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El «divorcio» de Pontevedra con sus antiguas murallas cumple 170 años

Marcos Gago Otero
marcos gago PONTEVEDRA / LA VOZ

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La puerta de Trabancas, en Pontevedra, revive cada año por la Feira Franca
La puerta de Trabancas, en Pontevedra, revive cada año por la Feira Franca CAPOTILLO

El derribo de la puerta de Trabancas abrió el plan para modernizar la ciudad

20 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Soplaban tiempos de modernidad en la ciudad de Pontevedra en las décadas centrales del siglo XIX y una de sus consecuencias fue la demolición de la muralla que encerraba la ciudad y sus cinco puertas. Era el sino de los tiempos, Vigo había dado ya ejemplo recibiendo el permiso para las demoliciones en 1861 y que pausadamente y en tramos se fueron realizando hasta los estertores del período decimonónico. En el caso de Pontevedra, el objetivo inicial estuvo en la puerta de la Peregrina, también conocida de Trabancas, que fue objeto de debates en la corporación hace exactamente 170 años.

No hubo oposición en la corporación pontevedresa, que veía con buenos ojos la demolición de la muralla, una estructura que se había vuelto inútil por las nuevas tecnologías de la guerra y que, a su entender, encorsetaba el crecimiento de la ciudad al impedir una integración más moderna de la zona antigua con la nueva. El derribo de la muralla pontevedresa, puertas y torres también fue por etapas a lo largo de varios años y con funciones distintas.

La demolición de la muralla contó con el respaldo absoluto de los representantes de la Administración central. El gobernador civil remitió varios oficios al Concello aclarando aspectos de cómo tenía que llevarse a cabo, desde el punto de vista técnico y económico.

En el pleno de abril de 1852 la corporación habló de la puerta de la Peregrina y, poco después, se notificó que las obras habían dañado edificios próximos, como el de la cofradía de la virgen. También hubo que reubicar a los herreros que trabajaban en este entorno y decidir qué hacer con expropiaciones y parcelas. El gobernador civil autorizó al pleno dar la piedra gratis a los propietarios colindantes, pero a cambio de que comprasen los terrenos.

El derribo de la muralla y el ensanche de la ciudad fueron temas recurrentes en los plenos de 1852 y los años siguientes, como se puede comprobar en las actas digitalizadas y que se pueden leer en el portal histórico Atopo, de la Diputación de Pontevedra. El ejecutivo local impulsaba estas actuaciones, porque permitía la apertura de nuevas calles, como la que dio origen a la actual Michelena —cuyo nombre antiguo era Poza de las Ranas— y se pudo igualar la Pontevedra intramuros a la extramuros.

Todas las actuaciones se llevaron a cabo de forma coordinada por las Administraciones estatal y local. En un oficio del Gobernador Civil se consensuó el siguiente objetivo a derribar: la puerta de Galera y estructuras próximas al puente. Sobre ellas se aconseja que «la piedra puede utilizarse para hacer el malecón que hay que hacer en el muelle en el que ha de colocarse la plaza del pescado».

Así en sucesivas oleadas, todas las puertas y lienzos de la muralla pontevedresa fueron cayendo bajo la piqueta. Solo Lugo en toda Galicia indultó a su muralla.

Marín culminó, ya entrado el siglo XX, el ocaso de O Forte, donde hoy se alza la Escuela Naval

Marín poseyó un sistema defensivo amurallado, el castillo de San Fernando, aunque su estructura no era tan voluminosa como su pretencioso nombre, por lo que los vecinos se conformaban con llamarlo también O Forte. Esta fortaleza se encontraba ubicada en el entorno que hoy ocupa la Escuela Naval, en una elevación de terreno, que se erguía sobre la ría de Pontevedra, en el limite del actual casco urbano en dirección a Portocelo y contiguo al actual barrio de A Banda do Río.

En Marín llegó a haber una guarnición permanente del Ejército español, con su comandante y demás oficiales a su cargo, así como soldados, cañones y unas pequeñas estructuras. El castillo data de época moderna, sobre el siglo XVII o XVIII y solo se le conoce una importancia militar, relativa, en la Guerra de Independencia, cuando los vecinos de las Alarmas do Morrazo, dirigidos por Juan Gago de Mendoza, expulsaron a los franceses del fortín y de la villa, haciéndolos retroceder hasta Pontevedra.

O Forte perdió su carácter militar y en su entorno se fueron construyendo casas, que dieron lugar al barrio del Castillo. La construcción del tiro naval Janer a principios del siglo XX ya supuso cambios en este ámbito, mientras que la configuración geográfica del Castillo se modificó para siempre con los desmontes que se hicieron para la Escuela Naval. Hoy el recuerdo solo perdura en el nombre de una calle.

Reliquias aún en pie: Catoira contra los vikingos y el último suspiro irmandiño de A Lanzada

Las famosas Torres de Oeste, en Catoira, y la no tan publicitada torre de A Lanzada, en Sanxenxo, son dos de los ejemplos de fortalezas que protegían la costa de las Rías Baixas desde la Edad Media. Tienen la virtud de que, a pesar de estar casi totalmente derrumbadas, todavía quedan en pie paredes —más en Catoira que en A Lanzada— para recordar qué se alzó allí y para qué se usó.

Torres de Oeste, en Catoira
Torres de Oeste, en Catoira Martina Miser

Catoira, al fondo de la ría de Arousa, era un lugar idóneo para que los invasores por mar hiciesen incursiones hacia el interior gallego. De ahí su importancia en la Edad Media, cuando los asaltos de los vikingos, los temidos hombres del norte, asolaron el litoral gallego cada año durante mucho tiempo. Eran el terror de las comunidades costeras y la construcción de un conjunto defensivo en la desembocadura del Ulla se antojaba una medida efectiva para frenar a los sanguinarios atacantes. Hoy, los vikingos del siglo XXI no tienen nada que ver con aquellos que rememoran y Catoira hace gala de una de las fiestas más multitudinarias de Galicia. Las Torres de Oeste tampoco tienen mucho que ver con lo que fueron. Solo quedan en pie dos torres, una ermita y los muros de una estructura. El resto del recinto no sobrevivió. Está prevista una intervención con fondos europeos de mejora y puesta a punto de lo que se conserva.

Torre de A Lanzada, en Noalla, Sanxenxo, el último foco de resistencia de los Irmandiños
Torre de A Lanzada, en Noalla, Sanxenxo, el último foco de resistencia de los Irmandiños M.G.

En A Lanzada, en la parroquia sanxenxina de Noalla, hubo una fortaleza con varias torres, que fue muy relevante en su momento. Solo queda una torre, más modesta y que nos ha llegado en peores condiciones que las de Catoira, lo que hace que su importancia quede mucho más inadvertida. Miles de turistas pasan a su lado cada verano, pero las fotos las hacen en la ermita románica. Pocos sabrán que, a la entrada del ahora reducido recinto, están pisando el lugar donde se libró la última resistencia de los Irmandiños ante sus señores en el siglo XV. Traicionados, su final no fue pacífico.