«El festival» de montar una cocina en cada etapa del Camino de Santiago para dar de comer a 70 personas
VEN A GALICIA
Los chavales de un pueblo de Valencia viajan con voluntarios que cocinan para ellos en la ruta jacobea
14 abr 2023 . Actualizado a las 19:21 h.Hacer el Camino de Santiago requiere, en la mayoría de las situaciones, de cierta planificación. Hay peregrinos que buscan la aventura y hacen las etapas al ritmo que marca su cuerpo sin más preocupaciones que la de resistir, pero hay quien dispone de una logística que para sí quisiera una multinacional. Desde que arranca la temporada es habitual ver grandes grupos recorriendo el Camino Portugués, pero no tanto que vayan acompañados de un equipo que se encarga de la cocina y la intendencia para un batallón. Pero los hay. Y este sábado, un grupo de 70 personas de la parroquia de Torrent, en Valencia, llegará a Santiago para la misa del peregrino. Será el momento en el que Eugenio Yago pueda descansar. Es el que lleva la logística en la cabeza y en unas tablas de Excel que le permiten calcular al detalle para que no haya imprevistos. Comida, alojamiento, compra...todo cabe en una planificación que arranca ocho meses antes.
Son una especie de nómadas que cada día montan y desmontan un campamento en el que no faltan paelleras, hornillos de gas y grandes capachos para poder dar de comer a setenta críos de 17 años. ¿Cómo lo hacen? «Con experiencia», aclara Eugenio, que lleva a sus espaldas siete caminos y demasiados campamentos de verano. «Ahí organizamos para 200 personas, así que cuando vemos que son 70 nos parece más asequible», bromea. Solo para un día necesitan 20 kilos de patatas, siete kilos de arroz y 140 huevos, además de 55 barras de pan, leche y galletas para que no se queden con hambre. Vacían y recogen cada día dos furgonetas de mercancía en las que transportan los víveres para este ejército de fieles. «Hoy toca hacer arroz a la cubana y por la noche habrá carne con patatas y caldo», explica el encargado de la intendencia.
Todo preparado para cuando lleguen
Llegan a los albergues una par de horas antes que los peregrinos. Al amanecer, dan desayuno para todos y mientras unos enfilan el Camino, el resto meten el campamento en las furgonetas. Antes de arrancar habrán hecho la compra de los productos frescos, que ya han encargado previamente antes de salir de Valencia. Saben dónde comprarán en cada uno de los pueblos por los que pasan. De Caldas se llevaron 70 piezas de carne, una para cada uno y al llegar a Padrón completarán lo que falte. «No tenemos tanta capacidad de almacenaje ni neveras, así que contactamos con antelación con los supermercados para encargar todo», explica.
Al llegar, aparcan sus furgonetas en la puerta del albergue y comienza la descarga y el montaje. A veces les lleva horas. La comida, los sacos de dormir de los chavales, vajilla, mesas, tarteras, hornillos y hasta bombonas de butano para poder cocinar. Y que no falte la música para amenizar el trabajo. «Lo peor es que hay muchos albergues que no están preparados para dar de comer a tanta gente», explica Yago, que entonces tiene que improvisar. La calle suele ser su cocina cuando hay que agarrarse al plan B. Para esas situaciones disponen de una especie de cenador donde montar la intendencia de un batallón. Este viernes salieron de Caldas rumbo a Padrón, pero antes pasaron por Redondela, donde la mayoría de ellos tuvieron que comer en la calle del albergue.
Penúltima etapa
La lluvia empaña un poco la penúltima etapa del Camino, pero ellos, que hacen un alto en el camino para tomar un café en un bar de carretera, no le ven mayor problema. «Lo que nos preocupa es lo que nos vamos a encontrar en el albergue porque nunca sabemos bien si habrá un sitio para cocinar o qué puede pasar. Es nuestra pelea diaria porque los albergues del Camino Portugués no están preparados para grupos como nosotros», explica Eugenio.
El plato que tendrán que preparar este viernes será algo más rápido de lo habitual: un huevo frito para cada uno y siete kilos de arroz blanco. A media mañana solo tienen el pan pendiente de recoger. Lo complicado será por la noche. Al acabar de recoger y limpiar la cocina, tendrán que empezar con la cena. «Para tres días traemos 60 kilos de patatas, hoy cortaremos 20 para freír como si fuesen las del McDonals porque a los chavales les hace ilusión», comenta el responsable de la intendencia. Aquí no valen los platos de cuchara, como lentejas o callos. «En los campamentos de verano sí que hacemos, pero aquí no quieren nada de eso», subraya Eugenio, a los que los chavales le piden platos con los que reponer fuerzas.
A tan solo un día de llegar a Santiago (dormirán en el colegio La Salle), están agotados. Las tablas de Excel de Yago están llenas de anotaciones para que nada falle. Viajan celíacos, intolerantes a la lactosa e incluso veganos, lo que les obliga a extremar las precauciones en la confección de los menús. «Estamos ya cansados, pero vale la pena porque ves lo que disfrutan los jóvenes y con eso basta», apunta. En menos de una hora comenzarán «el festival», como llama n los encargados de la organización a la rutina de una vida que viaja en dos furgonetas.