Paradela homenajea al abogado del estómago con un bollo de miles de huevos que llega al campo de la fiesta arrastrado por un tractor
17 abr 2023 . Actualizado a las 20:19 h.A la romería de San Gregorio de Paradela no le falta detalle. Ahí están, sobre las mesas de piedra situadas a la sombra de los carballos, esos manteles de cuadros que indican que el lugar ya está ocupado. Ahí, los puestos de venta de globos de colores, con Pocoyó dando guerra; y los tablones cubiertos de juguetes que parecen sacados de otros tiempos: tiaras y varitas mágicas en cajas de cartón rosa, pistolas y ametralladoras en embalajes azules. En la romería de San Gregorio hay churros y patatas fritas, hay rosquillas y hay, también, un intenso olor a churrasco que sale de las casetas en las que se está cocinando un menú de los de nunca fallan. No falta, claro, el bar móvil que compite en buena lid con el local que funciona en el campo de A Boca donde se celebra la fiesta. Pero además de tener todo lo que deben tener las romerías gallegas, la de San Gregorio tiene algo más, algo que la hace única: un bollo adornado con seis mil huevos recogidos entre el vecindario de la parroquia, cocido por una panadería del lugar y trasladado hasta el recinto de la fiesta en un tractor que soporta con estoicismo su peso. Su aparición causa entre los asistentes a la romería el mismo efecto que un futbolista famoso saliendo de un entrenamiento: todo el mundo echa mano del móvil, enciende la cámara y se esfuerza para conseguir la mejor toma de un bollo de pan que se ha ganado a pulso su fama, y que llega escoltado por la banda de música de Vertula.
El enorme pan, de varios metros de largo y de ancho, preside la carpa en la que se celebran los oficios religiosos: hace años que la pequeña capilla construida por la comunidad de montes se ha quedado pequeña para acoger la multitud que acude a la fiesta. En ella, San Gregorio está colocado junto al altar. A su derecha está la Virgen del Carmen y a su izquierda Santa Margarita. Lleva el santo una banda cruzada sobre el pecho en la que un señor con gesto distinguido va colocando los billetes donados por los fieles. Parece que la crisis ha llegado a la faja sagrada: hay bastantes billetes, pero de los pequeños. Como si los devotos no quisiesen fallar a la tradición, pero ajustándola a la medida de unos tiempos en los que la cesta de la compra se ha puesto por las nubes. Cada donativo se ve recompensado con una estampita que el hombre de porte distinguido y sobrio les entrega tras frotarla contra la figura del santo: acaricia con ella su mejilla —para limpiar los pecados— y luego el abdomen —es el abogado del estómago, al que de esa forma se confiere fortaleza—.
Este domingo, el bollo gigante llegó con cierto retraso sobre lo previsto al recinto de la fiesta, y también la misa comenzó un poco más tarde de lo esperado. Los miembros de la coral y la banda aguardaban con paciencia a que llegase su hora. Tras los actos litúrgicos, comenzaba el ritual de partir el gran bollo de pan de Paradela e inaugurar la hora de la comida campestre a la que se suman familias y grupos de amigos, hombres y mujeres vestidos con ropa deportiva o con trajes formales... Todo ello, en un recinto que tiene algo de milagroso, ya que fue construido gracias al empeño de los comuneros de Paradela. Allí, en el espacio tomado por la fiesta, hay un campo de fútbol y unas canchas deportivas donde algunos padres intentaban demostrar a sus hijos sus destrezas deportivas; una cafetería con la terraza llena; un parque infantil rebosante de energía y una pequeña fuente con puentecillo convertida en fotocol de esta romería del siglo XXI.