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Carril, el albergue xacobeo en el que cabe el mar de Arousa

Serxio González Souto
serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

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El establecimiento público de Vilagarcía integra la vista sobre la ruta marítima original en un edificio al que solo le faltan los muebles

05 mar 2024 . Actualizado a las 19:26 h.

Nació como una ampliación al servicio de la casa de cultura, que se quedó en un esbozo. Iniciado durante el mandato del bipartito que gobernó la ciudad entre los años 2007 y 2011, el edificio que se levanta en la Rúa Santiago de Carril no era más que una estructura de ladrillo y hormigón cuando el Concello de Vilagarcía decidió reconvertirlo en el primer albergue de peregrinos de la capital arousana. Integrado en el sistema público dependiente de Turismo de Galicia, su rehabilitación concluyó en noviembre, gracias a una inyección de seiscientos mil euros que la Diputación de Pontevedra puso sobre la mesa. Que aún no haya entrado en funcionamiento se debe a que falta un último paso: su equipamiento y mobiliario, que debe instalar el departamento autonómico. A partir de ese momento, su gestión quedará en manos de Espina & Delfín, la empresa que desempeña la concesión de los establecimientos que configuran la red vinculada al Xacobeo.

Aun despejado de lavadoras, secadoras y camas, el albergue en sí merece una visita. Tal vez pase desapercibido en el abigarrado callejero de Carril, pero basta con pisar su primera planta para descubrir una magnífica vista sobre la ría y esa vía marítima original que vincula al mar de Arousa con el fenómeno xacobeo desde su mismo nacimiento. En todo caso, conviene empezar por el principio. La primera impresión que golpea al visitante, al ingresar a la planta baja, donde se situará la recepción y el área de lavadoras y limpieza de bicicletas, es que la obra permanece inconclusa. Las paredes desnudas, de color gris, dejan a la vista varias estructuras de ladrillo. Es un efecto. «A idea veu da primeira apreciación que eu tamén tiven, como de que o edificio estaba clausurado. Tentei conservar esa sensación de edificio que está en proceso, para que funcione como un contraste moi acusado coa zona de habitacións», explica Iago Fernández, el arquitecto responsable de su diseño.

oscarVIFER

Desde luego, el contraste está perfectamente conseguido. Ese gris pulido de aspecto inacabado nada tiene que ver con la calidez que los tabiques de madera aportan a los cinco habitáculos, distribuidos entre la primera y la segunda planta, que darán cobijo a treinta personas. «Muros de madeira maciza, sen verniz, para que participen tamén do ambiente; cando haxa maior humidade poderán recollela e despois desprendela, funcionando como un elemento vivo». Cada litera —cuando esté colocada en su sitio, claro— dispondrá de iluminación indirecta, un enchufe y un pequeño estante, ocultos tras una ingeniosa cabecera. La funcionalidad es, en esto, prioritaria.

Corredores amplios, en los que perfectamente cabrían unas taquillas, separan las zonas de dormitorio de las áreas de baños y duchas, configuradas como dos grandes cuartos de aseo en cada una de las dos plantas domésticas. La calefacción y el agua caliente se obtienen de un sistema alimentado por placas solares.

En su conjunto, los dormitorios funcionan como una especie de enorme cajón de madera, insertado en una gran estructura de hormigón. «Cando visitamos o edificio orixinal, sorprendeunos atopar un gran espazo baleiro, que se ía destinar a auditorio e decidimos ocupalo coa zona de habitacións», apunta el autor del proyecto. El resultado es un albergue diferente, dotado de una fuerza estética poco común, que corona una terraza espléndida, cuya creación permitió rebajar la escala del edificio desde el exterior, adaptándolo mejor a los volúmenes de la calle en la que se integra. Una estructura de emparrado, en la que crecerá una vid, le proporcionará sombra en verano. Arriba y abajo, como antesala a los dormitorios, un espacio de servicios básicos que dispondrá de un microondas, una nevera y un fregadero.

Martina Miser

Otra de las grandes sorpresas que depara el albergue es la finca en pendiente a la que se abre su parte posterior. Protegida por patrimonio —la misma protección arqueológica que, paradójicamente, no impidió el desarrollo de la urbanización de A Tomada—, la huerta se dejará prácticamente como está, a disposición de los peregrinos para que puedan relajarse. Una última curiosidad y un toque de misterio: la urna de granito que se levanta en una esquina no es un hórreo, sino una antigua sepultura.