 años y en 2014, prejubilada como contable (trabajaba en el centro de Londres), recaló en las montañas del municipio de Mañón. «Queríamos un retiro temprano, una vida diferente, mi entonces marido encontró la casa en internet. Yo solía ir a esquiar y en la nieve encontraba un silencio que no había experimentado nunca en Inglaterra... y cuando vine aquí, sentí lo mismo», comentaba el viernes, algo nerviosa por la inminente inauguración de su primera exposición de pintura, en el Centro Regal Xunqueira, en Viveiro.
Su padre, británico, y su madre, gallega, ya han fallecido, y su familia vive en A Coruña y Vigo. «Mi madre nació en Vigo y yo empecé a venir a Galicia a ver a mi abuela», cuenta. Evoca los viajes en coche con su tío: «Me llevaba a ver el paisaje y fue él quien me introdujo en lo que es la zona rural». Su afición por la pintura viene de lejos: «Era un hobby muy bonito, no podía dedicarle mucho tiempo porque mi trabajo era muy exigente, iba a una escuela los lunes por la tarde». En aquella época dibujaba paisajes, sobre todo marinos. «Al llegar aquí me enamoré de las vacas, y ahora he olvidado los paisajes», dice entre risas.
Una vecina le preguntó si podía pintar su toro, aceptó y a partir de ahí se han multiplicado los retratos de rubia gallega, la raza predominante en los pastizales que rodean su vivienda. «Si miras las vacas, hay tantas... te miran fijamente, parece que están mirando fijamente a tu alma», exclama. Marisa se dejó seducir por la mirada e incluso la musculatura de estos animales: «Me siento realmente enamorada de las vacas». Ni siquiera le importa que alguna se escape de las fincas de los vecinos e invada su jardín, y no pierde ocasión de fotografiarlas para luego darles forma en el lienzo con los pinceles. En muchas casas de la zona hay cuadros firmados por Marisa Walsh Iglesias. De vez en cuando pinta caballos, burros, gallos o perros, pero su animal fetiche es la vaca.
Mente inglesa, corazón español
En As Grañas do Sor, esta mujer «de mente inglesa y corazón español» ha encontrado «tranquilidad, el olor del aire fresco, la visión de las estrellas por la noche...». Y la libertad de no tener que vestirse «impecable» cada día, ni plazos que cumplir, ni más obligación que la de vivir: «Tardas en acostumbrarte a pasar de una vida tan demandante... te reinventas, es un cambio de identidad [...]. Es algo espiritual, aunque yo no sea una persona espiritual». Pintar le da «paz»: «Me olvido de todo cuando pinto, en el buen sentido».
En su nueva vida ha forjado amistades y únicamente a veces, por la noche, se siente sola. La pandemia la pasó con sus tres perros. Había regresado unos días antes de que se declarase el estado de alarma, tras un mes en Australia. «Fue cuando empecé a pedirles a mis amigos que me mandaran fotos de sus perros para pintarlos», relata. Acabó creando un montón de pequeñas pinturas de perros de sus amigos y de amigos de sus amigos. «Fue mucho tiempo, quizás me ayudó a ser mejor persona, aprendí a confiar más en la gente... pero no estoy segura de que fuera capaz de soportarlo otra vez», reconoce.
Hechizada por Galicia, su naturaleza y sus vacas (ha desarrollado una alergia a la carne roja por la picadura de una garrapata), no añora el Reino Unido, país al que asegura que ya no la vincula nada. De niña no entendía por qué se llamaba Marisa: «Ahora estoy contenta con mi nombre, no entonces... ha sido un buen regalo, igual que mi conocimiento del español, me ha ayudado a integrarme». Aun así, no deja de sentirse una advenediza: «Crecí así porque mi madre fue siempre una outsider [foránea] en Londres, y yo me sentía así, fui tratada diferente por ello».
Muy crítica con el «brexit»
Tiene doble nacionalidad, pero está decidida a cambiar su pasaporte británico por el español. Muy crítica con el brexit —«ha generado muchos problemas... la gente no se daba cuenta de lo que estaba votando»—, se siente feliz en su nueva vida. «Cuando llegué tardé seis semanas en poder tener internet en casa y para hablar con mi madre tenía que ir al medio del prado», recuerda.
Las conexiones han mejorado y aunque el invierno «es difícil, hace más frío en Inglaterra». La «magia del rural» ha calado en esta mujer «urbanita», como se autodefine, cautivada «por el carácter y la autenticidad» de la gente. Y por la mirada de las vacas, el tótem de Galicia que ensalza Manuel Rivas. Agradece la oportunidad que le ha brindado Regal de exponer sus obras.