Los escaparates del negocio de Manuel Ponte cautivan a los viandantes a su paso
14 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Existe una pequeña tienda en Boiro que, como la lotería, anuncia cada año la Navidad. No se confundan, el local no vende decoración ni luces para el árbol, sino marcos para cuadros o fotografías. Sus escaparates, llenos de color y con elementos mecanizados, obligan a los viandantes a detener su rumbo, distraídos por las luces titilantes.
Detrás del mostrador, un hombre de 64 años, Manuel Ponte Ceballos, aunque quizás la mayoría lo conozcan como Brico Pestañas. Lleva 30 años a cargo de su negocio, pero está a punto de jubilarse. De hecho, el escaparate de estas Navidades, es el último que se expondrá en el local.
«Lo hago porque me gusta, y llevo ya 30 años construyendo estos pequeños mundos navideños». Son las palabras de Ponte Ceballos, que, entre cliente y cliente, saca tiempo para crear auténticos universos de cartón y madera que recrean todo tipo de escenarios. «Creo que uno de los primeros escaparates que hice fue con el Prestige. Cuando se hundió, quise hacer un guiño a los que ayudaron en la catástrofe, y ahí empezó todo».
El éxito entre vecinos y clientes le obligó a continuar. «Todos los años hago uno distinto, y no me he quedado nunca sin ideas. Algún muñeco pequeño puede ser comprado, pero el resto lo construyo yo, intentando aprovechar todo lo que puedo. El año pasado, por ejemplo, usé garrafas de lejía para hacer las casitas».
El resultado es único. Este año, el cristal separa a los que se acercan al negocio del centro logístico de Papa Noel. Una cadena de montaje muestra a los más pequeños cómo se preparan los paquetes que llegan a sus casas por Navidad. Entre los motores y las luces, también se pueden distinguir las cartas de los niños. Cartas que vienen de la familia del gerente, de los hijos de sus vecinos, o de quien haya querido participar en el proceso.
La esencia
Brico Pestañas, un local que no llamaría la atención el resto de año, es uno de esos sitios con un olor único. Huele a madera, a trabajo con las manos. Allí comenzó Manuel a preparar, como cada año, su escaparate navideño hace ya tres meses: «Una vez pasa el verano, ya voy haciendo las primeras piezas y acotando el tema. Ha habido veces que algún cliente me preguntaba en octubre ya sobre el escaparate, pero yo espero a que llegue el puente de diciembre para instalarlo».
Sobre el hombre detrás de la obra, Manuel Ponte se considera un «manitas», que no un artista. Creció fundiendo los plomos de su casa y siendo un gran fan de las manualidades, afición que le llega hasta hoy. Se define como un friki, pero entrar en su tienda es descubrir el talento que hay en sus manos, que se manifiesta en forma de relojes, pequeños adornos hechos a mano, y un montón de objetos que ya no entran en su casa: «Las piezas que más me gustan me las guardo para mí, pero en el garaje de casa no queda hueco ninguno para un coche».
La magia de la Navidad
En cuanto al origen de su espíritu navideño, Ponte reconoce que siempre ha sido fan de celebrar las fiestas. «En mi casa siempre se vivió con ilusión. Aunque a veces seamos un poco hipócritas, hay que intentar ser felices».
Mientras, Manuel Ponte hace felices a sus vecinos. Es amante de su oficio, y no tiene ganas de jubilarse, aunque considera que ya le toca. Tras 13 años trabajando en el bingo de Santiago, y 30 tras el mostrador, el manitas está preparado para decir adiós al tintineo de su puerta.
Sobre el trato con el cliente, Manuel Ponte admite que lo que más extrañará de la tienda es hablar con los vecinos. «A mí me gusta mi trabajo. Al tener un local que no recibe clientes todo el rato, me da tiempo para cultivar mis aficiones. Por un lado, sí que me despreocupo del negocio, pero el trato con el cliente y la gente en general me gusta mucho».
Pese a que este sea el último pequeño universo que crece entre las cuatro paredes de su tienda, al gerente de Brico Pestañas le gustaría seguir haciendo escaparates para otros locales. Mientras tanto, los niños siguen deteniéndose asombrados en su puerta, y él, muy callado, escucha las risas tras el cerrojo.